Amir Valle's Blog, page 2
December 10, 2020
Vilches: un hombre escandalosamente bueno
Rafael Vilches Proenza y Ana Rosa Díaz Naranjo, Las Tunas. Cuba.
Vilches: un hombre escandalosamente bueno
¡Qué libertad, ser poeta y caer en desgracia!
Calamidad, infortunio, luz, combinándose en fuego eterno.
No es fácil.
Esperar en hambruna ilumina, hace fe.
Difícil, feo, es decir: Lameculos. Pero ahí están ministros y lacayos.
Princesa, no es que sientan, sufran el país, les alivia, solivianta,
tener la dulce llama alimentándoles la panza.
Me quedo con el escarnio,
hiendo en mi pecho los tres clavos con que martirizaron a Cristo.
«Doy crédito» (del libro inédito Si te vas, mi corazón es un aeroplano.
Rafael Vilches Proenza
Hoy, para quienes conocemos al escritor cubano Rafael Vilches Proenza, es un día de cargado simbolismo: el poeta cumple 55 años viviendo su insilio forzado allá en Cuba y el mundo celebra el Día Internacional de los Derechos Humanos. Simbología que se explica en el poema que encabeza estas palabras: un poeta caído en desgracia por el simple motivo de gritar y escribir verdades que al poder político no le resultan convenientes; escritor, en suma (pues Vilches también ha escrito formidables novelas), condenado al más triste e injusto ostracismo por defender su derecho a pensar distinto, a construir un país realmente plural/libre/abierto/democrático, a no balar en el mismo ideologizado tono de las domesticadas ovejas en que la dictadura ha convertido las voces de millones de cubanos.
Nacido en una parte de la isla que sólo es mencionada cuando se rememora la histórica lucha de los mambises contra el colonialismo español, su raíz campesina es innegable en ese candor, esa nobleza innata, esa mansedumbre humanísima e incluso esa ingenuidad casi infantil que allá en Cuba tienen esos cubanos que cargan con la etiqueta «gente del campo». Es, dicho en sencillas palabras, un alma limpia con el don de la poesía. Quienes lo conocen, no pueden evitar quererlo. Pero esa mansedumbre y esa honestidad abierta por la que todos lo queremos, jamás ha significado que baje la cabeza ante lo mal hecho, nunca ha significado que haga silencio ante las injusticias contra sus amigos. Y esa fidelidad ciega a quienes él considera en verdad «amigos», se ha ampliado en los últimos años a un nuevo escenario: la lealtad para con los que, en su pueblo, sufren por los designios de un funesto gobierno que insiste en perpetuar el desastre de su gestión, a costa de la represión y la politización extrema de la sociedad cubana.
Amir Valle y Rafael Vilches, Feria Internacional del Libro, La Habana, 2002.
En esta foto, durante mi última presentación en la Feria Internacional del Libro de La Habana, en 2005, meses antes del viaje a España que yo entonces no imaginaba iba a ser el definitivo, Vilches estaba allí junto a cientos de mis lectores, en un acto inédito de resistencia inusual y conmovedor contra las trampas que las autoridades culturales intentaron hacer para evitar que hubiera público en la presentación de una novela que sólo publicaron porque había ganado un importante premio nacional, gracias a la valentía de los jurados que se negaron a la petición de no concederle el premio a un escritor «mercenario» como, decían, era yo.
Pero antes, en los tiempos en que los narradores de nuestra generación, nos nucleábamos en torno a ese ejemplo de honestidad, humildad y entereza que fue el narrador Guillermo Vidal, Vilches estuvo entre los más fieles defensores de aquella máxima de nuestro inolvidable «Guille» que se transformó en un himno de unidad generacional: «Caballeros, si nos dividen, nos joden». Y mucho antes de que los comisarios culturales lo enlistaran en ese cuaderno negro donde anotan a las ovejas descarriadas que ya no tienen salvación, Vilches estuvo a nuestro lado en la defensa de colegas contra los que se cebaban las censuras, las campañas de difamación, las expulsiones, las represiones abiertas o escandalosas de la policía política.
Rafael Vilches, Amir Valle y Alfredo Quintana, Cuba, 2003.
