Xavier Àgueda's Blog, page 118

April 7, 2014

849. Fiesta de singles

Tira cómica sobre las fiestas de singles.

“Cuando yo tenía catorce años, mi padre era tan ignorante que no podía soportarle. Cuando cumplí los veintiuno, me parecía increíble lo mucho que mi padre había aprendido en siete años.” (Mark Twain)


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Published on April 07, 2014 09:51

April 3, 2014

Edición de hielo y fuego

El Gigalienzo de Corominas en la librería Gigamesh.


“Adentrarse en la ciencia ficción cuando se ha pasado una temporada

inmerso en el mundo literario convencional es como abrir las ventanas

de una habitación pequeña, anticuada y con el aire enrarecido”


- Doris Lessing


 


El pequeño Alejo Cuervo era el típico niño rarito que no aprovechaba todos los recreos para jugar a pelota. A veces prefería sentarse en un rincón del patio a leer libros sobre imperios galácticos y viajes interestelares. Un día que precisamente estaba leyendo Fundación de Isaac Asimov, se le acercaron tres matones de instituto con ganas de pelea. Ante la inminencia de una interacción física de la que no parecía haber muchas posibilidades de salir ileso, a Cuervo no se le ocurrió mejor estrategia que la de citar el lema de Salvor Hardin, heroico alcalde del planeta Terminus. Para los que no estén familiarizados con las novelas del Ciclo de Trántor, es un lema que dice que “La violencia es el último recurso del incompetente”. Desconcertados ante la contundencia del aforismo, los matones se fueron sin pegarle, y es muy probable que fuese ese el momento en el que Cuervo, al menos a nivel subconsciente, decidió dedicar el resto de su vida a la literatura de fantasía y ciencia ficción.


Y le está quedando una vida estupenda, que parece una de esas leyendas de self-made man que tanto triunfan en Hollywood, con un protagonista que gusta de tomar algunas decisiones locas que cualquier otro editor consideraría contraproducentes.


Hace poco, a un entrevistador que dudaba entre tratarle de tú o de usted, Cuervo le dijo “Yo sólo admito dos tratamientos: el tuteo o el de santidad”, pero sus inicios, por supuesto, fueron humildes: A principios de los ochenta empezó a vender libros en una mesita en el Mercat de Sant Antoni y a publicar el fanzine Tránsito, aprendiendo enseguida que entre ambas actividades surgía una sinergia chula, que se realimentaban una a la otra.


Al poco tiempo estaba escribiendo reseñas en la revista Cimoc y los domingos en el mercado regalaba fotocopias de esas reseñas a sus clientes. Así empezó a hacerse un nombre en el mundillo y a conocer los principales editores de ciencia ficción, y enseguida estaba asesorándoles y responsabilizándose de colecciones de nombres tan molones como Fantasy, Super Ficción, Gran Fantasy, Gran Super Ficción, Alcor Fantástica y Biblioteca Asimov.


Para presentar la primera de ellas escribió un texto apasionado que incluía la siguiente declaración de principios:


“Permítaseme que divida el mundo en dos mitades: los buenos y los malos. Los buenos, faltaría más, somos nosotros, ardientes defensores del derecho inalienable de imaginar lo imposible. Los malos son todos aquellos enanos mentales que defienden la superioridad de los valores de la narrativa realista frente al fantástico, mirándolo desde su pedestal como a una especie de pariente pobre que ha sucumbido a las desidias del escapismo. (Hay una tercera mitad que comprende a todos aquellos que nunca leen una novela: desde los analfabetos hasta los que dicen no tener tiempo. Obviamente, esta mitad no cuenta.)”


Los más versados en álgebra lo habrán sospechado enseguida que de las tres mitades una por fuerza tenía que ser irrelevante, pero creo que también habría que considerar la posibilidad de que las dos primeras mitades tampoco sean mitades en el sentido estricto de la palabra y que, una vez más, los buenos se encuentren en inferioridad numérica frente a los malos, aunque traten de compensarlo con una pasión que ya quisieran para sí los aficionados a otros géneros literarios.


En todo caso, los buenos estuvieron de enhorabuena cuando en 1985 Rafa Martínez, dueño de Norma Cómics, ofreció en traspaso un semisótano en el número 53 de la ronda de Sant Pere, porque se lo pillaron Cuervo y su madre para montar dos tiendas simbióticas: en una de ellas se vendían cerámicas y cazuelas y la otra era una librería especializada. La primera la llevaba su madre y la llamaba Boa, la segunda la llevaba él y la llamó Gigamesh, sin L.


