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Al fin y al cabo, ¿qué eran los milagros sino ciencia que el hombre todavía no entendía?
El frasco mágico del doctor Beecham olía a flores silvestres, a moho y a muerte.
De hecho, opino que el conocimiento de uno mismo es una forma de sabiduría.
¡el hombre propone y la carne humana dispone!
Ser una mujer le había cerrado muchas puertas a Hazel Sinnett, pero también le había revelado una valiosa arma de su arsenal: las mujeres apenas se consideraban personas, lo que te otorgaba el poder de la invisibilidad. La gente veía a las mujeres, es cierto; veían sus vestidos cuando salían a pasear por el parque y las manos enguantadas que posaban en los codos de sus pretendientes al entrar en el teatro, pero jamás las habían considerado una amenaza.
El futuro corría hacia ella según cabalgaba para dejarlo atrás,
un gesto natural, como si los labios del otro fueran el único espacio que ambos deseaban ocupar, y como si el propio destino los hubiera conducido a ese instante, aterrados y doloridos en una tumba a medio excavar, con el único fin de que pudieran encontrarse.
—Alguien debería decirte que eres hermosa cada vez que sale el sol. Alguien debería decirte que eres hermosa los miércoles. A la hora del té. Alguien debería decirte que eres hermosa el día de Navidad y el de Nochebuena, y la víspera de Nochebuena, y en Pascua. Debería decírtelo la noche de Guy Fawkes y en Nochevieja y el ocho de agosto, por que
sí.
¿Acaso no es magia cualquier forma de ciencia para aquellos que no la entienden?
Mereces todo lo que desee tu corazón... y más.