Por eso avergüenza que muchos colegas a quienes Vilches defendió lo hayan dejado solo desde ese instante en que decidió, además de escribir críticamente, expresar sus criterios críticos sobre la convulsa, oscura y desoladora realidad en la que nuestros dictadores de seis décadas (los políticos y sus acólitos en la cultura) han hundido nuestra isla. Por eso es penoso que justo ahora, cuando una parte de la intelectualidad y los artistas despiertan de su letargo y empiezan a exigir el respeto a las libertades expresivas y creativas para poder construir una Cuba para todos, la inmensa mayoría de esos colegas (muchos de ellos, en la sombra, siguen llamándolo «amigo»), no acaben de levantar sus voces para recordar que entre esos artistas castigados, marginados, represaliados y perseguidos día a día, tiene un papel destacado «su amigo» Rafael Vilches Proenza.
Yo, desde lejos, él lo sabe, he intentado visibilizarlo todo lo posible para que cada vez sea más difícil hacer algo contra él, contra su compañera en la vida, la también escritora Ana Rosa Díaz Naranjo (a quien amenazan con la expulsión de la Unión Nacional de Escritores y Artistas, simplemente porque ama a un hombre «marcado» y defiende, como sólo las bravas mujeres cubanas saben hacer, el derecho de su pareja a expresarse libremente). Vilches, como debe adivinar el que me ha leído hasta aquí, es uno de esos hermanos con los que la vida nos premia. Estoy orgulloso de escucharlo decirme, o escribirme, «te amo, hermano». Estoy orgulloso de toda su obra, que considero ya esencial para la poesía y la narrativa cubana.
Me siento privilegiado de ser su representante literario, de haberle publicado en mi editorial Ilíada Ediciones su desgarradora novela Inquisición roja, sobre ese terrible momento que fueron esos campos de concentración para homosexuales y jóvenes «descarriados» que el dictador de turno llamó con el eufemismo UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), e incluso de haber sido quien envió a concurso desde Berlín esa formidable novela suya, titulada Sálvame si puedes, con la que acaba de ganar el Premio de Narrativa Reinaldo Arenas 2020 convocado anualmente por el proyecto cultural Puente a la Vista, en Estados Unidos.
Para los hombres buenos, íntegros, luchadores, como Rafael Vilches Proenza, no hay años malos, aunque quizás ni ellos mismos se den cuenta. 2020, estos 12 meses que ya muchos llaman el «Año Oscuro de la Pandemia COVID 19» ha sido un año difícil, lo sé, pero con mucho crecimiento personal, espiritual, artístico, ético y humano para Vilches. Sé que este nuevo año en su vida, que comienza hoy, será todavía más luminoso.
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December 7, 2020
El caleidoscopio de los perdedores
Eso es La catedral de los negros, del escritor cubano Marcial Gala: el más perfecto caleidoscopio de los perdedores, un cántico triste y desesperado de los que no tienen voz, un espejo hecho añicos de la animalia humanoide que habita la sociedad cubana actual, una novela tronante y descorazonadora. En simples y llanas palabras: una de las novelas imprescindibles de la narrativa cubana de las últimas cuatro décadas.
La leí en un original digital que años atrás, incluso antes de publicarse, me envió Marcial Gala. Luego la leí en la hermosa edición argentina, y he tenido que dejar pasar el tiempo para alejarme de su impacto sentimental: a fin de cuentas, era una historia escrita por alguien a quien he seguido y admirado desde que, allá en el Cienfuegos de inicios de los noventas, leí sus primeros cuentos. Y esa cercanía me obligaba a poner una pauta para encontrar el necesario alejamiento que me permitiera no “hablar del libro de un querido amigo” sino intentar un acercamiento serio y desprejuiciado a una obra que considero esencial, aportadora y, más que nada, distinta a lo que se estila en el actual concierto de la narrativa cubana.
He dicho otras veces que considero a Marcial una de esas “rara avis” que llevan a las letras cubanas el sello de lo distintivo y variable: José Soler Puig, Ezequiel Vieta, Guillermo Vidal, Abilio Estévez, Alejandro Aguilar, Ena Lucía Portela, Jorge Ángel Pérez…, y he recalcado que además de su poder como configurador de grandes e inolvidables personajes, la fortaleza de sus historias radica en las rupturas que provoca en los términos del humanismo mediante la colocación de esos personajes en esas situaciones límites que usualmente definen lo que de humano y de diabólico hay en cada uno de nosotros.
Marcial Gala y Amir Valle en Berlin, octubre 2019.