Cuervo está acostumbrado a que los despistados interpreten el nombre como un homenaje a un héroe sumerio y traten de añadirle una L entre la I y la segunda G. Lo considera “un atrapamoscas maravilloso” y no acostumbra a prestarse a explicar de dónde viene el nombre real, pero en alguna entrevista se ha ido de la lengua y lo ha confesado todo. Viene del libro Vacío perfecto de Stanislaw Lem.


Leyendo Solaris, o viendo la peli del Tarkovski, se queda uno con la impresión de que Stanislaw Lem era un tío serio, filosófico, tirando a místico, pero también era amigo de la sátira, el humor y el esperpento, y soltó no pocas boutades como la de lamentar que las reseñas literarias solieran ir supeditadas a las obras reseñadas porque decía que eso lastraba las aspiraciones artísticas de las reseñador. Lo solucionó escribiendo un libro de críticas de libros que no existían. Suena raro, pero es un juego al que ya habían jugado Jonathan Swift, François Rabelais y Jorge Luis Borges. Vacío perfecto era ese libro de reseñas de libros inexistentes, y Gigamesh era el segundo de esos libros reseñados a pesar de su inexistencia. Según Lem, se trataba de obra extremadamente ambiciosa, con muchas referencias y mucho subtexto, tanto subtexto había en Gigamesh que sus páginas contenían todos los conocimientos de la humanidad, comprimidos y codificados. Puede que la intención de Lem no fuese otra que la de cachondearse del Finnegans Wake de James Joyce.


En todo caso, la sinergia entre la literatura de género y  la cerámica no era tampoco evidente, pero, entre una cosa y otra, Cuervo y su madre pagaban el local, y él podía seguir editando sus cosillas, que cada vez tenían un aspecto más profesional y ya podían considerarse revistas en lugar de fanzines.


Primero vino la revista Gigamesh (también sin L), dedicada a la ciencia ficción, y después también las revistas Stalker y Yellow Kid, dedicadas al cine fantástico y a los cómics, respectivamente. Las ventas fueron modestas. Stalker y Yellow Kid tuvieron una vida breve, Gigamesh tuvo tres vidas de duración moderada: murió en tres ocasiones pero resucitó en dos y todavía hay algún fan esperando a que resucite la tercera. Incluso en las épocas en que no cubría los gastos de publicación, a Cuervo le gustaba editarla por dos motivos: porque molaba y porque la Gigamesh (revista) le traía clientes a la Gigamesh (tienda). Se lo tomaba como inversión publicitaria, como cuando regalaba hojas fotocopiadas en el Mercat de Sant Antoni.


Lo que sí que se vendió bien, a un nivel al que a ningún otro librero se le hubiese pasado por la cabeza, fueron los juegos de Games Workshop como Warhammer y Space Hulk, o las barajas de cartas de Magic: The Gathering. Cuervo se jacta de que muy probablemente la primera partida de Magic en España se jugó entre él y su señora, y está claro que fue pionero en darse cuenta del potencial comercial de la cosa, durante una buena temporada tuvo prácticamente el monopolio de este extraño fenómeno de la cultura alternativa que muchos aficionados al mus todavía se miran con recelo.


Aunque de vez en cuando aparecía alguien que todavía preguntaba por recipientes de cerámica, la tienda de su madre ya no estaba, Gigamesh ocupaba ya todo el semisótano y aún así, el sitio se le quedaba pequeño. Hubo que abrir una sucursal en el paseo de Sant Joan. La nueva tienda se especializó en juegos de mesa, juegos de rol y figuritas de plomo, bajo el lema de “Gigamesh: vicio y ludomanía”, y la vieja se centró en los libros bajo el lema “Gigamesh: vicio y subcultura”. Ambas fueron pronto consideradas vértices esenciales de lo que ha dado en llamarse Triángulo Friki, una pequeña galaxia de tiendas de ocio alternativo que poco a poco se fue configurando al noroeste del Arco del Triunfo de Barcelona, con algunas tan emblemáticas como Norma Cómics (especializada en tebeos), Freaks (especializada en libros de arte, tatuajes y cine raro), Alien el octavo coleccionista (especializada en figuritas y merchandising), o Kaburi (especializada en juegos y camisetas, pero especialmente célebre por su cafetería y por las reuniones de logias mensistas que se celebran en sus sótanos). Quizá el Triángulo Friki todavía aparezca en pocas guías de viaje, pero muchos de mis amigos de Zaragoza y de Madrid lo consideran visita obligada cada vez que tienen una excusa para acercarse a la capital catalana.


