Cómete la sopa Kafka’s
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Cómete la sopa Kafka’s
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Empezamos este juego divertido con dos primeras páginas de la autora Elena Ferrante. 🚀
Y es que en Cómete la sopa Kafka andamos divididos. No sabemos si nos gusta más el inicio de "La vida mentirosa de los adultos" o el de "La amiga estupenda" 🤔
¿Las has leído?
¿Nos ayudas a decidir cuál de las dos novelas comienza mejor?
Aquí van los dos inicios:
INICIO DE LA VIDA MENTIROSA DE LOS ADULTOS (Lumen, 2012)
1
Dos años antes de irse de casa, mi padre le dijo a mi madre que yo era muy fea. La frase fue pronunciada en voz baja, en el apartamento que mis padres compraron en cuanto se casaron, en el Rione Alto, en la parte de arriba de San Giacomo dei Capri. Todo se detuvo: los espacios de Nápoles, la luz azul de un febrero gélido, aquellas palabras. Yo, en cambio, quedé a la deriva y sigo ahora a la deriva dentro de estas líneas que quieren darme una historia, y sin embargo no son nada, nada mío, nada que haya empezado de veras o haya llegado a puerto: solo una maraña que nadie, ni siquiera quien escribe en estos momentos, sabe si contiene el hilo preciso de un relato o es simplemente un dolor enredado, sin redención.
2
Quise mucho a mi padre, un hombre siempre amable. Tenía modales finos del todo coherentes con un cuerpo delgado hasta el punto de que sus prendas parecían de una talla más, detalle que a mis ojos le daba un aire de elegancia inimitable. Su cara era de rasgos delicados y nada —los ojos profundos de largas pestañas, la nariz de impecable ingeniería, los labios abultados— empañaba su armonía. Siempre se dirigía a mí con un tono alegre, fuera cual fuese su humor o el mío, y no se encerraba en el estudio —se pasaba la vida estudiando— si no había conseguido arrancarme al menos una sonrisa. Sobre todo le hacía ilusión mi pelo, pero ahora me resulta difícil decir cuándo empezó a elogiármelo, quizá desde que yo tenía dos o tres años. Lo cierto es que durante mi infancia manteníamos conversaciones como esta:
—Qué bonito pelo, qué calidad, qué brillo, ¿me lo regalas?
—No, es mío.
—Un poco de generosidad.
—Si quieres, te lo puedo prestar.
—Ah, muy bien, así después me lo quedo para siempre.
—Ya tienes el tuyo.
—El que tengo te lo quité a ti.
—No es cierto, estás mintiendo.
—Echa un vistazo, era tan bonito que te lo robé.
Yo echaba un vistazo, pero en broma, sabía que nunca me lo robaría. Y me reía, me reía muchísimo, me divertía más con él que con mi madre. Siempre quería algo mío, una oreja, la nariz, la barbilla, decía que eran tan perfectas que no podía vivir sin ellas. Yo adoraba aquel tono, era una prueba continua de lo indispensable que era para él.
INICIO DE LA AMIGA ESTUPENDA (Lumen, 2020)
1
Rino me llamó esta mañana; pensé que iba a pedirme más dinero y me preparé para decirle que no. El motivo de su llamada era otro: su madre había desaparecido.
—¿Desde cuándo?
—Desde hace dos semanas.
—¿Y me llamas ahora?
El tono debió de parecerle hostil, aunque no estaba ni enfadada ni indignada, solo me permití una pizca de sarcasmo. Intentó reaccionar pero lo hizo de un modo confuso, incómodo, en parte en dialecto, en parte en italiano. Dijo que se había figurado que su madre estaba paseando por Nápoles, como de costumbre.
—¿Y de noche también?
—Ya sabes cómo es ella.
—Ya lo sé, pero ¿a ti te parece normal una ausencia de dos semanas?
—Sí. Tú hace mucho que no la ves, ha empeorado; nunca tiene sueño, entra, sale, hace lo que le da la gana.
De todas maneras, al final se lo tomó en serio. Preguntó a todo el mundo, recorrió los hospitales, fue incluso a la policía. Nada, su madre no estaba por ninguna parte. Qué buen hijo: un hombre corpulento, de unos cuarenta años, que no había trabajado en la vida, dedicándose solo a traficar y derrochar. Imaginé el interés que había puesto en la búsqueda. Ninguno. No tenía cerebro y solo se quería a sí mismo.
—¿No estará en tu casa? —me preguntó de repente.
¿Su madre? ¿Aquí en Turín? Rino conocía bien la situación, hablaba por hablar. Él sí que era viajero, había venido a casa por lo menos unas diez veces, sin que yo lo invitara. Su madre, a la que habría recibido de buena gana, no había salido de Nápoles en su vida. Le contesté:
—No, no está en mi casa.
—¿Estás segura?
—Rino, por favor, te he dicho que no está.
—¿Entonces adónde habrá ido?
Se echó a llorar y dejé que representara su desesperación, sollozos al principio fingidos, genuinos después. Cuando se calmó le dije:
—Por favor, de vez en cuando compórtate como a ella le gustaría; no la busques.
—Pero ¿qué dices?
—Lo que has oído. Es inútil. Aprende a vivir solo y a mí tampoco me busques más.
Colgué.
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