La construcción de una catedral en un barrio marginal es el pretexto, el contexto y el caldo de cultivo elegido por Marcial para configurar la atmósfera de esta historia. Una catedral que, curiosamente, se convierte a la vez en un supuesto paraíso al cual pueden escapar buscando salvación los marginales del barrio donde intenta edificarse y en el más peligroso agujero que permite el escape desde el infierno de criaturas que, sin distinción por el color de su piel o su origen social, agonizan en luchas cotidianas por la supervivencia en un medio que, salvo en la propaganda oficialista y en las mentes soñadoras de algunos ingenuos, les resulta agresivamente hostil.
Esa atmosfera infernal, que contamina la vida de quienes están alrededor de los protagonistas, llega incluso a perseguirlos como una espada de Damocles a Estados Unidos o a esos países de Europa, a los cuales han intentado escapar, sin conseguirlo totalmente. Pero los persigue también dentro de la isla, allí donde vayan, hagan lo que hagan, convirtiéndolos a todos en reses marcadas, condenadas al más triste de los destinos, el de los perdedores, y a la más agónica de las desesperanzas: la no vida. En todos esos ámbitos ocurre un contrapunteo enriquecedor que permite la retroalimentación del mundo interno de ese coro plural de personajes que desfila por estas páginas y ese universo histórico controvertido, difuminado y difuso, que gravita sobre todos. Y ese contrapunteo entre el adentro y el afuera geográfico, entre “los decentes” y “los perdidos”, entre los ingenuos y los pícaros, entre los aguerridos revolucionarios y los recalcitrantes apáticos (en fin, entre perdedores “buenos” y perderores “malos”) es una de las contribuciones más interesantes de esta novela: no creo que se haya escrito en la literatura cubana de los últimos 60 años una obra literaria que refleje tan ampliamente el pensamiento sociológico, los traumas sociales, las esperanzas y desilusiones, las incidencias históricas y raciales en tantos estratos de la sociedad cubana como lo hace Marcial Gala en La catedral de los negros. Una novela que todo cubano debe leer. Y también todo aquel extranjero que quiera conocer en la voz de las víctimas y los victimarios esa verdadera Cuba marginal y terrible que cada vez es más la verdadera Cuba, aunque muchos no quieran aceptarlo. Una verdadera proeza literaria que lleva ese sello personalísimo de excelencia que ya es, en sí misma, toda la novelística y la cuentística de Marcial Gala.
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November 23, 2020
Un antídoto contra la idiotez nacionalista
Existen los libros “aplasta egos”. Y 1959. Cuba, el ser diverso y la isla imaginada, del escritor cubano Manuel Gayol Mecías, es uno de esos libros. Se trata de obras que te obligan a detenerte, a reflexionar sobre tus propios egos y a decirte: “¿cómo no se me ocurrió a mí escribir algo así?”, con envidia sana.
Gayol, autor de varios libros que entran en esa categoría, logra con este el que creo es el más documentado antídoto intelectual contra esa idiotez nacionalista que durante años los cubanos, tanto en la isla como el exilio, hemos padecido, gritando nuestra enfermedad a los cuatro vientos con argumentos que sólo un nacionalismo barato enfermizo puede generar: “islita pequeña de la que han nacido nombres esenciales de la cultura universal”, “país marcado por improntas históricas que nos colocan en el centro del mundo”, “gente con una gracia única”, o exageraciones al estilo de “la playa más linda”, “los mejores amantes”, “la música más sabrosa”, “el mejor ron”, “el tabaco más aromático”, “los bailarines más expertos”, etc. Sentencias que no se sostienen en lo más mínimo apenas miras a los lados, te despojas de todas esas taras y analizas que cualquier otro ciudadano de este planeta podría esgrimir argumentos similares sobre su país, su cultura, su gente.
Gayol Mecías hace un recorrido memorioso (léase intuitivo y analítico) por los estamentos fundacionales, los comportamientos y las diversas esencias que configuran eso que algunos llaman “la identidad del ser cubano”. Una verdadera proeza, es justo decirlo. Porque en estas páginas no sólo aparecen cuestionamientos muy serios a esa isla imaginada con la que todos cargamos; a las raíces y a las consecuencias de esas mixturas culturales/raciales para el concepto de nación; a los históricos contrapunteos entre la Cuba real y la que cada uno de nosotros (en dependencia de nuestras circunstancias íntimas, y de la Historia) concebimos; al encontronazo perpetuo de esas “sensibilidades” y “dones” que originan el relajo, el choteo, la risa escapista a modo de supervivencia; al daño antropológico de esa predilección por el líder o de la autocensura como estrategia definitoria del comportamiento social…, y muchas otras cosas.