Consumismo de ocio alternativo en Barcelona.


Ya puestos, como andaba Cuervo un poco descontento con el trabajo de las distribuidoras que le traían las cosas, montó la suya propia: Distribuciones Dirac, que con el tiempo se iría fusionando con otras dando lugar al monstruo que hoy conocemos como SD.


Y, lejos de escarmentar tras la aventura de editar fanzines y revistas, Cuervo empezó a editar libros bajo la marca de Ediciones Gigamesh, también con la idea de que aunque las ventas fuesen modestas quizá saldrían sinergias chulas, y vaya si salieron.


Los sabelotodos le habían dicho que fuese con cuidado, que no era un buen momento para montar una editorial, y menos una editorial especializada en rollos de fantasía y ciencia ficción, que venían malos tiempos para la palabra escrita y que todas las grandes editoriales estaban cerrando este tipo de colecciones… A Cuervo le pareció que eso significaba que era un buen momento porque no así habría tanta competencia.


Además, para hacerlo todavía más emocionante, enseguida tomó decisiones poco ortodoxas que hubiesen contrariado a los editores tradicionales, como la de vender los libros escritos en castellano más baratos que los otros. No se trataba sólo de potenciar la creación en los paises no anglosajones, era más que nada que a Cuervo le parecía lógico que un libro de Angélica Gorodischer fuese más barato que uno de Tim Powers porque no se había tenido que gastar ni un duro en traducirlo. Visto así sí que parece lógico, pero no me suena que haya muchas editoriales que tengan en cuenta los costes de fabricación de cara a ajustar los precios de venta.


Aunque editar libros resultó más productivo que editar revistas, tampoco parecía algo como para ponerse a lanzar cohetes… hasta que a Cuervo le dio por comprar los derechos de una saga de fantasía medieval escrita por un señor de New Jersey llamado George Raymond Richard Martin. Este señor no era un total desconocido, llevaba escribiendo profesionalmente desde 1970 y su primera novela Muerte de la luz ya había sido nominada para los premios Hugo e incluida por Cuervo en una lista de imprescindibles de la ciencia ficción, pero tampoco es que hubiese grandes peleas entre los editores españoles para hacerse con los derechos de una saga de fantasía medieval que encima contenía poca fantasía, parecía hacer gala de más rigor histórico que la mayoría de novelas históricas de corte realista, estaba orientada a un lector adulto y, sin estar todavía terminada, ya era larguísima.


El título de esa atípica saga era Canción de hielo y fuego y los títulos de sus libros estaban todos construidos con la misma estructura gramatical: Juego de tronos, Choque de reyes, Tormenta de espadas, Festín de cuervos… Y ya se vendían bastante bien por sí solos, los lectores que los abrían solían convertirse en yonkis proselitistas que no dejaban de insistir en que probases tú también su droga aunque les confesaras haberte aburrido un montón con El señor de los anillos.


Pero es que luego encima hicieron una teleserie. Ni siquiera Alejo Cuervo podría haberlo previsto. Llevar a la pequeña pantalla los libros de Martin parecía una empresa improbable entre otras cosas porque sus tramas eran muy complejas y porque contenían bastante más sexo y violencia de lo que los telespectadores suelen tolerar antes de empezar a escribir cartas a los periódicos como locos. Los de la HBO se lo debieron tomar como un reto y nos trajeron un Juego de tronos con mucho sexo, mucha violencia, un presupuesto descomunal y bastante respeto por la obra original. Los telespectadores quedaron fascinados hasta tal punto que a muchos de ellos hasta les entraron ganas de leer. Es alucinante el poder que tiene la televisión para promover la lectura.


Cabe la posibilidad de que Cuervo esté ya vendiendo más ejemplares de Canción de hielo y fuego que de todos los otros libros que ha editado juntos. Los dependientes de Gigamesh se encontraron con que gran parte de su trabajo consistía en responder “No, todavía no ha salido Danza de dragones” o el que fuese cada vez el siguiente libro de la saga por el que suspiraban las masas. El cachondeo llegó al punto de que ahora van a trabajar vestidos con camisetas en las que pone “No, todavía no tenemos Vientos de invierno”, un libro cuya publicación, por cierto, no se prevé que suceda antes de 2015.


Llegó un momento en el que Cuervo podría haberse comprado su propio dragón robótico con diamantes en los ojos, rubíes en las pezuñas y un mechero Bunsen de oro en la garganta, pero optó por invertir sus ganancias en algo más molón:  la, cito textualmente, “librería friki más grande de Europa”.


