Rafael Avendaño's Blog: Blog de Rafael y Juan en Goodreads, page 4

December 15, 2016

December 6, 2016

Lenguaje corporal para moldear nuestra identidad

Quién esté pasando por una época de estrés, o tenga que enfrentarte a una situación difícil como una entrevista de trabajo, tal vez este video te ayude.


No creo en los trucos milagrosos del estilo “mejora tu físico con esta rutina de solo 5 minutos al día” que tanto circulan por internet, pero el pequeño truco de lenguaje corporal que explica en el video realmente funciona, lo he comprobado personalmente, para bajar el nivel de estrés de cara a enfrentar una situación difícil. ¡Y realmente solo necesitas 2 minutos!


 



 

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Published on December 06, 2016 00:45

November 20, 2016

La Odisea de la Incertidumbre Americana

trump-toilet


En nuestra novela “El Prisionero”, su protagonista, Paul Hébert, se hace una serie de reflexiones sobre las contradicciones de Estados Unidos.


“América son muchas cosas, es el capitalismo más cruel, es la vida al filo de la desgracia, siempre con la amenaza de un huracán, un terremoto, o un tiroteo. Pero América es también los libros de comics, y adultos soñando con aventuras infantiles. América es una multitud que aplaude dentro de una sala de cine (¿ridículo o adorable?) América son reuniones de vecinos que se ayudan, se apoyan y se alientan. América y sus fiestas de graduación, chavales de 17 años con corbata celebrando que han terminado sus años de instituto cómo si fuera un logro inmenso; pero América produce los mejores científicos del planeta, y cuando estos surgen en otros lugares del mundo, América se los trae. América es el puritanismo y el miedo al sexo, tremendo miedo al sexo, a hablar de él en los medios de comunicación, pero practicarlo desde los 12 años y generar billones de dólares en pornografía. América es el culto al cuerpo y un 30% de obesos en la población. América son los mayores avances médicos del mundo en el tratamiento del cáncer y tantas otras enfermedades, pero un sistema que permite que una persona pierda todos los ahorros de su vida por una inoportuna enfermedad. En América conviven todas las razas en armonía hasta que se matan entre sí. Star Wars, Coca Cola y la mitad de las medallas de las olimpiadas. Aunque seas extranjero te conmueves al escuchar el himno, un himno en el que cantar la nota que acompaña a la palabra libre es casi imposible, como si la libertad solo la pudieran alcanzar unos pocos. El compañerismo y la fraternidad, mientras multinacionales explotan sin remordimientos a niños inocentes en otros países. América habla suave mientras lleva un palo inmenso en las manos, es lo que decía el presidente Theodore Roosevelt, aunque su sobrino Franklin Delano le enseñó al mundo que era posible una sociedad capitalista regulada por un gobierno fuerte que cuidara de las necesidades de sus ciudadanos más desfavorecidos. América es la esclavitud de los negros que sigue respirando detrás del discurso que escribe su historia dos siglos después. América es llegar a la luna y es dictar los sueños de un planeta. América es no saber idiomas aunque dentro de ti se hablen todos. Es tender la mano y es apartarla.”


¿Confuso?, ya lo creo, pero si Paul Hébert se hiciera esa reflexión ahora, tras la victoria del magnate Trump en las elecciones generales, la confusión sería aún mayor.

Ni Rafael Avendaño ni yo somos Paul Hébert, pero muchas de nuestras experiencias nos las ha robado Paul Hébert, incluidas en mi caso las de un europeo que se encuentra un día con que el resto de su vida, para bien o para mal, se extiende frente a él en esta tierra tan contradictoria. ¿Qué pensaría Paul Hébert de esta situación tan inusual? ¿Es realmente tan inusual? ¿Por qué estábamos tan cómodos aceptando a una candidata que representaba lo peor de la política establecida? ¿No somos mi coescritor y yo, en realidad, amantes de romper las reglas? Vamos a ver: empezamos a escribir ficción en equipo (no es que fuéramos pioneros, pero no es en absoluto lo más ortodoxo) luego empezamos a escribir como perfectos desconocidos una saga que se acabará extendiendo más allá de las dos mil páginas (en lugar de lo más habitual para autores noveles: empezar con novelas cortas), además de que, quién lea nuestros libros, se dará cuenta de que nuestra manera de pensar se aleja mucho del conformismo. Sin embargo, y hablaré por mí, sufrí con mucha ansiedad los días previos a las elecciones, sospechando que pasaría lo que acabó pasando. ¿Por qué?


En la tercera parte de nuestra saga, que arrancó hace casi tres años con Todo lo que Nunca Hiciste por Mí, están presentes como personajes muchos políticos de primera fila del ejecutivo de Barack Obama, Obama incluido. El libro, que llevará por título “La Mitad Invisible”, desarrolla gran parte de su acción en Estados Unidos y lleva escrito más de un año. Hace unos meses reflexionamos por primera vez que, para cuando el libro saliera a la luz (lo hará probablemente en el primer semestre de 2017) Obama ya no sería presidente, pero lo sería Hillary Clinton, con lo cual nos sentíamos cómodos dejando esos personajes tal cual. ¿La razón? El libro resultaría tal vez un poco anticuado pero, por decirlo de alguna manera, pertenecería a una realidad similar a la contemporánea, una realidad sociopolítica que mantendría el Status Quo, el estado natural de las cosas… No, no había ningún problema en mantener esos personajes. Con Trump en el poder, sin embargo, el discurrir de la política americana, de su historia y, en consecuencia, del mundo occidental e incluso el mundo conocido es, cuando menos, una incógnita enorme, en el que incluso la ficción se ve alterada.

Trump es tan contradictorio, tan simple y tan complejo que como personaje literario no funcionaria jamás, ¿O sí? Tal vez ahí está la clave, ahí está la incógnita. De la imprevisibilidad de Trump nace el constante “Cliff Hanger”, el qué pasará después, de manera que, te guste o no, no puedes dejar de leer, ni puedes dejar de mirar.

Lo malo es que todo esto es la realidad, no un libro.


Aparte de que ahora a ver qué hacemos con esos personajes de “La Mitad Invisible”

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Published on November 20, 2016 16:40

November 19, 2016

Las redes sociales y la (des)información

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Se está produciendo un fenómeno preocupante relacionado con Internet y cómo formamos nuestra opinión basada en la información que recibimos. En los comienzos de internet y de las redes sociales, una de las predicciones que solían hacer los expertos era que cada vez íbamos a estar mejor informados. Que la sociedad se iba a volver cada vez más abierta y plural porque iba a tener acceso a muchos más puntos de vista, a muchas más opiniones diferentes.


