Pablo Morán Fernández's Blog, page 2
February 1, 2016
Irreal
Comprendemos lo que nos permitimos comprender y no queremos acercarnos hacia lo que consideramos demasiado complicado para nuestra mentalidad. No tenemos un límite hacia la estupidez, el cual deberíamos fijar el mismo día que tuviésemos uso de nuestra extraña y normalmente, errada razón. Alcanzamos cotas de barbaridad supina, sin querer o queriendo, no buscamos soluciones a errores simples y nos acomodamos en lo fácil y cercano, tememos aventurarnos hacia lugares de los cuales únicamente soñamos con estar, y por falta de atrevimiento jamás llegamos a tocar.
Advenedizos creyentes de que la realidad aparente es lo único que realmente cuenta.
Las banalidades gobiernan nuestras vidas dentro del ostracismo que imponemos como norma obligatoria cada segundo. Levantar la cabeza para dignificar nuestro propio ser, es algo que jamás se nos pasa por la mente, con un fugaz ¿Para qué? Cerramos todo. Negamos la realidad de tal forma que cuando iniciamos el retorno a la coherencia, limitada eso sí, no damos con la tecla para ver la luz nuevamente, el túnel ya no es largo, es eterno. Luchar no es opción y revivir el espíritu queda en segundo plano, preferimos la comodidad antes de iniciar la búsqueda de un Grial auspiciado por nuestros sueños, un Grial que nos indique cómo y qué, cuándo y dónde; un Grial que nos guíe hasta una paz. Nosotros somos los que convertimos dicha irrealidad en un mito.
¿Existir? existir es un cuento sin sentido cuando se cree que la existencia es únicamente la estadía física en el umbral de la humanidad. Somos fugaces, tan insignificantes como una chispa en una hoguera, como una ola en un océano bravo. Nos convertiremos en polvo, porque en polvo estamos destinados a convertirnos ¿Qué queda?
Advenedizos creyentes de que la realidad aparente es lo único que realmente cuenta.
Las banalidades gobiernan nuestras vidas dentro del ostracismo que imponemos como norma obligatoria cada segundo. Levantar la cabeza para dignificar nuestro propio ser, es algo que jamás se nos pasa por la mente, con un fugaz ¿Para qué? Cerramos todo. Negamos la realidad de tal forma que cuando iniciamos el retorno a la coherencia, limitada eso sí, no damos con la tecla para ver la luz nuevamente, el túnel ya no es largo, es eterno. Luchar no es opción y revivir el espíritu queda en segundo plano, preferimos la comodidad antes de iniciar la búsqueda de un Grial auspiciado por nuestros sueños, un Grial que nos indique cómo y qué, cuándo y dónde; un Grial que nos guíe hasta una paz. Nosotros somos los que convertimos dicha irrealidad en un mito.
¿Existir? existir es un cuento sin sentido cuando se cree que la existencia es únicamente la estadía física en el umbral de la humanidad. Somos fugaces, tan insignificantes como una chispa en una hoguera, como una ola en un océano bravo. Nos convertiremos en polvo, porque en polvo estamos destinados a convertirnos ¿Qué queda?
January 25, 2016
El dilema de publicar y errores de un novato
Publicar siempre es el sueño de todo escritor. Y lo será. Da igual el modo, la editorial e incluso las formas, cuando estas ansioso por ver tu obra plasmada sobre papel (en estos tiempos añadimos el ebook, aunque creo que se entiende bien), y a mano de cualquier persona que desee gastarse su dinero en ella. Que te valore lo suficiente para pagar por leerte, algo que no es nada sencillo. No importa el modo, el medio y las formas, cuando la ilusión te hace embarcarte en una experiencia grata que intenta ir más allá de cualquier acecho desilusionante. No. Para nada. La propia relevancia del factor en sí mismo, trasciende cualquier meta prefijada con anterioridad, pues es en esos instantes es cuando has acabado por creerte que eres alguien. Menos o más. Y claro, fracasas clamorosamente. Y puedes acabar por derrumbarte con todo el equipo, que no eres más que tú y el sentimiento. El abandono y el fin.