“¿Más grande que la Forbidden Planet de Londres?”, le preguntaron en la rueda de prensa inaugural. “Mira,” respondió, “contando sólo los libros que tenemos en inglés ya tenemos más que todos los que tiene la Forbidden Planet de Londres.”


Cerró para ello sus dos tiendas y lo unificó todo en un luminoso local de quinientos metros cuadrados en el número 8 de la calle Bailén, y la semana pasada montó una fiesta de inauguración que duró dos días y que tuvo tanta afluencia de gente que casi parecía un Salón del Cómic pero con menos publicidad de películas y videojuegos. Los asistentes fuimos agasajados con vasos champán, sofisticados pinchos de atún y un libro gratis de regalo, pero eso era lo de menos: la propia tienda era un regalo para los sentidos, con ese cuadro gigantesco de Enrique Corominas, esa sala de actos para conferencias y presentaciones, y todos esos libros ordenaditos por colecciones, un goce estético incluso para los lectores de literatura mainstream.


A la sala de actos la llamó Sala Paco Porrúa, en honor al editor de Minotauro. Al cuadro de Corominas, metáfora de la creación literaria, lo llamó Gigalienzo. A la sección de libros viejos la llamó Túnel del Tiempo.


“En esta estantería está mi infancia”, me comentó mi amigo Josep, emocionado, y la verdad es que gran parte de la mía también andaba por ahí, y pedacitos de nuestra juventud y adultez también, para qué engañarnos.


Ahí estaban Clarke, Poe, Ballard, Wells, Orwell, Heinlein, Verne, Zamiatin, Farmer, Pohl, Simmons, O’Donell, King, Bester, Bradbury, Silverber, Wolfe, Brunner, Vance, Dick, Morgan, Disch, Keyes, Brown, Capek, Gibson, Harrison, Stapledon, Stewart, Sturgeon, Wyndham, Aldiss, Banks, Herbert, Sheckley, Spinrad, Watson, Zelazny, Burdys, Moorcock, Pratchett y todos los demás. Dice la leyenda que si no lo encuentras en Gigamesh, o no existe o existe únicamente en algunos universos paralelos a los que no es posible acceder hasta que no se produzcan adelantos significativos en la tecnología del teletransporte.


Alejo Cuervo vestido de Papa.

Fotografías de Carles Gironès.


Entre todas esas estanterías que, puestas en fila, equivalían a una distancia de dos kilómetros lineales, se paseaba Cuervo con una sonrisa y un disfraz de cardenal, saludaba a los amigos, se dejaba agasajar por los fans, trataba de organizar el follón de las sesiones de firmas y firmaba él mismo los ejemplares de Exégesis, el libro que regalaba a los asistentes durante la fiesta de inauguración y que promete volver a regalar a los que se pasen por Gigamesh el día de Sant Jordi.


En Exégesis aparecen varios artículos suyos, el listado de lo que considera la biblioteca ideal de ciencia ficción, traducciones de poemas del inglés, un par de poemas propios y un relato breve titulado Ostras con salsa picante. Y también una cita muy bonita de Ursula K. le Guin que dice tal que así:


“La fantasía es verdadera, por supuesto. No es real, pero es verdadera. Los niños lo saben. Los adultos lo saben también, y precisamente por ello muchos temen la fantasía. Temen a los dragones porque temen la libertad.”


Y si esto fuese una película de Hollywood nos estaríamos acercando inexorablemente al punto en el que el protagonista inicia su decadencia y paga cara su ambición, pero en realidad Cuervo se conserva majo y bonachón, sigue sin temer ni los dragones ni la libertad, y, pese a haber tenido la suerte de pescar un best-seller, sigue pensando que la industria editorial está cometiendo un error al apostar cada vez más exclusivamente por los superventas.


Lo explica en el último capítulo de su Exégesis, que lleva por título Reproches al sector editorial, que si tanto los libreros como los distribuidores y los editores miman más lo que más se vende, las estanterías van perdiendo diversidad y se entra en un círculo vicioso del que sólo pueden salir beneficiadas las grandes firmas.


