Sara Fratini's Blog, page 3

September 30, 2015

El amor de las sirenas

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Published on September 30, 2015 12:32

September 23, 2015

Nostalgia de otoño

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Published on September 23, 2015 04:54

September 21, 2015

El tiempo que perdemos tratando de no perder el tiempo

Estoy sentada en suelo con el ordenador en las piernas intentando escribir algo. Pienso en todo pero, en realidad, no pienso en nada. Estoy haciendo tantas cosas a la vez que no logro concentrarme en ninguna y muchas las hago sin darme cuenta que ya las he terminado.


Vivo apurando las horas, corriendo de un día a otro, repitiendo tareas e intentando sacar jugo de todo lo que hago. A veces, siento que no he dejado de correr desde hace mucho.


Me pregunto cuál es el fin de tanto estrés y esfuerzo. Sé que en la vida tenemos metas, sueños por cumplir que no pueden esperar y que no alcanzaremos por arte de magia, pero a veces hay que invertir tanto tiempo y esfuerzo que la vida se escapa en ese correr de un lugar a otro para lograr lo que queremos.


El mundo parece estar controlado por un reloj gigante que va más rápido de lo que podemos asimilar. Va tan rápido que no nos damos cuenta que no estamos viviendo, que nos falta el aire para disfrutar de la tranquilidad.


No recuerdo cuándo fue la última vez que me relajé y me senté a no hacer nada sin sentirme culpable, sin sentir que en realidad podría estar usando ese tiempo para hacer algo útil, para hacer más dibujos, para planificar nuevos proyectos.


El punto es sentirme culpable, porque no hacer nada lo hago muchas veces, pero con la angustia de estar perdiendo el tiempo y al final, lo que tenía que ser una hora de descanso termina siendo un nudo de pensamientos pesados y así van los días, con la sensación de no parar, de estar en constante movimiento a veces muy bien otras veces sin ganas.


Muchas veces dejo de hacer cosas que quisiera porque “estoy ocupada” o porque tengo que terminar algo que no puede esperar. El problema, es que cuando no voy a la playa cuando mi cuerpo me lo pide, o no desconecto cuando en realidad debería hacerlo se va creando en mi pecho una nube negra que me oprime, un sinsabor que no sé describir. No sé si llamarlo cansancio o agobio.


Creo que no soy la única con esta sensación. Vivimos en una sociedad donde cada vez es más difícil mantenerse. Tenemos un alquiler, la luz, el gas, el agua, la compra y tantas cosas más por pagar, o por lo menos esa es la excusa, si no trabajo, si pierdo tiempo ¿Cómo hago a final de mes?


Así pasan los días, en una constante carrera de obstáculos en el que caerse cuesta caro. Pero, ¿en realidad merece la pena? Estoy segura que debe haber una fórmula secreta para vivir sin correr tanto. Organizarme mejor es una, pero a lo mejor debería empezar por desconectar e intentar no hacer nada por cinco minutos y disfrutar ese momento.


Sara Fratini

@sarafratini


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Published on September 21, 2015 02:35

September 16, 2015

Crisis de identidad

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Published on September 16, 2015 03:07

September 13, 2015

Bailarina

Siempre quise ser bailarina, sólo que nunca me atreví. Traicioné mi amor por la danza y mis ganas de aprender muy temprano. Corrijo, me traicioné a mi misma.


Tenía unos 7 años, a lo mejor un poco menos, mi madre me había conseguido una plaza en una escuela de ballet y estábamos afuera de la puerta. Desde allí se podían ver las niñas con su uniforme rosa, una especie de bañador y una falda muy ligera. Creo que el uniforme fue una de las cosas que me hizo retroceder… ¿Tenía que estar en bañador para ir a bailar?


Una de esas niñas era mi amiguita número uno: Rosalinda. A pesar de las ganas que tenía de entrar y empezar con los ejercicios y de que llegara el momento en el que pudiera hacer piruetas y saltar de puntillas, no quise entrar. De nada sirvió que mi mamá me dijera varias veces que ella se quedaría hasta el final de la clase o que Rosalinda me llamara con una gran sonrisa y señas. Mi miedo fue más fuerte, o mis complejos, porque en realidad lo que más me asustaba de todo era que las niñas se rieran de mí, que vieran mi panza apretada por la malla y mi torpeza al intentar hacer los ejercicios.


Mirando atrás, ¿cómo una niña tan pequeña podía tener tantas inseguridades? Todavía no tengo respuesta. Imagino que cada persona las maneja de una manera diferente y al parecer la situación escapaba por completo de mis manos o por lo menos eso sentía.


