En el instante en que la piel de ambos entró en contacto, las burbujas de champán se multiplicaron con energía frenética. Era puro galvanismo, las descargas eléctricas de Galvini —no había otro modo de describirlo—, una corriente que fluía desde la mano del chico a la de Hazel y avanzaba directa a su corazón desbocado.