Cuervo llama “libros de fondo” o “mid-list” a lo que también podríamos llamar “libros normales”, aquellos libros que, aunque no tengan ventas apabullantes, podrían llegar a generar algunos duros para sus autores y sus editores si no fuesen expulsados de las estanterías por las novedades de la semana siguiente. Son estos los libros que Cuervo recomienda mimar, no sólo para ofrecerle alternativas al lector que no quiera alimentarse exclusivamente de sombras de Grey, sino también porque apostar por ellos es la única forma de hacer posible la subsistencia de todas esas pequeñas librerías y pequeñas editoriales que peligran de morir asfixiadas en manos de gigantes.


Lo interesante es que Cuervo no se limita a opinar y lloriquear como un editor cualquiera, también actúa en consecuencia: por un lado ofrece descuentos a los libreros que porcentualmente venden más libros de fondo y por otro ha retirado la mayor parte de su fondo editorial del circuito de distribución del mass-market. El lector despistado todavía puede encontrar los primeros tomos de la Canción de hielo y fuego en la papelería del Carrefour, pero luego, cuando esté enganchado y necesite las siguientes dosis, no tendrá otro remedio que buscarlas en librerías de verdad.


No parecen estrategias de negocio muy sensatas desde el punto de vista empresarial, pero tampoco parecía muy sensato tratar de aplacar a tres matones de instituto con un fragmento de un libro de Isaac Asimov.



Más artículos sobre libros y librófilos en Los libros también son cultura.



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Published on April 03, 2014 12:02

April 2, 2014

848. Alginato

Tira cómica sobre los sofisticados ingredientes de la alta cocina.

Otra tira cómica para Tinta de Calamar, el blog gastronómico de la Cadena Ser.


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Published on April 02, 2014 09:57

April 1, 2014

La tienda del TMEO

Ladies and gentlemen, el TMEO estrena una tienda online en tmeotienda.com y a través de ella es posible pillar tanto el último número de la revista (el de la infanta amputada) como números antiguos (a los risibles precios de entonces, como si la inflación no nos afectase), suscripciones anuales (por 20 euritos), libros especiales, discos y una buena colección de álbumes incluyendo el álbum amarillo del Listo.


tmeo


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Published on April 01, 2014 07:18

Los libros también son cultura

Ladies and gentlemen, con la excusa de colaborar con la Revista de Letras me he ido entusiasmando y estoy escribiendo artículos sobre libros, lectores, libreros y literatura a un ritmo superior al que los digiere el prestigioso espacio cultural de La Vanguardia. Cualquier día de estos junto unos cuantos en un recopilatorio en papel como el de la cinefilia pero un poco más fino. De momento os los iré colgando aquí, en su estado bruto. Vuestros comentarios con correcciones, matizaciones y contraejemplos son muy bienvenidos.



Autobiography y otros clásicos
Los más abandonados
Dos heurísticas para la no ficción

Los libros también son cultura.


 


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Published on April 01, 2014 07:07

March 30, 2014

847. Identificador de llamadas

Tira cómica sobre telefonía fija.

“It’s hard to explain puns to kleptomaniacs because they always take things literally.”


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Published on March 30, 2014 03:06

Beerdelberg

El foro Beerdelberg es una reunión de periodicidad irregular a la que asisten algunas de las personas más influyentes del mundo mediante invitación. Objeto de diversas teorías conspirativas, los miembros se reúnen en complejos de lujo o bares de chinos ubicados en Barcelona, en una atmósfera de gran secretismo, para tratar cuestiones de macroeconomía, geoestrategia y tebeos. La prensa no tiene en estas reuniones ningún tipo de acceso, pero algún insensato que no teme por su vida ha filtrado una fotografía.


Club Beerdelberg


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Published on March 30, 2014 01:59

March 24, 2014

Dos heurísticas para la no ficción

Rinocerontes


Todos  tenemos más o menos claro qué es una novela y qué es lo que esperamos de ella, pero los libros que no son novelas son más escurridizos. Ahí hay divulgación, ensayos, memorias, manuales y otros, y a menudo los juntamos y los etiquetamos salomónicamente como “no ficción”, así como dando a entender que no sabemos exactamente qué son pero al menos tenemos una idea aproximada de lo que no son… Aunque luego nos encontramos con que la no ficción puede llegar a contener bastante ficción y eso lo complica todo.


Entiendo que la calidad literaria de las novelas no depende de si estas incluyen más o menos hechos demostrables o documentados en otras publicaciones, pero si leemos libros de no ficción suele ser con la intención de aprender cosas y por consiguiente la ausencia de ficción en ellos sí que debería ser uno de los indicadores más importantes de su validez.