Sin embargo está sucediendo todo lo contrario. En lugar de tener acceso a puntos de vista variados, solo vemos opiniones similares que refuerzan la misma idea. En lugar de opiniones diferentes, cada vez nos encontramos más con la misma opinión. Como todas las opiniones coinciden con la nuestra, pensamos que tenemos la razón, sin discusión, y lo que encontramos en las redes sociales refuerza esa idea, ya que no vemos a nadie que nos contradiga o que opine diferente. Y si los hay, son una minoría, locos, mala gente que va en contra de la opinión mayoritaria y acertada de la sociedad. O sea, nuestra opinión, que es la de los “buenos”.


Sin embargo, la realidad es que cada vez estamos más desinformados, cada vez tenemos menos datos para entender los problemas complejos a los que se enfrenta la sociedad (economía, ética, legales, científicos). Nuestra comprensión de los asuntos cada vez es más simple, de una ingenuidad casi infantil.


Y ni siquiera somos conscientes del problema.


Y la culpa la tienen las redes sociales y sus “famosos” algoritmos.


Para entender el fenómeno es necesario, primero, entender cómo funciona una red social como Facebook:


Facebook basa su multimillonario negocio en enganchar a la gente gracias a las pequeñas dosis de satisfacción que uno recibe cuando lee un post gracioso, agradable, interesante, y sobre todo, cuando recibe “likes” a los post que uno mismo ha publicado. El proceso se realimenta: si vemos algo que nos gusta le daremos un like. Así que la persona que lo ha publicado sentirá una pequeña satisfacción y seguirá publicando. A su vez, dada la gigantesca cantidad de cosas que se publican en Facebook cada segundo, es necesario filtrar y mostrar a cada usuario aquello que tenga más posibilidades de gustarle.


¿Y cómo sabe Facebook lo que nos gusta más y lo que menos? Con los algoritmos.


Los algoritmos son unos programas basados en inteligencia artificial que deciden qué publicaciones vemos en primer lugar en nuestro feed de noticias. Para decidir lo que nos puede interesar más, analizan nuestro historial, dónde hemos hecho clic antes, dónde hemos pasado más tiempo leyendo una noticia, a quién seguimos… En base a ese historial, el algoritmo decide qué es lo que más nos va a interesar leer a continuación.


¿Y qué es lo que ocurre con la información? Exactamente lo mismo. Facebook decide con sus algoritmos qué noticias nos van a interesar más, en qué noticias hay más posibilidades para que hagamos un like.


El resultado de esto es que solo vemos noticias y artículos cuya opinión coincide con la nuestra, porque de ese modo vamos a darle un like. Por ejemplo, las personas a favor del libre comercio solo van a ver artículos que clamen a favor del libre comercio (like) y rara vez se van a encontrar opiniones argumentando en su contra. Las personas a favor de los toros van a ver artículos sobre toros (like) en lugar de opiniones en contra. Los antitaurinos solo verán noticias clamando contra el maltrato animal (like) en lugar de defendiendo la fiesta nacional. Las personas de izquierdas solo leerán artículos que refuercen su idea de izquierdas (like), y las personas de derechas solo leerán noticias que vengan a reforzar su posición de derechas (like). Y así sucede con todo.


¿El resultado? Que en lugar de acceder a diversidad de opiniones que nos ayuden a formarnos una opinión propia, conociendo los pros y los contras de cada postura, vemos un solo punto de vista que refuerza nuestra opinión de partida. Nos aislamos en una realidad en la que pensamos que la mayoría piensa como nosotros, creyendo falsamente que es solo una minoría de locos la que defiende la postura contraria. Percibimos a los que no opinan como nosotros como una minoría radical que nunca puede tener la razón. No tenemos acceso a argumentos que tal vez podrían hacernos cambiar de opinión sobre ciertas cuestiones, o al menos a matizar nuestra opinión.


La sociedad se polariza, se radicaliza en sus posturas, ya que todo el mundo cree estar dentro de una mayoría que avala su postura.


Vivimos engañados creyendo que estamos bien informados porque estamos al día en nuestro newsfeed, creyendo que gracias a redes sociales como Facebook accedemos a información abundante y variada, cuando lo que ocurre es que cada vez nos encasillamos más en un nicho donde solo leemos voces que nos dicen lo mismo, donde nadie discrepa, donde los que opinan diferente son los raros, la minoría, los locos, las malas personas.


Quizás deberías empezar a buscar información por ti mismo y descubrir que ahí fuera, más allá de las redes sociales, existe un mundo de opiniones contrapuestas, un mundo donde, tal vez, algunas personas tengan también su parte de razón.

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Published on November 19, 2016 08:36

Todo lo que nunca hiciste por mi – Segunda parte

Las Flores de Otro Mundo es la segunda parte de “Todo lo que nunca hiciste por mi”.


portada


 



SINOPSIS



Las flores de otro mundo es la esperada segunda parte de Todo lo que Nunca Hiciste por mi.


Míralas atentamente. Descubrirás que son mujeres especiales, raras, hermosas, exóticas y potencialmente peligrosas, como flores de otro mundo.


Carla, experta en redes sociales, debe lanzarse sin reserva a un letal duelo de ingenio con el ciberacosador más frio y aterrador con el que jamás se ha enfrentado. El sádico ciber asesino, que cree haber encontrado en Carla una adversaria con una inteligencia a su altura, pondrá a prueba a la mujer extendiendo a su alrededor una macabra red de extorsión. Se llevará una sorpresa cuando Carla, lejos de oponer resistencia, acabe sometiéndose a sus chantajes, accediendo a cometer cualquier crimen con tal de proteger a su hijo. Pero cuando el asesino se dispone a dar el golpe de gracia, con Carla internada en un centro psiquiátrico bajo su control, la situación dará un inesperado giro de 180 grados.


Eva Luna, víctima de abusos en la infancia y poseedora de una intuición casi sobrenatural para identificar los traumas de las personas que la rodean, se esfuerza por recuperar la vida plena de felicidad que siempre soñó. Pero, cuando en su vida se cruzan otras mujeres que sufren maltratos, intentará librarlas de los hombres que las amenazan usando métodos nada ortodoxos.


Alicia, la joven adolescente acusada injustamente de maltratar a su hermano pequeño, huye de casa. Sola, en una ciudad hostil, tendrá que luchar por sobrevivir. Y es que Alicia es una chica de 16 años muy valiente. Pero ahora Alicia necesitará algo más que valor para sacar a su amiga Erika de las garras de la red de prostitución juvenil en la que ha caído.


Tres mujeres cuyos caminos están irremediablemente unidos al de Max, el misterioso hombre que ansia recuperar sus recuerdos. Sin embargo, cuando Max descubre que fue el protagonista de una sangrienta historia donde la mujer que amaba acabó pagando las consecuencias de su sed de venganza, tendrá que decidir entre acabar lo que empezó o darle la espalda a sus enemigos y asumir su amnesia como una nueva oportunidad.


Las Flores de Otro Mundo es una historia cargada de suspense y emociones, que se lee compulsivamente y en la que late, de fondo, el destino de unos personajes que se niegan a mirar para otro lado cuando la injusticia se despliega a su alrededor.