No voy a mentir diciendo que desde que empecé a escribir, publicar no ha sido mi quimera. Mi meta y único objetivo, más allá de lograr que la musa no se evapore en mis fantasías. Y lo he intentado, eso bien lo sabe Dios. Lo he intentado por activa y por pasiva, pero he entendido también que las prisas fueron malas consejeras. ¿El problema?, fue mayormente enviar a las editoriales dos obras poco pulidas, muy vírgenes en la mayoría de aspectos, y sobre todo –como craso error -, hacerlo sin meditar unos segundos antes de embarcarme en dicha empresa. Pero de todo se aprende. De los fracasos, más que de otra cosa.
¿Qué aprendí? Que acelerar un proceso que debe tener sus pautas, es sumamente perjudicial para el escritor. Que ambicionar caminar más rápido de lo que tus piernas te permiten, no acabará más que haciéndote caer. Y a riesgo. Pudiendo además, romperte algo más que un simple hueso. Aprendes a ser prudente. Pero no es posible deshacer esos errores. Por lo tanto, acabé decidiéndome por empezar publicando en Amazon. Para corregirlos, para sentar unas bases que antes no tenía. Aun hoy tampoco las tengo, pero poco a poco se edifican con esfuerzo. Aprendiendo. Pues es un proceso largo, y como tal, uno necesita ir aprendiendo poco a poco.
Pasito a pasito.
No voy a mentir diciendo que desde que empecé a escribir, publicar no ha sido mi quimera. Mi meta y único objetivo, más allá de lograr que la musa no se evapore en mis fantasías. Y lo he intentado, eso bien lo sabe Dios. Lo he intentado por activa y por pasiva, pero he entendido también que las prisas fueron malas consejeras. ¿El problema?, fue mayormente enviar a las editoriales dos obras poco pulidas, muy vírgenes en la mayoría de aspectos, y sobre todo –como craso error -, hacerlo sin meditar unos segundos antes de embarcarme en dicha empresa. Pero de todo se aprende. De los fracasos, más que de otra cosa.
¿Qué aprendí? Que acelerar un proceso que debe tener sus pautas, es sumamente perjudicial para el escritor. Que ambicionar caminar más rápido de lo que tus piernas te permiten, no acabará más que haciéndote caer. Y a riesgo. Pudiendo además, romperte algo más que un simple hueso. Aprendes a ser prudente. Pero no es posible deshacer esos errores. Por lo tanto, acabé decidiéndome por empezar publicando en Amazon. Para corregirlos, para sentar unas bases que antes no tenía. Aun hoy tampoco las tengo, pero poco a poco se edifican con esfuerzo. Aprendiendo. Pues es un proceso largo, y como tal, uno necesita ir aprendiendo poco a poco.
Pasito a pasito.
January 21, 2016
Asesino de paisajes
Desde el primer instante que me siento en la butaca del tren, me convierto en una sanguijuela que absorbe los paisajes. A los asesinos, reconozco no a mi pesar, que nos place hallar nuevas víctimas y anotarlas en un librillo de bitácora, quizás de segunda mano por eso del sentimentalismo metafórico. Y así, poder recordarlo una y otra vez posteriormente en la intimidad. Somos animales de costumbres, aunque la mayor parte de los infelices que pueblan el mundo crean lo contrario.
Viajar en tren me ayuda a refrescar la mente, pensar con claridad y distanciarme de aquellos que no me entienden. ¿Entendemos algo? No, creo que nadie lo hace.
Podría contaros infinidad de historias. Sé que estaríais, a su vez, deseosos de leerlas, yo también. Pero lo más plausible es que quizás os apetezca más escucharlas a viva voz, en directo. Si eso es cierto, siento deciros que sois, para mi propia desgracia eufórica, como yo. Partícipes de vuestro fin como de un verdugo jornalero.
¿Habéis comenzado a leer? Ya puedo ver entonces la soga que luce en vuestro cuello cual collar de diamantes. Os quedaría mejor la cuerda, pero quien soy yo para juzgar nada cuando prefiero los dedos limpios.
Siempre he encontrado apasionante la dualidad que existe en cada persona respecto a sus pensamientos y acciones meditadas. Me he llegado a enamorar de esa vileza, doble cara y entusiasta definición del libre albedrío. Creo que el narcisismo maquiavélico se ha vuelto algo transgresor, simple rostro bonito y apetecible de una sociedad que opta por la sencillez de la vida, antes que encontrar un motivo preciso para morir.
