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Pero la memoria es un truco. No existe aquello que no vemos y aún menos existencia posee lo que no queremos ver, y no sería arriesgado decir que el miedo es lo que da entidad al punto ciego del ojo, esa zona de la retina en la que no hay células sensibles a la luz.
Las comidas de Navidad tienen algo fúnebre, algo de la tristeza que se deriva de la obligatoriedad de todo lo que por fuerza tiene que ser alegre, motivo de celebración.
Es extraño, supongo, que mi hermana se quedara sin palabras y que yo las necesite para vivir.
Aquel día, sentada en el sofá con mi madre, aprendí una lección: es más fácil pasar desapercibido.
No estar implica una decisión, pero también una negligencia, un olvido permanente, un despiste, una imposibilidad, una vagancia, una incapacidad, una pereza extrema, una laboriosa e intrincada manera de estar en el mundo, una desafección, una estrategia, un desapego, una renuncia.
El zapato era mi padre.
Lo inconcebible es también eso: los parámetros con los que medimos hazañas, la decisión, a partir de cierto momento en la Historia, de que lo heroico se encuentra siempre lejos. De que para ser un héroe es preciso marcharse; pero de dónde y en qué dirección nadie lo especifica. Por eso confundimos términos y héroes. Y un héroe es un astronauta, pero no un hombre que lo deja todo en busca de una vida mejor.
un recordatorio heredado de que la desgracia es a veces la factura que se esconde agazapada tras el exceso de felicidad.
que agarrarse a la tristeza y al dolor era una manera como otra de mostrar lealtad a los muertos.
demoledora advertencia. No confíes demasiado en lo que tienes: por mucho que resplandezca, que sus destellos cegadores inunden la vida, la tuya, puede desaparecer de la noche a la mañana.
Toda historia de amor contiene dentro de sí misma la semilla de su destrucción y a veces esa semilla duerme por los siglos de los siglos en un coma profundo y casi irreversible.
Siempre se ha dicho que el ser humano es un incansable buscador de sentido, pero suele pasarse por alto un pequeño detalle: que solo va en busca del sentido que encaja en su relato.
Confundimos el desenamoramiento con el abandono porque solo hemos visto imágenes de lo segundo. Seguimos sin saber qué significa dejar de estar enamorado y por eso nos aterra que nos pueda ocurrir. Tememos el abandono. Pero tememos sobre todo la pérdida de control.
Existían dos motivos por los que mi padre se había ido, y ambos estaban relacionados con la apariencia, con el físico.
Todo lo que nos es impuesto se revela al final como aquello que imperceptiblemente nos va deformando.
En el relato del día de mi nacimiento, mi madre, una vez me ponen en su clavícula, pregunta: «¿Doctor, tiene todos los dedos, los de las manos y los de los pies?». Y acto seguido: «¿Por qué es tan fea?».
Nunca vi que mi madre abrazara a su madre, al igual que jamás mi madre me abrazó a mí. Por eso una vez, cuando mi abuela era ya muy mayor, le dije a mi madre que tenía que intentar tocarla, acariciarle el pelo, lo que fuera. Me miró extrañada y después con una pena infinita. Me dijo que no sabía.
En el prólogo a Despachos de guerra, de Michael Herr (el mejor libro sobre guerra que he leído), se dice: «Somos responsables de lo que vemos». Pero creo que, en especial, somos responsables de lo que no queremos ver.
Lo que brilla, en el cielo, es el pasado. Las historias que miran al pasado solo sirven, en realidad, para poder mirar al futuro. Agradecimientos A mis padres, porque como no me contaron nuestra historia tuve que inventármela.