 

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Published on November 19, 2016 08:31

November 1, 2016

Booktrailer de “El prisionero”


Booktrailer de la novela El Prisionero, de Juan Gallardo y Rafael Avendaño from Rafa Avendaño on Vimeo.


Más información en http://hyperlinknovelas.com/el-prisio...


Una novela construida alrededor de un delirio ingenioso y con una mecánica del suspense que sorprenderá al lector una y otra vez.


TODO ACABÓ Y TODO EMPEZÓ EN PARIS, EL 13 DE NOVIEMBRE DE 2015


Descarga gratis los primeros capítulos

París, 13 de noviembre de 2015. Amas tanto a tu esposa que decides demostrárselo sorprendiéndola con un fin de semana romántico en París. Tras un día mágico entre museos, barrios bohemios y música de acordeón, cenáis en un restaurante no menos mágico en el que la comida se sirve en la obscuridad. Decides poner el broche a un día perfecto invitándola a un concierto de rock de su banda favorita en una famosa sala parisina, la sala Bataclan.


Días después, Paul Hébert, un periodista francés que cubre un reportaje en Irak para un periódico americano, nos narrará en primera persona las circunstancias de su secuestro por un grupo yijadista. Arrodillado en una fila de prisioneros, los terroristas se disponen a cortarle el cuello. Paul se enfrenta a sus últimos segundos de vida mientras intenta, desesperado, encontrar un modo de escapar a lo inevitable.


Armado con su ingenio y su erudición cinéfila, y utilizando su sentido del humor como su mayor fuente de fuerza, Paul incubará un plan absolutamente demencial para construir una fantasía alrededor de los yijadistas y escapar a una muerte segura.


Han pasado 3 meses y Paul recobra el conocimiento sano y salvo en un hospital, aunque no recuerda nada de lo sucedido durante su cautiverio. La opinión pública ha seguido su secuestro y Paul se ha convertido en una celebridad. Pero las circunstancias de su liberación son un misterio. En su teléfono móvil, Paul encuentra un video donde se ve a sí mismo encapuchado y vestido como un terrorista, proclamando la amenaza de una devastadora bomba en el corazón de Estados Unidos.


La amenaza es real y para desactivarla Paul tendrá que seguir sus propios pasos y reconstruir su demencial plan de fuga. Sin embargo, por cada descubrimiento de su pasado olvidado, encontrará una nueva amenaza en el presente. Es el comienzo de una carrera psicológica de obstáculos que llevará a Paul de Houston a Washington, y finalmente a París, a la noche de los atentados y a comprender que su destino está trágicamente unido al de aquella pareja de enamorados.


Y es que nada ni nadie, ni siquiera él mismo, es lo que parece ser.


Con un final sorprendente, El Prisionero es una novela construida alrededor de un delirio ingenioso, con una mecánica del suspense que sorprenderá al lector una y otra vez y le hará sumergirse en las oscuras profundidades del alma humana donde el amor, el odio, el deseo de venganza y la lucha por la supervivencia se revelan como los verdaderos motores de la Historia.


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Published on November 01, 2016 02:28

October 29, 2016

EVA LUNA

EVA LUNA


No soy capaz de expresar con palabras lo que me cuesta enfrentarme a esta página desolada.


No es la primera vez que escribo en una de estas hojas, pero me resulta igual de duro que la primera vez, o incluso más. No es fácil mostrar, aunque sea mediante palabras y en hojas de papel que no leerá nunca nadie, lo indigno de mi carácter, la dureza de sentir que la vida se te ha escapado, que no eres más que una farsante en una vida que no te corresponde.


Pero da igual. Por mucho que escriba mi historia siempre estará incompleta. Porque yo estoy incompleta.


Yo no soy Eva Luna, yo soy la mitad de Eva Luna. La mitad de lo que era.


La mitad de mi prima Clara, mi ancla, sigue sin aparecer. Y mi tía no ha vuelto a visitarnos.


Antes de que mi madre nos abandonara, antes de los abusos sexuales de mi padre, las cosas estaban mejor, por supuesto, aunque estaban muy lejos de lo que llamaríamos una situación familiar idílica.


No. Tengo que irme muy atrás para recordar lo que es la felicidad. Es como escarbar en la tierra, hacer un agujero profundo y meterte en él. Una vez dentro, vuelves a escarbar, así una y otra vez, hasta que miras hacia arriba y solo ves un pequeño punto de luz sobre tu cabeza. Y ni siquiera entonces has llegado a tu destino.



Debía tener 6 o 7 años cuando empecé a hacerme reflexiones de ese tipo, lo cual es una señal de anormalidad aterradora. Las niñas deben preocuparse de otras cosas, de qué regalos les van a hacer por navidad, de cómo te sienta tal vestido, de sus muñecas, de cosas así, no de encontrar la felicidad en lo más profundo de sus recuerdos.


Recuerdo, sobre todo, que no había manera humana de satisfacer a mi padre. Me encargaba tareas impropias para niñas de mi edad como cuidar del jardín, organizar sus revistas de medicina, poner y quitar la mesa y asegurarme de que estuviera puesta como a él le gustaba, el tenedor a la derecha, el cuchillo a la izquierda (recuerdo recibir golpes porque no estaban perfectamente alineados o por dejar una revista fuera de lugar); y si traía cualquier queja de la escuela, por insignificante que fuera, sabía que esa noche me iba a pegar con la correa.


¿Qué hacía mi madre a todo esto? Nada.


No quiero ser injusta con ella. Mi madre nunca tomó la iniciativa a la hora de encargarme tareas absurdas y mucho menos a la hora de darme castigos físicos o insultarme. Alguna vez la escuché decir que mi padre «era muy severo», aunque «todo lo hacía por mi bien».


Acabo de mencionar los insultos.


Desde que tengo recuerdos, mi padre me decía cosas que me daría vergüenza repetir. Había veces que usaba palabras que no entendía, pero es que no era necesario entenderlas. Mi padre me podía decir «eres la niña más guapa del mundo» que resultaba igual de ofensivo. No eran las palabras, era el tono de voz cargado de desprecio. Más que hablarme, mi padre me escupía las palabras y nunca fallaba en hacerme sentir tan humillada y despreciable como él quería que me sintiera. En eso su eficiencia era total.


Más allá del dolor que me causaban sus insultos y sus golpes, estaba lo que más me hacía sufrir. Un monstruo implacable que me acompañaba las veinticuatro horas del día.


El miedo.


Piénsalo bien. Un golpe te duele durante unos minutos, un insulto que se repite empieza a perder su capacidad nociva. Pero el miedo no te abandona nunca.