Tengo que sonreír, el revisor cree que estoy loco. Puede ser, hablo solo. No he encontrado compañero más delicioso en este rumbo impreciso, que yo mismo. Soy de conversación amena, especial e inteligente. Para qué más.
En unos veinte minutos llegaré a mi destino, tu ciudad. Me pondré en pie, estiraré las piernas y me dirigiré a la puerta. Mientras tanto, me iré abrochando la gabardina negra, de corte elegante y refinado. Ceñiré la corbata al cuello, mientras observo la hora en mi reloj de treinta mil euros. Entonces, con calma y silbando una dulce melodía que muchos no reconocerán, bajaré del tren. Estarás allí esperándome entre la multitud. Destacarás, claro, tu mirada resacosa y perdida, es por supuesto imperdible. Soy redundante, lo siento. Todos tenemos fallos, aunque los míos sean mínimos. Te acercarás raudo a mí, jadeando, te desnudarás dejándome ver tu cetrina piel. Gritarás que eres puro, inocente y mil historias más que no me interesan. En ese momento me acercaré a ti, te acariciaré para notar como tu respiración histérica te hiperventila. Alzaré mi mano, he de pensar cual, y agarraré tu cuello hasta asfixiarte.
Y entonces, me iré. Claro, con un nuevo trofeo.
Viajar en tren me ayuda a refrescar la mente, pensar con claridad y distanciarme de aquellos que no me entienden. ¿Entendemos algo? No, creo que nadie lo hace.
Podría contaros infinidad de historias. Sé que estaríais, a su vez, deseosos de leerlas, yo también. Pero lo más plausible es que quizás os apetezca más escucharlas a viva voz, en directo. Si eso es cierto, siento deciros que sois, para mi propia desgracia eufórica, como yo. Partícipes de vuestro fin como de un verdugo jornalero.
¿Habéis comenzado a leer? Ya puedo ver entonces la soga que luce en vuestro cuello cual collar de diamantes. Os quedaría mejor la cuerda, pero quien soy yo para juzgar nada cuando prefiero los dedos limpios.
Siempre he encontrado apasionante la dualidad que existe en cada persona respecto a sus pensamientos y acciones meditadas. Me he llegado a enamorar de esa vileza, doble cara y entusiasta definición del libre albedrío. Creo que el narcisismo maquiavélico se ha vuelto algo transgresor, simple rostro bonito y apetecible de una sociedad que opta por la sencillez de la vida, antes que encontrar un motivo preciso para morir.
Tengo que sonreír, el revisor cree que estoy loco. Puede ser, hablo solo. No he encontrado compañero más delicioso en este rumbo impreciso, que yo mismo. Soy de conversación amena, especial e inteligente. Para qué más.
En unos veinte minutos llegaré a mi destino, tu ciudad. Me pondré en pie, estiraré las piernas y me dirigiré a la puerta. Mientras tanto, me iré abrochando la gabardina negra, de corte elegante y refinado. Ceñiré la corbata al cuello, mientras observo la hora en mi reloj de treinta mil euros. Entonces, con calma y silbando una dulce melodía que muchos no reconocerán, bajaré del tren. Estarás allí esperándome entre la multitud. Destacarás, claro, tu mirada resacosa y perdida, es por supuesto imperdible. Soy redundante, lo siento. Todos tenemos fallos, aunque los míos sean mínimos. Te acercarás raudo a mí, jadeando, te desnudarás dejándome ver tu cetrina piel. Gritarás que eres puro, inocente y mil historias más que no me interesan. En ese momento me acercaré a ti, te acariciaré para notar como tu respiración histérica te hiperventila. Alzaré mi mano, he de pensar cual, y agarraré tu cuello hasta asfixiarte.
Y entonces, me iré. Claro, con un nuevo trofeo.