Así fue cómo renuncié a mi primer sueño, así fue cómo nunca aprendí a saltar con gracia y a bailar en puntillas. Mi primera decisión importante y dije que no por miedo al qué dirán. Por rechazo a mi propio cuerpo. A pesar de las palabras de mi madre no entré, y al sol de hoy pienso en ese momento.


Recuerdo esa tarde cada vez que abandono algo por miedo o cada vez que renuncio a hacer cosas que sé que no serán del todo fáciles o  que necesiten mucho de mí. Pienso en esa tarde y en las ganas que tenía de dejarme llevar, de decir “al carrizo todo” y empezar a bailar. Nadie sabe que de pie, en frente a la puerta y a la profesora, me imaginé como la mejor bailarina de todas, salté por todo el salón, di vueltas en el aire y sonreí hasta el cansancio al terminar de bailar. Todo eso pasó en cuestión de segundos, mientras mi otro yo me decía que mejor volviera a casa, que no iba a lograr nada allí.


La danza me parece una de las expresiones más bonitas del cuerpo y yo la reprimí por temor, por complejo. Me encantaría tener un aparato para volar en el tiempo y llegar al pasado para decirme que todo está bien, que nadie me está mirando, que si quiero hacerlo lo haga y que si quiero llegar a bailar en puntillas necesito quedarme allí, dejar la pataleta y empezar con los ejercicios, que todo está en mi cabeza y que sea libre, que la vida es muy corta para aferrarse a los sentimientos equivocados y a lo que nos frena.


Pero como nada de eso es posible, me lo digo ahora: la vida es muy corta para aferrarse a lo que nos hace daño. Con esto, le subo el volumen a la música y bailo lo primero que suena. Todavía siento vergüenza cuando me siento muy observada, pero no lo dejo de hacer porque sé que esa vocecita insegura, no es más que una prueba para superarme a mi misma.


Sara Fratini

@sarafratini


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Published on September 13, 2015 13:24

September 9, 2015

El Peinado

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Published on September 09, 2015 03:37

September 6, 2015

Vomité angustias y lloré miedos

Pienso que todo está bien, insisto en ignorar lo que mi cuerpo intenta decir. Comienza el concierto e intento concentrarme en alguno de los músicos. El chico de la percusión se mueve extrañamente, a lo mejor su cuerpo también intenta decirle algo.


Empiezan a tocar una canción que me emociona muchísimo y vuelve la misma sensación. Esta vez, siento que la sangre se va de mis brazos y no puedo cerrar los puños, no tengo fuerza. Sin darme cuenta ya no estaba en el concierto, estaba en mis pensamientos repasando eso que me angustia desde hace ya mucho tiempo, sin querer, allí está de nuevo ese acompañante invisible: el miedo.


Lo sentía siempre antes de empezar actividades nuevas, ir al colegio, incluso antes de las fiestas de mis amigos. Ese miedo que bailaba en mi panza y no precisamente por maripositas de amor. El miedo me ha acompañado siempre, imagino que a todos.


No había descubierto la fuerza de mi cuerpo, de mi mente y de cuánto me afectan las cosas. Lo que no digo, me afecta. Cuando sucede algo en mi vida que intento ignorar mi estómago hace de las suyas y me juega sucio, o limpio, porque al menos mi estómago no se queda callado.


He vomitado angustias, preocupaciones, pensamientos. Vomito todo lo que no digo.


¿De qué sirve someter el cuerpo a tanto estrés? ¿Por qué tanto miedo a las palabras?


Todo lo que no dice la boca lo dice el cuerpo y lo he comprobado muchas veces. Desde la felicidad hasta la tristeza más profunda. Muchas veces me he sentido incómoda dentro de mi misma y es justo en esos momentos que mi cuerpo habla y me da una lección.


Cuando mis manos deciden enfriarse y quedarse sin fuerzas y mi estómago decide hablar por sí solo, me doy cuenta de cuánto me cuesta escucharme, porque siempre es más fácil ignorar lo que incomoda, hasta que el cuerpo dice: ¡Basta! Y empiezo a sentir que mis manos gotean el miedo, mi estómago se contrae y siento el vómito venir, los sapos y culebras, las palabras no dichas, la tristeza no identificable.


El cuerpo nos habla y nos dice lo que no queremos escuchar. Siento que debo obligarme a hablar conmigo misma, a darle un respiro al estrés y dejar ir al miedo, regalarle un viaje sin retorno, porque la vida con miedo es lo más cercano a una prisión.


Sara Fratini

@sarafratini


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Published on September 06, 2015 15:18

September 2, 2015

A dieta

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Published on September 02, 2015 04:15