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—Ése es el problema, Jay; hay demasiadas biblias y cada una pretende tener la clave.
A él le pareció fuerte y con sabor a viejo, como la religión.
Para su cumpleaños y para Navidad todos le regalaban libros, el combustible para el fuego que él encendía contra el frío de la soledad.
Durante unos días pensó en hacer de la astronomía el trabajo de su vida, pero cambió de idea. Las estrellas eran mágicas, pero lo único que se podía hacer era mirarlas. Si un cuerpo celeste se estropeaba, no existía la posibilidad de arreglarlo.