January 18, 2016
Una tarde cualquiera
Era un día más. Una tarde cualquiera. Habíamos discutido toda la mañana, un infierno de insultos y reclamos que no condujeron a ninguna parte. Voy a su cuarto y se encuentra durmiendo, aparto a un lado la colcha y veo que lleva solo su camisón para dormir, bajo aquella fina tela cerúlea está desnuda. Sus nalgas son muy grandes y firmes, de apetecible color canela, ella me ha dicho en alguna ocasión que puedo despertarla con caricias. Titubeo, pero me atrevo. Le desabrocho el camisón y beso el dorso de su cuerpo, deslizó mis dedos por su cabello y desciendo con mis labios hasta la parte baja de su espalda. Llego a sus nalgas, las manos coquetean con ellas mientras mi lengua tintinea con timidez en su femineidad. Húmeda. Su cuerpo se retuerce levemente mientras se acomoda hacia el centro de la cama, dándose la vuelta, y yo me acuesto sobre ella. La abrazo por el cuello, jugueteo con sus pechos sensuales, turgentes e hipnóticos. Poco a poco, la calma se vuelve tormenta mientras nuestros cuerpos se unen. Se mueve, me muevo, y la habitación gira en un orgasmo continuado de locura de la que ninguno es dueño. Llega al clímax, que yo alcancé segundos antes. El grito ensordece mi coqueteo con al silencio del placer. Sus ojos me observan, me quedo prendado en su brillo. Extasiado, consigo darle un beso. Sus labios saben a miel. Ella me lo devuelve con pasión, y me acuesto a su lado. Una tarde cualquiera.
January 16, 2016
Muerte
Una de las causas más notorias de su ansiedad y desaliento es pensar en la muerte. No la de sí mismo, pero sí la de quien la toma y no le toca. Aquella que asciende contra el orden de las cosas, del ciclo estipulado de la vida y de lo natural. Pensamiento oscuro que perturba durante horas su creatividad, así sin avisar. Y en numerosas ocasiones sin motivo aparente. En realidad, sin ningún motivo, y dejémonos de vagas y falsas apariencias que creemos, todo lo pueden. No es así. Nunca lo ha sido, el poder no alcanza lo infinito, se cierne sobre lo finito y a él se agarra como una garrapata. Succionando su vitalidad, la esencia de sus miedos y aspiraciones; alegrías y ansiedades. Su imaginación.
La imaginación juega, en este caso en particular, casi siempre en nuestra contra. Nos traslada como una barquita en el océano, a escenarios concretos creados a partir de recuerdos desagradables. Y no necesariamente vividos, pero sí de alguna manera, percibidos. Amo el cine, los libros, las series y crear, causas suficientes pata poseer una amplia variedad cromática de contextos y condiciones ajenas en cada lugar, que sirvan de transporte trabajador a mi cerebro.
Y ese día llegó. El día que toda inquietud se disipó entre mis manos. El día que al final me permití estar tranquilo. Era el día. No hubo medias tintas, ningún rodeo, tan solo apareció. Delineado ante mis ojos, invisible, pero palpable. Allí, en toda su gloria, esperando la última conversación que decida el destino eterno de lo que nos atrevimos a llamar alma.
Durante horas dialogamos, asimilé los días, no así las dudas. Me sumergí en las cuestiones de la vida y por supuesto, de la muerte. Ella hablaba de sí misma como su de una vieja compañera se tratase. Le servía de antesala, presentación y desencadenante. Me mantuvo el tiempo necesario para comprender lo más misterioso que perturbaba mi interior.
¿Quién soy yo?
La imaginación juega, en este caso en particular, casi siempre en nuestra contra. Nos traslada como una barquita en el océano, a escenarios concretos creados a partir de recuerdos desagradables. Y no necesariamente vividos, pero sí de alguna manera, percibidos. Amo el cine, los libros, las series y crear, causas suficientes pata poseer una amplia variedad cromática de contextos y condiciones ajenas en cada lugar, que sirvan de transporte trabajador a mi cerebro.
Y ese día llegó. El día que toda inquietud se disipó entre mis manos. El día que al final me permití estar tranquilo. Era el día. No hubo medias tintas, ningún rodeo, tan solo apareció. Delineado ante mis ojos, invisible, pero palpable. Allí, en toda su gloria, esperando la última conversación que decida el destino eterno de lo que nos atrevimos a llamar alma.
Durante horas dialogamos, asimilé los días, no así las dudas. Me sumergí en las cuestiones de la vida y por supuesto, de la muerte. Ella hablaba de sí misma como su de una vieja compañera se tratase. Le servía de antesala, presentación y desencadenante. Me mantuvo el tiempo necesario para comprender lo más misterioso que perturbaba mi interior.
¿Quién soy yo?