Libro, además de abarcador, profundo, que hurga en estos complejos temas con las armas del historiador, del filósofo, del antropólogo, del sociólogo y, lo más interesante, del cubano simple que mira su entorno con ojo cómplice, nostálgico y crítico a la vez. Porque, y esta es una de sus mayores virtudes, la complicidad y la cercanía que Gayol Mecías no niega llevar como marca del cubano que él mismo es, no es impedimento para que tome distancia de los sucesos, comportamientos e imaginería social en los que se centra su análisis configurando una perspectiva científica seria, objetiva, sosegada, que le permite dilucidar los límites de lo beneficioso y lo dañino de estos elementos en cualquier acercamiento desprejuiciado sobre conceptos tan controvertidos y difíciles como identidad, transculturación, nación, patria, revolución, caudillismo, entre otros.
Momentos luminosos, cegadores incluso, tiene 1959. Cuba, el ser diverso y la isla imaginada: el desmembramiento juicioso de las partes esenciales de eso que el autor llama “ajiaco de los genes”, con el cual intenta explicar las razones de esa imperfección que, aunque muchos lo nieguen, son un rasgo notorio en el comportamiento ético y social de los cubanos; la exposición sobre algo que podemos llamar “el tablero de las posibilidades” de todos esos matices que configuran el tan llevado y traído “choteo cubano”, y cómo ciertos equívocos y extremos (el relajo, la pachanga) nos convierte a los cubanos, al mismo tiempo, en víctimas y victimarios de ese “don/tara” según se mire; el esclarecimiento del peligro sociológico de la asunción como “estrategias de supervivencia” de categorías tan peligrosas como el silencio, la censura, la autocensura, la credulidad oportunista, el suicidio físico y social, la obnubilación con los Mesías; hasta llegar incluso a hechos fundamentales pero muy concretos como el exilio histórico (mediante incisiones muy precisas que intentan definir el verdadero aporte a la nación de esa parte de la diáspora) o “ese dictador que todo cubano lleva dentro” (especialmente notorio aquí serían los cambios injertados en el “ego” nacional por la egolatría mesiánica de Fidel Castro y su personalísimo estilo de vida y dirigencia).
Cuba, el ser diverso y la isla imaginada es un libro que molestará a muchos de esos que cargan con bullicioso orgullo esa supuesta condición de “elegidos” de los cubanos; resultará incómodo para quienes, desde la política, han intentado insuflar esa supuesta singularidad a favor de sus intereses en ambas orillas del tema Cuba; y echará por tierra las tesis de una supuesta superioridad histórica, regional, cultural, usualmente esgrimida por unos cuantos idiotas nacionalistas. Porque es muy difícil, hasta doloroso, entender que Cuba es apenas una islita cada vez más insignificante para la historia del mundo (aun cuando nadie niegue que en ciertas etapas, por su posición geográfica más que por otras cosas, estuvo entre los protagonistas de la Historia, con mayúsculas); es duro entender que los cubanos somos tan singulares como cualquier otro ciudadano de este mundo…, y aún más descorazonador es saber que precisamente por andarnos creyendo ciertas cosas, por andar escuchando ciegamente a ciertos Mesías (el síndrome del flautista de Hamelin, lo llama Gayol Mecías) y por caminar por la vida mirándonos nuestro hermoso ombligo sin ver nuestras otras escandalosas imperfecciones, podemos mostrar muy pocos elementos de los que realmente presumir, mientras con jolgorio, griterío y espíritu de choteo hemos ido acumulando muchísimas más cosas (taras, desviaciones y comportamientos errados) de las cuales deberíamos avergonzarnos.
Un libro este, en fin, grande, necesario, controvertido, pendenciero, retador (además de exquisitamente documentado y delineado hasta en sus más áridas connotaciones científicas) que nos permita reflexionar sobre nuestras verdaderas esencias, valores, virtudes, contradicciones e imperfecciones; en suma, sobre esas complejidades humanas, sociales, históricas que, más allá de las etiquetas que nos colgamos, configuran nuestra más genuina singularidad.
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May 6, 2018
Así no, colegas… ó la desvergüenza
Escritores cubanos: Ángel Santiesteban – Ileana Álvarez – Lía Villares – Francis Sánchez.
