El meollo del problema estriba en cuando el Estado se vuelve tan tiránico que pierde legitimidad: en ese caso, desafiarlo puede suponer un acto moral. Aun así, recordemos que Camus dijo que, incluso en ese punto, el rebelde que pone en cuestión a un Estado tiránico debe contar con un orden de gobierno alternativo en mente que llevar a la práctica, porque, si no, también su rebelión pierde legitimidad, ya que la anarquía es peor que la tiranía.