Published on January 16, 2016 08:27
•
Tags:
alma, amor, creatividad, desaliento, divagaciones, dolor, dudas, imaginación, muerte, pensamiento
January 15, 2016
Cafecito
Se había despertado esa mañana con frío en los huesos. Pero un frío distinto, del tipo de frío que anticipa la muerte. Fue tal, que no quiso levantar su cuerpo del catre, prefería mantenerse bajo el cobertor antes de poner un solo pie en las mugrosas zapatillas que mantenía con él a pesar de la vejez que teñía su desvencijada apariencia. Le picaba la cabeza, supuso que el dolor amenazante era más intenso aun con el suceder de los días. A lo lejos, no tan lejos, llegaba el suave aroma a café de la mañana. Del sobradillo continuaba produciéndose el sonido acuífero procedente de la gotera eterna que no fue capaz de arreglar. No era mañoso, más bien todo lo contrario. Acabó por ponerse en pie, aunque no sin un titánico esfuerzo. El batín estaba agujereado, a duras penas le cubría la pálida piel, halaba por el suelo el cinto que no podía amarrarse al otro extremo. Paso, a paso, arrastrando los pies, permitió que su vida continuase un poquito más. Era como el dulce pico del ave que se encarama al nido, buscando sus finos hilos para llegar más allá.
El caminito a la cocina fue más ameno que de costumbre. Clara había puesto el puchero en la hornilla, pero no hubo un saludo o siquiera una tenue voz que anunciase que se habían visto el uno al otro. Ella fue pasito a pasito hasta perderse por la cortinilla que separaba la estancia del salón, mientras él se sentó en una estropeada silla de metal. Se quedó allí un rato observando el vacío, antes de caer a cuenta que aquel día, era otro más en su ingrata vida. No tenía nada, pensaba que poder comer y dudaba si conseguiría algo que llevarse a la boca más allá de las migajas que iba a comprar en el colmado una vez empeñase su reloj. Le dio varias vueltas a la cucharilla del azucarero de arcilla. Estaba quebrado por un lateral y su color, bueno, su color hacía tiempo que mutó del marrón cafetero al verde liviano. Entornó sus grandes ojos antes de que el sonido del vapor conectando con la atmósfera le sacase del ensimismamiento. Se puso en pie, un segundo tardó y una pequeña tacita de color caoba ya estaba repleta del líquido que en breves iría directo a su gaznate.
Cuanta frivolidad en la miseria. Se dijo contemplando la cocina. No tenía nada, a duras penas su persistencia podría sentirse más allá de la puerta de la vecina, la señora Adolfina. No importaba, tampoco, que Don Eladio no quisiese ayudar al pueblo. Tampoco le causaba demasiada molestia que el gobernador del municipio, el Teniente Coronel Elías Espinosa, fuese su querido sobrino, y que negase su existencia con vehemencia cada vez que se cruzaban en el camino.
— Al menos te tengo a ti –le dijo al café.
Y la tacita, socarrona, le sonreía.
El caminito a la cocina fue más ameno que de costumbre. Clara había puesto el puchero en la hornilla, pero no hubo un saludo o siquiera una tenue voz que anunciase que se habían visto el uno al otro. Ella fue pasito a pasito hasta perderse por la cortinilla que separaba la estancia del salón, mientras él se sentó en una estropeada silla de metal. Se quedó allí un rato observando el vacío, antes de caer a cuenta que aquel día, era otro más en su ingrata vida. No tenía nada, pensaba que poder comer y dudaba si conseguiría algo que llevarse a la boca más allá de las migajas que iba a comprar en el colmado una vez empeñase su reloj. Le dio varias vueltas a la cucharilla del azucarero de arcilla. Estaba quebrado por un lateral y su color, bueno, su color hacía tiempo que mutó del marrón cafetero al verde liviano. Entornó sus grandes ojos antes de que el sonido del vapor conectando con la atmósfera le sacase del ensimismamiento. Se puso en pie, un segundo tardó y una pequeña tacita de color caoba ya estaba repleta del líquido que en breves iría directo a su gaznate.
Cuanta frivolidad en la miseria. Se dijo contemplando la cocina. No tenía nada, a duras penas su persistencia podría sentirse más allá de la puerta de la vecina, la señora Adolfina. No importaba, tampoco, que Don Eladio no quisiese ayudar al pueblo. Tampoco le causaba demasiada molestia que el gobernador del municipio, el Teniente Coronel Elías Espinosa, fuese su querido sobrino, y que negase su existencia con vehemencia cada vez que se cruzaban en el camino.