Había jurado no volver a escribir sobre la desvergüenza intelectual de mis colegas escritores en la isla (y en el exilio). Y lo había jurado porque, mientras vivía en Cuba, supe lo que es el miedo al represor, me tuve que imponer a ese miedo y, como dijo recientemente el escritor Ángel Santiesteban en una entrevista, eso me condenó a vivir en un ostracismo que afectó mi salud, mi vida familiar, las relaciones con mis amigos (que cada vez fueron menos), pero curiosamente hizo crecer mi respeto por la coherencia y la libertad personal.
¿Quién eres, Amir Valle, para cuestionar que otros no puedan todavía zafarse de las cadenas del miedo con que los atenazan en Cuba?, me he repetido constantemente todos estos años de destierro forzado. ¿Quién soy yo para exigir a un colega en la isla que suelte la careta de la doble moral, si hacerlo podría costarle el alimento a su familia?
Eso me contuvo. Pero hay desvergüenzas que le hacen a uno romper hasta los más empecinados juramentos.
Ahora mismo, en Cuba, mis colegas Ileana Álvarez y Francis Sánchez son reprimidos en su derecho a viajar fuera de la isla y sus proyectos culturales son atacados por la cultura oficial. ¿Cuántos de esos colegas que se dicen sus amigos, sus «hermanos» han protestado contra ese atropello? Ahora mismo, a la joven escritora y activista Lía Villares se la reprime y se le impide viajar. ¿Cuántos de sus colegas de la llamada «Generación Cero», que han recibido en los últimos años una enorme publicidad internacional como «contestatarios», han levantado la voz contra esa violación? Hace apenas unos días, el escritor Ángel Santiesteban casi no pudo asistir al Festival Vista que organizó NeoClub Press en Bogotá, porque estaba «regulado», que es la palabrita que han utilizado para quitarle a Ileana, a Lía, a Francis, su derecho a salir y entrar del país. En la isla tampoco nadie levantó la voz contra esa represalia y fue la impresionante condena internacional que se hizo en las redes sociales lo que empujó a la dictadura a «reflexionar» y dejar salir a Ángel. Y que conste, menciono sólo autores que son muy conocidos en la isla; colegas a los que nadie puede decir «no lo conozco, ¿cómo podría apoyarlo si es un desconocido?».
¿Hasta cuándo, queridos colegas escritores de la isla, van a seguir callando antes estos atropellos a escritores que ustedes bien conocen por la calidad de su obra? ¿Hasta cuándo eludirán su responsabilidad ética los jefes de esas instituciones oficiales -que curiosamente en las redes sociales dicen ser amigos de estos escritores represaliados? ¿Hasta cuándo estos colegas tendrán que soportar los mensajitos enviados en secretos de «estamos contigo, pero sabes que no puedo hacer nada», que le envían esos mismos desvergonzados que son incapaces de unirse por una vez para defenderse unos a otros de tanta coacción, que existe porque los represores saben que están muertos de miedo?
Así no, colegas… la desvergüenza, aunque algunos lo nieguen, es al final también parte de esa obra literaria que pretenden ustedes legar a la Cultura Cubana.
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December 9, 2017
Habana Babilonia en dos nuevas ediciones: Agradecimientos imprescindibles
Es un honor y un orgullo para mí la publicación en NeoClub Ediciones de mi libro Habana Babilonia, en la que es la primera edición en inglés y en la que considero la edición definitiva, revisada y actualizada de esa obra.
El mayor culpable de esas dos ediciones es, además, un querido amigo: el escritor cubano Armando Añel.
Y ese es mi orgullo: publicar en la editorial de alguien a quien he visto crecer como escritor (recuerdo haber sido jurado en aquellos tiempos en que escribía sus primeros cuentos).
Armando Añel e Idabell Rosales.
Pero es, además, un honor publicar con NeoClub sabiendo que se trata de un proyecto logrado contra viento, marea y traspiés de toda índole (él no lo dirá, pero esos traspiés llegan con la misma saña desde la isla o desde ese exilio, en el cual Añel y su inseparable Idabell Rosales luchan por llevar adelante un sueño que, por si no bastara, es también epopeya cultural por todo lo que ya han logrado con ese catálogo exquisito, esos Festivales VISTA y esos Puentes de Letras que han tendido colaborando con quienes desde Cuba se empeñan en romper lo que nos separa a los artistas, escritores e intelectuales cubanos).