Recuerdo muy bien la ansiedad al llegar a casa sin haber hecho absolutamente nada malo, recuerdo hacer sus absurdas tareas una tras otra hasta el más mínimo detalle, siguiendo sus instrucciones escrupulosamente y, a pesar de eso, saber que había hecho algo mal, aunque no supiera lo que era. Saber que mi maldito padre encontraría ese error y me golpearía con la correa y con sus insultos en justo castigo. Recuerdo haber pensado incluso que mi padre tenía razón, que yo era una niña tonta que no podía estar a la altura.


Yo estaba tan desquiciada que hablaba a las flores del jardín.


Ya sé que no es lo más lógico, que parece una locura, pero las flores se convirtieron en mis mejores amigas, en mis únicas amigas.


Recuerdo incluso llegar a llorar cuando mis dalias no sobrevivían a alguna helada nocturna.


El jardín era mi refugio. Mi padre me hacía regarlo todos los días, excesivamente, aunque esa era la mejor de las tareas que me impuso nunca. Yo ocultaba el placer que aquello me hacía sentir, viendo crecer las amapolas casi por sí mismas, viendo como de mi mano, o gracias a ella, podía surgir algo hermoso. Eso era algo que mi padre no fue capaz de robarme porque desconocía su importancia.


Las flores son mi único vínculo con la Eva Luna a la que no le falta la mitad.


Recuerdo la única vez que dejé sin regar el jardín. Ese día, como tantos otros en invierno, había llovido. Todavía no sé cómo mi padre supo que no había llevado a cabo su mandato. Tal vez simplemente se lo imaginó. Mientras me golpeaba con el cinturón dijo algo sobre la disciplina, sobre las costumbres, sobre las cosas que se deben hacer y no era necesario entender.


No he vuelto a olvidarme de regar el jardín, lo he llegado a regar estando bajo la lluvia misma.


Me hace gracia la gente que se pregunta por qué las niñas que sufren abusos (sexuales o simplemente físicos) no denuncian a sus padres, lo he leído en muchos foros de Internet. Hay algo que la gente que ha podido disfrutar de una vida normal con sus padres no acierta a comprender. Yo no sabía que aquellos insultos no eran normales. ¡Pensaba que era lo que pasaba en todos los hogares del mundo! Cuando los insultos se convirtieron en golpes, en correazos, pensé otra vez lo mismo, lo pensé incluso cuando mi padre empezó a abusar de mí.


Mamá nos acababa de abandonar.


Fue una tarde de domingo. Mi padre me dijo que me sentara junto a él, en el comedor, y me preguntó si mi madre se había ocupado de comprobar «mi desarrollo». Le contesté que no, aunque no sabía a qué se refería, y se puso como una fiera una vez más.


Mi madre ¿por qué me dejó con él? ¿La insultaba a ella también?, ¿a ella también la hacía sentir despreciable, pequeña? ¿Adónde se fue?


Aquella tarde de domingo, cuando mi padre me tenía sentada sobre su regazo, me quitó la camisa y empezó a palparme el pecho desnudo, pensé que realmente estaba comprobando si me estaba desarrollando con normalidad, pensé lo mismo cuando empezó a tocar mis genitales.


Cuando me llevó a su dormitorio y consumó la violación, sin embargo…


… ahí ya sí que pensé que se trataba de un castigo porque el dolor era insoportable.


Recuerdo cada detalle de su habitación aquella tarde. Recuerdo que tenía el cenicero en la mesita de noche. Recuerdo un hilillo de humo que serpenteaba. Recuerdo que las fotos de mi madre habían desaparecido. Recuerdo que la colcha de la cama era de color azul. Recuerdo que la puerta del armario estaba entreabierta. Recuerdo sus zapatos marrones en el suelo con los cordones atados.


Recuerdo el espejo del tocador que reflejaba la puerta del pasillo, cerrada a cal y canto.


Me avergüenza pensar que durante semanas ni siquiera supe qué era aquello que mi padre me estaba introduciendo, no sabía ni siquiera que se trataba de una parte de su cuerpo, ni entendía sus gemidos, que pensaba eran de dolor, lo cual lo hacía todo aún más incomprensible.


Me avergüenza tanto haber llegado a pensar que mi padre sufría con aquello, pensar que, después de todo, lo hacía por mi bien.


«Cada vez te dolerá menos»


«Esto te va a ayudar»


«Me duele más a mí que a ti»


Pero doy demasiados detalles, lo siento.


Hasta ese día mi padre me había ido arrancando pedazos. Pedazos de Eva Luna que se desprendían de mi cuerpo a cada insulto, a cada golpe, a cada desprecio. Pero aquel día en el que mi padre me violó por primera vez se llevó de un golpe la mitad de Eva Luna.


Y no sé dónde la metió.


Ese es el día que dejé de ser Eva Luna.


***


No puedo expresar con palabras lo que me cuesta enfrentarme a esta página desolada.


Una vez más estoy escribiendo en estas páginas, yo, la persona a la que llama Eva Luna, aunque solo soy su mitad. Su peor mitad.


Guardo estas páginas amarillentas celosamente en la buhardilla de mi casa, detrás de unas cajas de cartón. Y empieza a preocuparme que las esquinas de algunas de ellas parecen estar comidas por las termitas.


Si alguien ha leído lo que he escrito en estas páginas con anterioridad, ya sabe algunas cosas de mí.


Si esto es lo primero que lees, te diré que solo soy media persona, una chica sin madre de apenas 20 años que lleva más de diez de ellos sufriendo abusos por parte de su padre. Una persona que no sirve ya ni para que la violen, una chica que no tiene salida alguna. Una chica que solo tiene a las flores por amigas.


No importa si has leído mucho o has leído poco sobre mi persona, mi historia siempre va a estar incompleta. Porque yo estoy incompleta.


Mi vida se reduce a un punto de inflexión, a un cuchillo afilado y perverso que cortó mi vida en dos partes. Eso hizo mi padre cuando me dijo que me desvistiera, cuando me dijo que él era «un padre responsable», que quería «asegurarse de que su hija se estaba desarrollando con normalidad».


Mi reacción inicial ante aquella aberración fue de absoluta confusión, a merced de la estridencia de infinitas preguntas acerca de lo ocurrido, acerca de mi padre, acerca de mis sentimientos al respecto. Parecía que toda mi vida, desolada ya de certezas, se componía de interrogantes.


Mi madre estaba completamente ilocalizable, pero ese es otro tema, algo de lo que no quiero escribir todavía.


Digamos, de momento, que no he vuelto a contactar con mi madre desde que nos abandonó, digamos que hay una razón de peso para ello.


Digamos que mi madre está muerta y enterrada.


Recuerdo que al día siguiente de la violación me encontraba extrañamente calmada (así de despreciable soy). Estaba sentada en la clase viendo a mis compañeras, imaginando lo que les estaría pasando a ellas. ¿Ya les habían castigado sus padres como el mío me había castigado a mí?, ¿las iban a castigar pronto?, ¿había manera de saber cuándo se había producido «eso» en cada una de ellas?, ¿era yo ya diferente de alguna manera?