— Al menos te tengo a ti –le dijo al café.
Y la tacita, socarrona, le sonreía.
January 12, 2016
Ella
Me acerqué por detrás, tapé sus ojos y empecé a besar su cuello. Estaba caliente, incluso húmedo. Mis labios creyeron internarse entre los recodos de su ser, pero rápidamente puso freno a mi intento de ir más allá. Me apartó, con desdén, y se dio la vuelta. Sus ojos azules se quedaron frente a los míos, no supe que decir y ella tal vez tampoco. Sonreí, pero un risa incómoda, forzada. De esas que sacas cuando las palabras no son capaces de fluir entre tus dientes. Ella por su parte, gesticuló inclinando su cabeza hacia el lado izquierdo. Creí oír un cierto deje despótico en su voz, pero no fueron más que imaginaciones mías. Quise preguntarle por qué, si había hecho algo mal o si existía razón por la cual aborrecerme. Pero no pude. Me contuve, fue un momento, antes de sentir sus brazos rodeando mi cadera. El pecho se acercaba peligrosamente, sentí su abultada femineidad contra mi torso caliente, y antes de poder darme cuenta sus labios atraparon los míos en una cárcel de la que no quería tener que salir jamás. Ambas lenguas juguetearon unos segundos, y tan repentino como entonces ella me volvió a apartar. Juega conmigo, lo hace a sabiendas y yo lo permito. Y… y… me siento impotente, porque me gusta. Me place hacerlo, siento que su amor me esquiva, pero el deseo es tan grande que tumba la razón con tímidas acometidas.
Ladea su boca. Ya no siento sus brazos. Sonríe, pero es una sonrisa algo más arrogante. Siento que no estoy a su altura, simplemente ella consiente que me plante allí delante, sin más que mi cuerpo desnudo. Ante el suyo. La perfección, atorada en mi mente resguardo la idea de que en cierto instante volveremos a fundirnos en un beso que cruzará la frontera, pero no es así. Se da la vuelta y su femineidad me abandona.
Ladea su boca. Ya no siento sus brazos. Sonríe, pero es una sonrisa algo más arrogante. Siento que no estoy a su altura, simplemente ella consiente que me plante allí delante, sin más que mi cuerpo desnudo. Ante el suyo. La perfección, atorada en mi mente resguardo la idea de que en cierto instante volveremos a fundirnos en un beso que cruzará la frontera, pero no es así. Se da la vuelta y su femineidad me abandona.
January 11, 2016
Deseo incomprendido
Se había acercado a ella susurrando su nombre, como un tenue soplo de aire fresco. Durante mucho tiempo la buscó, y esquivando su nombre, sus caricias y aprensiones, volvió a sus brazos como un lince herido. Goteando amor, derramando la esencia de la vida que decaía entre sus húmedas mejillas, cual lluvia de meteoros incandescente arrecia desde el cielo. Nadie contrapuso la pureza de lo que ambos conformaban, tan solo eran seres más allá de toda comprensión. Como en una entelequia irredimible, puestos allí por lo que nadie asimilaba, comprendía o meramente, atinaba a prever. No eran mimos lo que su cuerpo reclamaba, ojalá. Decía. Una y otra vez, a medida que los demás postergaban lo que otros a duras penas sorprendían entre esquinas. La misma indecencia que arrimó a su cuerpo la noche del suceso, eran manos subyacentes bajo las sábanas. Arrastrados al mundo de placer, el deseo ardiente de dos seres que no sorprendían a nadie. El beso, arrancado del infierno, la piel húmeda por la intrínseca sed de amor incondicional. No eran ellos, era él. Era ella. Eran dos, sin ser más de uno. Labios rotos, dedos quebrados, ansias de volar entre dos cuerpos unidos en un mismo destino. Nadie volvía, ellos mismos manaban por doquier, bebían de la fuente del otro, atrasando el final hasta que la bomba explotase en una nube de polvo artificial. Qué poder, cuánto y tanto, entre tan poco.
Fueron dos durante toda la noche, uniéndose en uno. Buscando el camino. Tocando sus cuerpos, bebiéndose. Amándose.
Fueron dos durante toda la noche, uniéndose en uno. Buscando el camino. Tocando sus cuerpos, bebiéndose. Amándose.