Pero aún más interesante: el mundo literario y extraliterario de Habana Babilonia parece gravitar signado por ese azar concurrente del que Lezama Lima habló cuando quiso explicar que las cosas y sucesos del universo están hilvanados secretamente. ¿Por qué digo esto?. Simple: el primer periodista que escribió sobre Habana Babilonia, cuando apenas llevaba unas pocas semanas circulando en copias clandestinas impresas y digitales por toda Cuba, fue Armando Añel, en aquellos tiempos en que enviaba desde La Habana sus críticas crónicas cubanas como uno de los miembros más activos de la agencia de Noticias «Grupo de Trabajo Decoro». Por obra y gracia de ese «azar concurrente» es ahora Neo Club Ediciones, editorial creada y dirigida por Armando Añel en Miami, quien edita la que es la primera edición cubana de ese mismo libro que él presentó al mundo libre en 1999 en su artículo «Un viaje sin retorno».
Muchas cosas tristes rodean este libro y me hacen detestarlo en cierto modo: represiones en la isla, amenazas, censuras descaradas… e incluso mi destierro en 2006. Pero yo prefiero quedarme con lo que me hace sentir pasión por este libro: En Cuba, donde yo era ya bien conocido pero sólo en el ámbito cultural, el escándalo generado por las bochornosas censuras urdidas por el poder político y cultural contra Habana Babilonia, me convirtió de la noche a la mañana en el autor cubano más leído en la isla: centenares de miles de cubanos (quienes conocen la historia saben que no exagero) perseguían este libro. De esa época conservo más de seis mil mensajes de cubanos que lo leyeron y me agradecían (curiosamente fueron pocos los que me atacaron, la mayoría de ellos colgándome esa tan famosa etiqueta en Cuba para quien piensa distinto al modo oficial: «mercenario del imperio»). Aún hoy Habana babilonia es considerado entre los libros más buscados por los lectores cubanos.
Pero también ha sido el libro que le hizo saber al mundo que yo existía y coló mi obra en las grandes editoriales de la lengua española, a partir de la publicación en Planeta, aunque con el título Jineteras. Esa edición, que se mantuvo durante meses entre los títulos más vendidos en América Latina y España, obligó a sucesivas reimpresiones y a la salida de una edición de bolsillo, en otra prestigiosa editorial, Ediciones B, esta vez con una parte del título original: Habana Babilonia, y el subtítulo: La cara oculta de las jineteras (de ahí mi insistencia en que esta edición en Neo Club lleve el título realmente original: Habana Babilonia o Prostitutas en Cuba). Por si no bastara con ese impacto, en 2007 me conceden por esta obra el Premio Internacional Rodolfo Walsh al mejor libro de no ficción publicado en lengua española y ese galardón despertó el interés de prestigiosas universidades de todo el mundo donde hoy se incluyen en los planes de estudios ese y otros de mis libros.
Pero nada de esto habría ocurrido sin la confabulación de los amigos para evitar que Habana Babilonia quedara en el silencio. Por eso debo aquí agradecer a esos amigos:
En primer lugar, a esos miles y miles de cubanos que leyeron y aún leen Habana Babilonia, y que, con sus mensajes, se convirtieron en mi más perfecto bálsamo y en mi más apacible refugio contra los dardos que me lanzaron (y aún lanzan) tirios y troyanos. Sin el ánimo y el apoyo que ustedes me dieron, queridos lectores, créanme, yo mismo hubiera hecho desaparecer este libro.
Y en especial, a mi esposa Berta, que tantos palos tragó por culpa de este libro y de mi tozudez y, pese a todo, siempre estuvo a mi lado.
A los escritores colombianos Santiago Gamboa y Álvaro Castillo Granada, que leyeron en Cuba el manuscrito y se lo llevaron a los editores de Planeta.Al escritor español José Manuel Fajardo, que argumentó lo suficiente hasta convencer a jurados nostálgicos de los tiempos gloriosos de la Revolución Cubana sobre la honestidad de mi mirada sobre la dura verdad que Habana Babilonia mostraba y la importancia de conceder a mi libro el premio Rodolfo Walsh, el más prestigioso de ese género en lengua española.Al inolvidable escritor cubano Justo Vasco, que prácticamente le metió el libro por los ojos al director de Ediciones B, quien al final, por las ventas, decidió editar una bellísima edición de bolsillo.A mi padre alemán, el editor de toda mi obra en Alemania: el escritor Peter Faecke, que publicó otra hermosa edición en tapa dura y que ahora debe estar celebrando desde el paraíso de los escritores.A mi hermana del alma, la escritora cubana Karla Suárez, por presentar el libro a mi editora francesa Anna Marie Metailié, quien publicó otra hermosísima edición en francés.A mi traductora más querida, Regina Anavy, que se enamoró de este libro desde el inicio y me pidió traducirlo, como ha hecho con otras de mis obras, sin que nadie le pagara ni un sólo centavo. Así que ella es, en toda regla, la autora de esta versión en inglés que publica Neo Club Ediciones.Y, es obvio, mi agradecimiento especial a ese binomio de locos soñadores que forman Armando Añel e Idabel Rosales, que acogieron estos libros como si fueran verdaderas joyas de la literatura cubana.