Otra de mis dudas (no la que más me angustiaba) era si aquello volvería a ocurrir. De ser así, cuándo sería la próxima vez, y de seguir una y otra vez, con qué frecuencia.


Salí de dudas en apenas tres días.


Esta segunda vez me dolió aun más que la primera porque vino acompañada de bofetadas. No se me olvidará jamás lo que me dijo mi padre. «Mira lo que me obligas a hacer, desgraciada.»


«Lo que me obligas a hacer»


La primera conclusión que saqué de aquella sentencia es que lo que me hacía mi padre no era algo común y corriente, no era algo que le ocurriera a la mayoría de las chicas, no era tampoco algo que él hubiera buscado, sino que, de alguna manera, todo aquello era culpa mía. Mi padre se sentía obligado a castigarme.


¿Era aquello un castigo, entonces?


«Lo que me obligas a hacer»


Los padres deberían conocer el enorme poder que tienen sobre sus hijos. Un comentario aparentemente insignificante puede cambiarles su visión del mundo, su visión de sí mismos, puede convertir lo negro en blanco y lo blanco en negro.


Es curiosa la manera en la que cuando algo nuevo te sucede, no dejas de encontrarte el tema por todos lados. A partir de aquel día no dejaba de captar pequeñas frases al vuelo, comentarios en la televisión, un artículo en el periódico de mi padre, pequeñas referencias a abusos sexuales (yo ni siquiera sabía cómo llamar a aquello y la palabra «sexual» me resultaba extrañísima). Y la conclusión obvia era que, o todo el mundo mentía y aquello era una especie de secreto a sabiendas que compartía media humanidad, o aquello era algo no aceptado, aquello estaba mal, aquello no se debía hacer.


«Lo que me obligas a hacer»


Yo era, pues, la responsable del crimen, la responsable de aquello.


Imagínate vivir con un peso semejante cada día, respondiendo a cada pregunta con otra pregunta, reviviendo las violaciones en tu mente una y otra vez.


Imagínate despertarte cada día con el mismo pensamiento con el que te dormiste.


Intenta imaginarte la increíble soledad que se siente.


La falta de esperanza.


Mis notas en la escuela se fueron a pique y no fui capaz de acercarme jamás a un chico (ya sabía qué era lo que los chicos querían hacer con las chicas). Me distancié de mis escasas amigas y ya nunca me preocupé por mi aspecto físico.


Tal vez fuera por el odio que sentía hacia mí misma, tal vez fuera porque quería con mi aspecto descuidado darle asco a mi padre, dejar de obligarlo a hacer aquello que hacía conmigo al menos una vez por semana.


Si tienes la fortuna de no conocerme personalmente, si ni siquiera has visto fotos mías ni nadie te ha hablado de mí (cree todo lo que te digan), imagínate a una chica larguirucha, de un metro setenta, de pelo castaño rizado y enmarañado, con el cuerpo blanco como la leche y que apenas pesa cincuenta kilos.


Siento que voy a desaparecer en cualquier momento.


Huelga decir que abandoné los estudios y me quedé cuidando de la casa, del jardín, alimentando al cerdo de mi padre y sirviendo comidas en el asqueroso bar de carretera en el que mi padre me puso a trabajar.


¿Quieres conocer al demonio en persona? Te presento a Francisco Luna, de profesión médico de familia y que además es propietario de un bar lleno de tarados, de 50 años, viudo, con una casa preciosa a las afueras de un pueblo llamado Medina del Campo, padre de una hija de 20 años que llama la atención por su aspecto de pordiosera.


Durante estos años de infierno mi padre me ha usado como si fuera papel higiénico, me ha golpeado, me ha ultrajado, insultado (a veces en el bar, delante de los clientes), me ha denigrado y me ha hecho sentir que me iba deshaciendo en mil pedazos. Pero eso no es lo peor.


Lo peor es que ha destrozado las flores del jardín en tres ocasiones para hacerme pagar por alguna de las que él llama mis «faltas». Ese ha sido su mayor error, es por eso y no por lo anterior por lo que he descubierto la verdad acerca de mi padre.


Yo solo he contestado a cada uno de esos crímenes con lágrimas y sumisión.


Pero algo ha cambiado, algo muy profundo. He sido una tonta que ha necesitado diez años para entender una obviedad.


Dios mío, y es que ahora lo entiendo. Espero que las lágrimas me dejen seguir escribiendo.


¿Cómo he podido ser tan tonta que he necesitado que mi padre abusara de mi prima Clara para entenderlo?


¿Por qué no ha vuelto mi tía a mi casa desde aquel día? Tal vez Clara se lo ha contado todo. Pero, de ser así, ¿por qué no ha denunciado a mi padre? ¿Por qué no toca la policía a mi puerta y se lo lleva esposado? ¿Sufrió mi tía abusos por parte de mi padre, su hermano, cuando era joven?


¿Qué puedo hacer yo ahora? Es demasiado tarde. Nadie me va a creer a estas alturas. Nadie creerá que alguien pueda ser así de idiota.


A pesar de mi ancla, a pesar de que, por fin, he comprendido la obviedad que lo cambia todo.


La obviedad es que mi padre es el monstruo. No yo.


Él.


Yo solo soy la mitad de Eva Luna.


 


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Published on October 29, 2016 13:34

October 26, 2016

Espiando a Paul Hébert

Terminar una novela es siempre un momento de celebración, culminar el trabajo de muchos meses, años en ocasiones, provoca una euforia difícilmente explicable para el que no se dedica en cuerpo y alma al arte de poner negro sobre blanco.


Sin embargo, la culminación de una novela también tiene sus aspectos negativos; el primero, sin duda, es el pánico ante una reacción negativa, ya sea de la editorial, o posteriormente de los lectores o, lo que es peor, no causar reacción de ningún tipo.


Otro aspecto negativo es el de despedirte de una historia que has sentido como una vida alternativa desde que comenzaste a trabajar en ella, esas noches frente al ordenador, esas madrugadas, viviendo una vida que no era la tuya, conociendo a tus personajes mucho mejor que ellos se conocen a sí mismos. Tal vez sea por no dejar atrás esos universos que uno firma que muchos escritores escriben segundas, terceras partes (de hecho nosotros tenemos una saga de cuatro libros) pero hay novelas que son como un círculo cerrado, al que no se puede añadir, ni quitar, y en esos casos solo toca despedirse. Un ejemplo es nuestra novela “El Prisionero”. Después de ultimarla y verla publicada ha sido el tema central de muchas conversaciones entre Rafael y yo, que conocemos a su protagonista, Paul Hébert, tan íntimamente que sabemos (sí, he dicho “sabemos”) muchas cosas de su vida que nunca llegaron a reflejarse en las páginas de “El Prisionero”, y que sentimos esa necesidad de sacarlas, de alguna manera. Detalles de su infancia, encuentros y desencuentros con su padre, antes de morir, sabemos muy bien como fue su viaje en avión desde París a Houston, sabemos lo que sintió cuando se encontró por primera vez dentro de su apartamento en la ciudad espacial, tenemos hasta la dirección, hasta el nombre del vecino que le molestaba con la música alta los primeros meses… ¿Escribimos un preludio?, ¿es viable una continuación de “El Prisionero”? No, la respuesta es no.