El problema es que para detectar trolas en un libro de no ficción de forma sistemática es necesario que tu nivel de conocimiento sobre el tema sea superior al que ostenta el autor del libro, y eso no suele darse porque normalmente los libros que tratan sobre cosas que ya sabemos no nos aportan nada y raramente nos predisponemos a dedicarles nuestro tiempo.


Sirve de ejemplo un libro de texto de Santillana en el que ponía que Galileo inventó el telescopio y que con él demostró la teoría heliocéntrica que dice que los planetas y las estrellas giran alrededor del sol, que un padre aficionado a mirar el cielo por las noches lo vio y lo fotografió y lo puso en las redes sociales para que los internautas más avispados se riesen y soltasen comentarios sarcásticos sobre nuestro sistema educativo. Ese libro, sin embargo, estaba pensado para alumnos de la ESO y su conocimiento del universo era más modesto que los de los mordaces internautas. Es probable que muchos de ellos no sólo aceptasen el hecho de que Galileo había inventado el telescopio, que es algo que le podría pasar a cualquiera, sino que puede que llegasen a leer y releer el fragmento hasta aprehender la idea de que las estrellas giran alrededor del sol, lo que choca un poco con las teorías actualmente vigentes en el campo de la astronomía.


El reto es pues detectar, a poder ser antes de leerlo, si es susceptible de incluir fragmentos de ficción un libro de no ficción que trata sobre un tema que no dominamos.


Un truco fácil es mirar la solapa del libro. A veces basta con ver la foto del autor, a algunos se les ve a la legua que son unos fantasmas. Por si su aspecto físico no fuese suficiente, es probable que también encontremos ahí un pequeño texto biográfico que nos de una idea más concreta de qué tipo de persona es, si tiene estudios, si esos estudios tienen alguna relación con los temas sobre los que escribe, si recibió algún premio relevante, si ha publicado algo en algún sitio de prestigio, etcétera.


Inspeccionar la solapa nos proporcionará así estimaciones rápidas de la credibilidad del contenido de los libros, pero es un sistema falible. Tanto el texto biográfico como el aspecto físico del autor son bastante fáciles de tunear para aparentar erudición.


Hasta Pilar Rahola, por ejemplo, pasaba por Ph.D por simple método de apuntar en su bio que tenía dos doctorados.


Y quizá hasta Risto Mejide parecería un divulgador serio si se quitase las gafas de sol, se dejase crecer el pelo y se lo alborotase un poco.


Risto Mejide


Suena a chiste, pero me temo que tendemos a confiar más de lo normal en cualquier individuo cuyo look evoque un poco al del Dr. Emmett Brown de Regreso al futuro, con los peligros que eso comporta.


Un lector despistado que agarrase un libro de la sección de ciencia del Corte Inglés, mirase la solapa y viese a Eduard Punset con el pelo alborotado y la mirada alegre, podría llegar a creer que se encuentra ante el mejor divulgador que tenemos en España. El ex ministro ha perfeccionado tanto su mimetismo que en algunas fotos hasta nos muestra la lengua en un gesto de entrañable locura que seguramente busca homenajear a Albert Einstein.


El problema es que Punset es el ejemplo paradigmático de autor que no sabe de lo que habla y se hace la picha un lío tratando temas que se le escapan. Un día, después de dedicarse profesionalmente durante años a entrevistar a algunos de los científicos más importantes de nuestro tiempo, afirmó ante las cámaras: “yo he aprendido más de los animales que de los hombres” y puede que estuviese en lo cierto. Logra salirse con la suya porque se dirige a un lector que tampoco es experto en los temas que trata, pero no puede culparse al lector de no dominar todos los temas que trata Punset, porque Punset, como la de la mayoría de autores de divulgación que hablan de lo que no saben, abarca una cantidad de temas espeluznante. En sus libros salta de una disciplina a otra con la agilidad de un simpático saltamontes. Lo mismo te habla del principio de incertidumbre de Heisenberg que de la flora intestinal del rinoceronte de Sumatra, y lo mismo le da alabar las excelencias del método científico que la psicoastrología kármica o los poderes telequinéticos del doblador de cucharas Uri Geller. Si sabes algo de química igual te das cuenta de que patina cuando exige libertad para los “polímeros encadenados”, pero luego quizá te cuela cosas raras sobre la gestión emocional, y si eres neurólogo igual sospechas que se está inventando lo de que “mediante procesos exclusivamente cerebrales se puede influir en las vinculaciones genéticas y cambiarlas” pero quizá te la cuela luego cuando explica que la primera bacteria “soltaba unas señales preguntando asustada si había por ahí alguien más”, aunque también es verdad ha llegado a perpetrar algunas punsetadas capaces de crear un desconcierto universal, como la de que “hasta hace muy poco tiempo, éramos lo más parecido que puede haber a los crustáceos, del cuello para arriba éramos idénticos porque la mente estaba dentro y por lo tanto no la veíamos, y en el exterior estaba la calavera o la nuca para que todo el mundo la viera y comprendiera.”