Y entonces te llega el destino, sin avisar y te pone en la tesitura de realizar un video a base de capturas de pantalla de un móvil para una de nuestras canciones, “Solo yo”, una canción que grabamos en 2004, (que es a su vez una adaptación en español de una canción previa en inglés del año 2000 ) y a mitad de camino comprendes que la letra que se refleja a modo de mensajes de WhatsApp bien pudieran ser los mensajes de texto que un desconsolado Paul Hébert le mandó a su adorada Beatriz, desde la soledad y el terror de Irak, poco antes de ser capturado, poco antes de comenzar la historia de “El Prisionero” No es un booktrailer, tampoco un video musical, ni una mezcla de los dos, es otro pedazo de la vida de Paul Hébert que tenemos la fortuna de compartir en nuestro blog.


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Published on October 26, 2016 14:52

October 18, 2016

Primer capítulo de la novela El Prisionero

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París


Amor infinito


 


Cenas en la más absoluta obscuridad, y es una sensación tan extraña la de no poder ver ni siquiera tu tenedor mientras se clava en la carne de un delicioso filete mignon marinado al whisky Su olor te envuelve antes de llevártelo al paladar.


¡Ding, ding!, hacen los cubiertos al rozarse.


Risas burbujeantes desde la mesa contigua.


—¡Hummmmm! —escuchas frente a ti; es la voz de tu mujer.


—Adivino que te está gustando —dices sonriente, aunque tu sonrisa es invisible en la obscuridad.


Tu mujer se ríe divertida. Escuchar su risa al otro lado de lo obscuro es demasiado maravilloso para explicarlo con simples palabras.


—Muchísimo —te responde, y su voz te estremece como antes.


Esa es la idea, precisamente: en la obscuridad (siempre escribes obscuridad con b porque te parece que sin la b la oscuridad es menos obscura) se agudizan los sentidos, y la carne sabe mejor, y la ensalada, hasta la bebida; aunque a ti lo que más te está agudizando es la sensación de amor que te desborda cuando escuchas la voz de tu mujer, aún más sensual cuando no puedes espiarla con los ojos.


La crema de champiñones…, ¿para qué hablar de ella? ¿Quién se podía imaginar que tal amalgama de sabores podían desprenderse de unos simples hongos?


Tu mujer, sin embargo, se ha decantado por el pollo con pasta, más mediterráneo, más italiano; a ti, esta noche al menos, y después del día que has pasado, te fascina comer la comida más francesa posible.


Eso sí, tienes que tener un cuidado tremendo para no tirar la copa de vino cada vez que quieres darle un sorbo a tu Bourgogne Pinot Noir.


Ha sido un día maravilloso y la velada es sencillamente deliciosa. No es la primera vez que pasas un día en París con tu esposa, pero desde luego está siendo el mejor con mucha diferencia.


Llegasteis a media mañana a la soberbia, inmensa y concurridísima Estación del Este, donde, arrullado por los ecos de los pájaros, el sol se cuela y se curva como si quisiera acariciarla por dentro, tras un viaje en tren de un par de horas que se pasaron en una brisa de café con leche y camareros tan amables que en ocasiones tu esposa, que no es francesa, tuvo que contener la risa.


Un taxi os llevó al barrio bohemio del Montmartre, que escondía su magia detrás de cada esquina esperando a que la cruzaras para sorprenderte, y de una esquina a otra surcasteis sus calles, angostas y zigzagueantes, cuesta arriba hasta llegar a la zona en la que se apiñan los pintores callejeros. Entre pinturas y aroma de café, divisaste la torre Eiffel como desde lo alto de una montaña.


Cuentan que cuando inauguraron la basílica del Sagrado Corazón, coronando este mágico distrito de Montmartre, mucha gente estaba indignadísima y el dueño del Moulin Rouge vino corriendo a la iglesia, gritando «¡Viva el demonio! ¡El demonio!», a lo que le respondieron: «En realidad, caballero, ¡el demonio está en el Moulin Rouge!».


Por estas mismas calles, en las que presumes de tu amor, caminó Picasso —eso pensaste mientras alcanzabais la plaza Tertre—. Una vez ahí, quisieras haber arramblado con todos esos cuadros, pero comprendiste que, en realidad, te los estabas llevando iluminados por la sonrisa de tu mujer, que paseaba entre los pintores como la mejor obra de arte que jamás hubiera culminado aquel cerro milagroso.


Caminabas junto a ella y sus palabras sonaban a rumor de agua, y sentías que orbitabas alrededor de sus ojos. Pensaste en besarla, pero imaginaste un beso perfecto al final del día, cuando tu esposa se sintiera completamente abrumada por el recuerdo de un día en París.


Después buceaste por las entrañas de la ciudad de la luz cogiendo el metro, la línea que os llevaba a la estación del Sena, y dentro de ese tren subterráneo un tipo bajito al que le adivinabas mal aliento tocaba con entusiasmo una pieza de Edith Piaf, tan típico como francés, tan decadente como maravilloso. Nadie miraba al tipo, solo tu esposa, tú no podías apartar la mirada de ella, sintiendo su fascinación ante cada nota, cada sentimiento.


 


Ella no mira el suelo


y sus ojos amorosos


y los dedos largos y fuertes del artista


le llegan al alma.


 


Cuando eras un niño te burlabas de los acordeonistas del metro, pero esta tarde te sentiste bendecido por la presencia de ese hombre bajito, de pelo cano con entradas.


Eras tan feliz dentro de ese metro que te preguntaste incluso quién eras. ¿Estabas interpretando un papel para retener la felicidad? ¿Estabas realmente disfrutando tanto de la ciudad, o estabas convenciéndote de que lo hacías para mantener la ilusión de la felicidad intocable, perfecta? Y recordaste entonces que tu tendencia a sobreanalizar a veces te hace perderte la vida, y este es un día para reflexionarlo después, no mientras ocurre, y recordaste también que con tu esposa no vas de nada, no interpretas nada; de hecho, es solo con ella con quien sientes que puedes actuar en piloto automático, y ese tú que se mueve por sí mismo debe ser, por lógica, lo más parecido a tu yo de verdad.


Eso es —concluiste—: somos nosotros cuando no pensamos, cuando no nos damos cuenta, cuando no nos prestamos atención; tanto es así que luego no somos capaces de recordarnos, tal vez por eso sea tan difícil ser uno mismo, porque intentarlo es fracasar —y con esa última reflexión decidiste dejar de pensar y dedicarte a vivir el día desde dentro, no desde fuera—.


Así que saliste abrazado a ella en la estación Saint Michel, en el centro mismo de París, junto al Sena, donde te encontraste con los quioscos verdes, con los libros de segunda mano, libros que han pasado por decenas de manos parisinas, algunos tan antiguos que pudieron pasar delante de los estrábicos ojos de Sartre y tal vez atesoren alguna brizna del humo de su pipa; y rodeando esos libros, como si los adornaran, había postales y había réplicas, todo a las orillas de las aguas mansas que avanzan día y noche, sin memoria, por el Sena, aguas que corrieron manchadas de sangre en demasiadas ocasiones, que siempre fueron capaces de fluir dentro de su propio olvido, aquellas mismas aguas en las que Grenouille, el protagonista de El perfume, era capaz de captar aromas que le llegaban como un eco sordo desde su desembocadura en el canal de la Mancha.


Luego tuvisteis tiempo para una visita de un par de horas al museo D’Orsay, dos horas que fueron dos segundos de Monet, de Renoir, de Degas…


… de Van Gogh…


Y os pasasteis media hora frente a tu cuadro preferido, el Baile en el Moulin de la Galette, una obra que Renoir pintó precisamente en el distrito de Montmartre, de donde acababais de venir, y mirando el cuadro, embelesado, creíste escuchar la música de vals que tiene cautivados a sus personajes y provoca las sonrisas, las inocentes y también las cargadas de melancolía, y encontraste otra cara que no recordabas, y tu mujer encontró otra, y os inventasteis una historia para cada una de ellas. Historias cargadas de figuras retóricas, de sinestesias y de hipérbatos; y, por supuesto, de hipérboles.


—Y ahora —le dijiste mientras salíais del museo— vamos a cenar en un sitio superespecial.


Tu esposa simplemente alza las cejas y aprieta los labios, expectante.


—El restaurante Dans le Noir —le dices—, donde la comida se sirve en la obscuridad, con b.


—¿En la obscuridad? —responde divertida.


—Así es, antes de entrar al comedor te dejan echarle un vistazo a la carta para que pidas, pero cuando pasas… ¡luces fuera!


Y así es como terminaste cenando junto a tu esposa entre las sombras, adivinando su sonrisa, entre ding dings, entre susurros… Dicen que los enamorados no tienen nunca hambre, pero ese filete no necesita hambre para que pierdas la cabeza por él.


Delicioso hasta el silencio, silencio que quisieras cortar con un cuchillo, una rodajita apenas…, y darle un bocado o guardártelo para después, para cuando lo necesites.


Quieres besarla, pero sientes que no ha llegado el momento perfecto.


—Cariño —dices entonces a tu esposa—, ¿qué te parecería si termináramos el día con un poco de rock and roll?


No le ves la cara, pero adivinas su sonrisa al otro lado de las sombras.


—De acuerdo, cariño, ¿dónde quieres ir?


—No te imaginas quién toca cerca de aquí esta noche.


—¿Quién?


—Eagles of Death Metal.


—¿Estás de broma? ¿Dónde?


—En una sala muy famosa; se llama Bataclan.


Y recuerdas que es viernes, el día de Venus, el día afrodisiaco, y que es día 13, y que eso de viernes y 13 dicen que trae muy mala suerte entre los sajones, pero tú no eres anglosajón ni tu esposa tampoco.


 


***


 


Y llegas a la sala Bataclan y la expectación es enorme; y te sorprende que haya tanta gente y tanto parisino que conozca a uno de tus grupos de rock favoritos que pensabas que solo conocían cuatro gatos y los cuatro eran norteamericanos. Muchas veces has dudado de si tu esposa compartía tus gustos musicales solo para llevarte la corriente, pero viste la expectación en sus ojos y comprendiste que le gusta vibrar con la música tanto como a ti.


Es una sala preciosa, como un cabaré con esos palcos en el segundo nivel y esas bombillas que parecen de feria, y el color rojo, ese color rojo como la sangre que se llevó el Sena.


Eagles of Death Metal te fascina porque son literalmente lo que cabe esperar de un maldito grupo de rock and roll, sin experimentos, sin ganas de salvar el mundo, sin armonizar voces ni intención alguna de revolucionar la música, solo ganas de meter caña con canciones sobre absolutamente cada maldita cosa que les dé la gana. Uno de esos grupos de los que ya no hay.


Y comienza el espectáculo. Te sientes un poco decepcionado de que Josh Homme no esté en el escenario. Josh es una leyenda para ti, uno de esos tipos que no está en primera línea de nada pero están en segunda línea de todo; ha colaborado hasta con Dave Grohl, el ex Nirvana de los Foo Fighters. Josh es uno de los fundadores de Eagles of Death Metal, pero solo aparece en sus conciertos en contadas ocasiones.


Comienzan con una de tus canciones preferidas —«I Only Want you»—, que siempre te ha recordado a Prince, pero bastante acelerado.


—Esto es Prince con esteroides —le dices a tu esposa. No sabes si te ha entendido o no, pero sonríe extasiada.


Menudo día, joder —te dices a ti mismo y te das cuenta de que el rock and roll ya está cambiando tu vocabulario.


Estáis en tercera fila, a unos dos putos metros del escenario. «I Only Want You» termina de manera explosiva.


—Damas y caballeros…, ¿lo estáis pasando bien? —grita Jesse Hughes, el cantante—. ¡Esta noche, si estáis dispuestos, podéis ser poseídos por el espíritu de Rock and Roll! ¿Estáis dispuestos? ¡Cuánto os quiero a todos, coño, hijos de puta!


Comienza a sonar «Complexity», la canción que abre su último disco. Tu mujer está literalmente gritando la letra. «Mañana va a estar ronca», piensas y sonríes.


«Joder, hace un rato escuchaba a Edith Piaf y ahora tengo delante a Eagles of Death Metal», piensas, y es que no paras de pensar, a pesar de tus propios consejos.


Y así sigue todo, entre saltos y euforia, una canción tras otra al ritmo de los vaivenes de la multitud. Un día perfecto surcando el corazón de París y coronado por un conciertazo memorable junto a la persona que más quieres en este mundo.


Este es sin duda el día más feliz de tu vida.


 


***


 


Cuando los primeros disparos irrumpen en la sala Bataclan, durante esa sección instrumental de «Kiss the Devil», tu esposa te mira como extrañada. ¿Qué ha sido eso? ¿Fuegos artificiales? ¿Problemas con el sonido?


Miras en todas direcciones. Eagles of Death Metal deja de tocar y el escenario ya solo emite un silencio angustioso y confuso.


La confusión no es algo tan malo, la certeza es mucho peor.