Le han dado un montón de premios por sus labores como comunicador, escritor y pensador, pero cada día son más los escépticos y los gamberros (capitaneados en Twitter por una tal Daurmith) que ven sus programas de la tele y leen sus artículos y sus libros con la única intención de compartir online los fragmentos más disparatados.


Es por todo esto por lo que resulta útil conocer otro truco que nos ayudará a adivinar enseguida si un libro de no ficción incluye ficción, que es tan fácil o más que el de mirar la contraportada pero todavía más fiable. Consiste en abrir el libro por el final y mirar si contiene referencias.


Por referencias no me refiero a que el antiguo jefe del autor nos asegure que es un trabajador puntual y proactivo. Me refiero a que las afirmaciones que aparecen en el libro, o al menos la mayor parte de ellas, estén respaldadas por pequeños numeritos que se correspondan con pequeñas notitas que indiquen de qué estudios o de qué documentos proceden tales afirmaciones.


Parece fácil, y en muchos institutos de educación secundaria tratamos de convencer a los chavales para que incluyan referencias en sus trabajos, y a veces les suspendemos si no las incluyen, pero no todos los editores son tan quisquillosos.


En la España del siglo XXI, encontrar libros con las referencias bien puestas es algo tan poco común que, para no estresarme, he empezado a considerar  también como si tuviesen “referencias” los libros que al menos incluyen bibliografía, aunque no es exactamente lo mismo. Con las bibliografías uno nunca puede estar seguro de si indican los libros de los que el autor ha sacado la información o simplemente indican otros libros que tratan el mismo tema. Ni siquiera podemos descartar que las añada luego algún becario de la editorial. Algunos libros de Punset, por ejemplo, contienen bibliografía, pero otros libros suyos publicados en otros sellos carecen de ella.


Cuando tenga mi propia macro-cadena de librerías os pondré los libros de no ficción en estantes separados según si contienen referencias o no las contienen, para facilitar las decisiones de compra, pero hoy día los libros de no ficción suelen estar clasificados por temáticas y, para estimar su credibilidad, hay que ir abriéndolos uno a uno.


Es evidente que algunos géneros se prestan más a las referencias que otros, y no sorprende a nadie que los géneros que más se prestan a las referencias sean también los géneros que menos se prestan a las trolas. A más new age, menos referencias. A más ciencia, más referencias.  El gen egoista de Richard Dawkins, La rebelión de las formas de Jorge Wagensberg y el Pensar rápido, pensar despacio de Daniel Kahneman, por ejemplo, contienen referencias, pero no las contienen el Manual del sanador vibracional de Ted Andrews, El yoga tántrico de Jean Riviére ni el Cabaret místico de Alejandro Jodorowsky.


Aunque también es verdad que cuanto más nos adentramos en las ciencias duras como la física o las matemáticas, las referencias se vuelven más escasas, supongo que porque sus autores consideran que sus fórmulas hablan por sí solas o que si alguien no se fía de lo que le estamos contando que se construya su propio acelerador de partículas. Me di cuenta de que el mundo era mucho más complejo de lo que parecía a simple vista cuando caí en que Por amor a la física de Walter Lewin no contenía referencias, pero que sí que las contenía La pareja multiorgásmica de Chia y Abrams.


Eduard Punset


Las secciones de las librerías dedicadas a la psicología merecen ser exploradas con calma porque en ellas conviven lomo con lomo dos escuelas muy diferentes: la del estudio del comportamiento humano en general (que suele estar más referenciado) y la del estudio del propio ombligo del autor (que suele estar menos referenciado). Desgraciadamente, la mayoría de libros que reparten consejos para ser mejores y triunfar en la vida y en el amor pertenecen a la segunda categoría. Hete ahí el Cómo hacer amigos e influenciar a las personas de Dale Carnegie, el Sex Code de Mario Luna o el Aprenda PNL en sólo 21 días de Harry Alder. Afortundamente, también hay algunos híbridos que tratan de observar científicamente el comportamiento humano en general y a partir de éste extraen una sabiduría que reparten en forma de autoayuda referenciada que puede llegar a ser muy recomendable. Hete ahí el 59 segundos de Richard Wiseman, el Predictably irrational de Dan Ariely, o incluso el How to fail at almost everything and still win big de Scott Adams.