Tu imaginación se resiste a esa certeza durante un segundo o dos. Incluso cuando ves los primeros Kalashnikov contemplas la posibilidad de que sea todo una especie de broma elaborada, parte del espectáculo. Incluso después de los primeros gritos y de los primeros disparos.


Cuando ves la sangre cortando el aire y que las personas circundantes comienzan a caer como moscas, en caída libre, como si el suelo se hubiera abierto a sus pies, es cuando sabes que la muerte baila a tu alrededor, ansiosa por tocarte y envolverte con su obscuridad.


—¡Alah Akbar! ¡Alah Akbar! —grita uno de los hombres armados mientras dispara indiscriminadamente a la multitud.


Como si se abrieran nuevos agujeros en el suelo, más y más cuerpos caen sin vida a tu alrededor atravesados por las balas.


La vista se te va por un instante al panel de control que hay en la parte trasera de la sala: los botones de las mesas de mezclas saltan por los aires describiendo parábolas entre el humo, salpicados de la sangre que también surca el aire y atraviesa el humo.


A tu derecha distingues a un hombre corpulento que cubre con sus brazos a un grupo de personas, está haciendo de escudo humano para salvar la vida a unos cuantos jóvenes, tal vez sus hijos, tal vez unos desconocidos.


Tú harías lo mismo por tu esposa. Comprendes entonces que llevas dos segundos eternos paralizado, como si tuvieras los pies clavados en el suelo. Es entonces cuando, jaleado por una nueva ráfaga de disparos, entras en acción.


Se llama instinto de supervivencia. Tu subconsciente toma el control de tu cuerpo y tú ya no decides nada, como si una fuerza invisible se apoderase de tus músculos, pensara a la velocidad del rayo y trabajase para salvar tu vida. Tú simplemente te dejas hacer.


Te dejas hacer aún más cuando compruebas que, efectivamente, tu subconsciente la quiere más a ella, a tu esposa, de la que te habías olvidado durante un largo segundo sobrecogido por el absurdo de la situación. La coges del brazo con fuerza mientras otro cuerpo se derrumba a tu lado y te la llevas contigo en dirección al escenario como si fuera una muñeca de trapo.


Te deslizas como un gato, corriendo agachado. Tu esposa sigue junto a ti, tu mano derecha soldada a su antebrazo. Está gritando. Disparos, disparos, disparos, mientras un manto de muerte se va extendiendo a tu alrededor.


Y que grite es algo maravilloso porque sus gritos significan que está viva. De la humedad que sientes en el vientre te preocuparás más adelante; puede ser tu sangre, puede ser la de ella, pero también puede ser la sangre de otras personas.


Otro hombre muere acribillado interponiéndose entre las balas y dos personas a las que abraza con fuerza. Otro acto de amor en el centro del infierno.


Más disparos irrumpen como ladridos de la muerte mientras te agazapas frente al escenario y, como acto reflejo, te escabulles junto a un grupo de chicos por una salida de emergencia, a la izquierda del escenario.


Te encuentras ante unas escaleras y las subes, y encontrártelas y subirlas es todo una misma cosa. Más que nunca sientes que una mano invisible te tiene agarrado por los hombros y tira de ti hacia arriba con fuerza.


Una puerta,


un pasillo,


otra puerta,


sangre corriendo por el suelo, humo y docenas de caras, docenas de subconscientes que, como el tuyo, intentan mantener sus cuerpos respirando.


Lo ves en cada cara: esa gente ya no es gente, son un puro y condensado deseo de sobrevivir; y si lo logran, si sobreviven, ya nunca serán los de antes. Todos estos jóvenes ya no están ni volverán a estar preocupados por sus estudios, sus carreras profesionales o lo gilipollas que es el jefe; todas estas caras son ahora primitivas, son hombres prehistóricos huyendo de un mamut, huyendo de las bestias, saltando de rama en rama, acurrucándose en el fondo de una cueva.


Se abre una puerta.


Instantes después estás dentro de un vestuario con dos docenas de personas tan histéricas como silenciosas. Una señora de unos cuarenta años se está desangrando; un chico, que podría ser su hijo, le hace presión en la herida. Otro chaval esgrime una botella de champán como arma. Unos cuantos están haciendo una barricada de sillas frente a la puerta. Escuchas la respiración acelerada de todos, pero nadie dice una palabra; han desarrollado una comunidad sólida como el acero y no necesitan palabras para organizarse. Recuerdas que son hombres primitivos.


Los disparos van y vienen al otro lado de la puerta. Comprendes que estáis todos perdidos porque no hay más salida en este vestuario que la puerta por la que has entrado, a través de la cual escuchas acercarse los disparos. Miras a los demás, no a sus caras, sino a sus ojos, y su mensaje sin palabras dice que cuando esas bestias irrumpan en el vestuario los reduciremos cuerpo a cuerpo, abalanzándonos sobre ellos como si no estuvieran armados. Unos cuantos de nosotros morirán para salvar a los demás, pero agazaparnos en una esquina es la muerte de todos.


Observas que el chico que ayudaba a contener la sangre de la señora se esconde detrás de una cortina. Una explosión en la distancia hace vibrar el suelo. «Acabaremos con ellos» es la respuesta que lees en los ojos de los demás, y te permites que una llama de esperanza se prenda en tu corazón; muy probablemente vas a morir, pero dejarás a tu esposa detrás de la masa de gente y salvará la vida,


tu esposa va a seguir viva.


Buscas su mirada y la encuentras rígida, casi vacía, casi de cristal, aferrándose a un soplo de vida, y ahora comprendes que la humedad de tu vientre provenía de su sangre.


La vida se le escapa como una llama temblorosa, y tú quisieras ahora poder disfrutar de una de las rodajitas de silencio que quisiste guardar hace solo un par de horas, pero tu esposa no se va en paz, se va entre respiraciones nerviosas y ecos de disparos.


Su muerte es inevitable, tan irremediable que ni siquiera le pides que se aferre a la vida, solo la dejas ir con la dulzura que eres capaz de inventarte y no sabes ni decirle adiós. Quisieras decirle que la amas y que tu amor por ella es infinito, que si no se fuera podríais superar juntos cualquier batalla, que hoy mismo te has enamorado de ella media docena de veces, que quisiste comerte sus labios en el museo, que sonríes irremediablemente hasta cuando le escribes un mensaje de texto, que quisiste acariciar su cabello cuando el sol le arrancó esos tonos rojizos tan escondidos al salir de la estación, que te pasas los días soñando con las noches junto a ella…


Pero las palabras no te salen del pecho. Y se va tu mujer, tu amante, tu esposa, como un poema a medias, como un verso sin punto final.


Noche es todo lo que te queda, pero no bajo las estrellas, solo noche que se acaba y no vuelve a amanecer.


Es ahora cuando sientes el peso de su cuerpo sin vida sobre tus brazos, cuando te das cuenta de que no la has besado en todo el día.


 


 


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Published on October 18, 2016 13:22

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