En las biografías buenas también suele haber referencias. En las autobiografías no tanto, porque el autobiógrafo suele considerarse a sí mismo una fuente fidedigna de credibilidad contrastada, como si La vida desaforada de Salvador Dalí fuese a ser menos verosímil que La vida secreta de Salvador Dalí por haber sido escrita por Ian Gibson en lugar de por el propio pintor.


En lo que se refiere a las artes y las humanidades, la mayor parte de autores parecen considerar que las referencias no son necesarias, pero también hay más o menos excepciones dependiendo de cada arte y cada humanidad concreta. En los libros sobre cantantes y grupos de música pop rock, poquitas hay, pero sí que están muy bien referenciados el Escucha esto de Alex Ross, La historia del jazz de Ted Gioia y el Cómo funciona la música de David Byrne. En las artes plásticas, aunque tampoco abundan, las encontré por ejemplo en La vida privada de los impresionistas de Sue Roe y, por supuesto, en todos los libros de Ernst Gombrich. En la sección de cine sólo las encontré en el Moteros tranquilos, toros salvajes de Peter Biskind, los demás solían contentarse con algunos listados de las películas y sus correspondientes fichas técnicas.


Curiosamente, libros sobre tebeos como el Supercómic y La novela gráfica de Santiago García tienden a estar mejor referenciados que muchos libros sobre otros medios más ligados a lo que se suele considerar la alta cultura. Se nota ahí un esfuerzo consciente por dignificar y darle un poco de respetabilidad al mundo de las viñetas.


Sin embargo, lo que sería especialmente urgente dignificar son los libros de las secciones de deporte, salud y bienestar, porque están jugando con la vida de las personas y en ocasiones de forma bastante imprudente, llegando a recomendar algunas dietas hiperprotéicas que entrañan más peligro que cruzar un puente de Calatrava en un día lluvioso. Algunos libros como El método Dukan de Pierre Dukan dejan a su paso una estela de enfermedades y riesgos metabólicos que harían palidecer a los editores del Necronomicón. No sorprenderá a nadie que no contengan referencias. De hecho, encontrar referencias en un libro sobre comida es más difícil que encontrar una ración de chistorra y patatas bravas en el tupperware de Letizia Ortiz, pero no paré hasta dar con una excepción: el Comer sin miedo de J.M. Mulet.


En las secciones de espiritualidad y de gestión empresarial, ni excepciones encontré. Ahí no había referencias ni en el Dios vuelve en una Harley de Joan Brady, ni en El tao de la salud, el sexo y la larga vida de Daniel Reid, ni en Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva de Stephen R. Covey, ni en el ¿Quién se ha llevado mi queso? de Spencer Johnson.


En la popular colección de libros Tal cosa para dummies tampoco.


En las secciones de sociología e historia, sin embargo, sí que abundan los libros referenciados, desde La sociedad abierta y sus enemigos de Karl Popper a L’esquella de la Torratxa de Jaume Capdevila, pasando por La conquista de lo cool de Frank Thomas, El holocausto español de Paul Preston o La doctrina del shock de Naomi Klein, pero también hay unos cuantos que se arriesgan a entrar en temas controvertidos sin mencionar fuentes comprobables, como el Cataluña hispana de Javier Barraycoa. Y luego también hay linces como César Vidal que a veces ponen referencias inventadas con la tranquilidad que les da el saber que la mayor parte de nosotros no tenemos tampoco intención de leerlas ni mucho menos de comprobarlas, nos basta con saber que están ahí para sentirnos más arropados.


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Published on March 24, 2014 12:49

March 23, 2014

846. La prensa del régimen

Viñeta de humor gráfico sobre la manipulación informativa.

“Las cosas sólo son imposibles hasta que dejan de serlo” (Jean-Luc Picard)


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Published on March 23, 2014 03:19

March 21, 2014

El juego de cartas del WEE

Ladies and gentlemen, cuando creíamos que el WEE había fenecido, renace de sus cenizas y lo hace por todo lo alto, convertido en una baraja de cartas gracias al talento y dedicación de Alfredo Murillo. Madre mía, creo que es el juego de mesa que más me ha emocionado desde que a los trece años gané una partida de Risk. Descargue aquí las cartas e instrucciones del juego y déjese mecer por la nostalgia y el alcoholismo de rol.


El juego de cartas del WEE.


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Published on March 21, 2014 12:35