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March 15, 2017
Una antología personal de mis cuentos – Descarga gratuita
Hace un tiempo, el escritor cubano y director de la editorial Betania, Felipe Lázaro, me propuso la idea de publicar, en una edición gratuita y digital, una selección de mis cuentos.
Yo, sabiendo que mis libros en las editoriales donde usualmente publico son caros hasta para mí, accedí gustoso.
El libro acaba de publicarse con prólogo del reconocido escritor cubano Alberto Garrido. Y la portada es una cortesía de un gran amigo y uno de los más interesantes pintores cubanos de la actualidad: Felipe Alarcón Echenique.
Junto a otros títulos de Lina de Feria, Nelson Rodríguez Leyva, Francis Sánchez, Tamara G. Méndez Balbuena, Félix Anesio, Carlos Barbáchano, Alejandro González Acosta, Aimée G. Bolaños, León de la Hoz y el propio Felipe Lázaro, esta antología personal puede ser descargada directamente desde la sección ebook de Betania.
Pero también ofrezco la posibilidad de que lo descarguen pinchando aquí directamente: Nostalgias, ironías y otras alucionaciones.
Ojalá les guste.
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February 25, 2017
En la muerte de Leonel Antonio de la Cuesta
Ha muerto un hombre noble, inteligente, inquieto trabajador, intelectual incansable y, junto al dolor, me queda esa amarga sensación de que no pudimos sentarnos a conversar largamente, como ambos nos habíamos prometido.
Hoy, eso que puede parecer una contradicción, es algo común. Conoces a una persona gracias a ese invento maravilloso y peligroso que es internet, pasas años compartiendo su vida por esos medios virtuales y un día ya no está más. Eso suele sacudirte profundamente, porque de pronto descubres el poder del sentimiento: llegas a admirar, a apoyar, a ser cómplice, incluso a querer, a quien jamás has visto cara a cara. La primera vez me sucedió hace años con alguien a quien llegué considerar uno de mis más cercanos amigos: ¡¡tanta fue la intimidad compartido en nuestros mensajes, que conservo como joyas!! Esa primera persona fue el gran escritor cubano Carlos Víctoria.
Ahora vuelve a sucederme con Leonel, a quien conocí cuando emprendí esa locura que sigue siendo desde ya hace 10 años OtroLunes – revista Hipanoamericana de Cultura.
Recuerdo que Leonel llegó a ser una firma usual en nuestra revista gracias a que León de la Hoz, quien fuera Editor Jefe hasta el número 4, incluyó en el primer número su trabajo «Política y Religión en Cuba». A partir de entonces, Leonel sólo dejó de entregar sus colaboraciones precisamente cuando los achaques naturales de su edad se lo impedían. Pero incluso en esos casos nos enviaba mensajes pidiendo disculpas por no poder participar.
Y así, entre colaboraciones y mensajes a raíz de ellas, comenzaron a colarse sus confesiones, los avatares de su vida, los sueños y luchas que libraba pese a sus años, sus lucidos comentarios y análisis sobre eso que ambos llamábamos «complejas cubanidades». Y esa forma suya de ser lo convirtió en alguien tan cercano que nuestros intercambios pasaron a terminar siempre con una promesa mutua: «un abrazo virtual, hasta que nos podamos dar ese abrazo que nos debemos».
Pero ha muerto a los 80 años en Estados Unidos y ya ese abrazo es terrenalmente imposible. Gracias por estos años de amistad y magisterio. Descansa en paz, querido amigo.
Leonel Antonio de la Cuesta (Pinar del Río, 1937) Se doctoró en Derecho y en Filosofía (Letras y Lingüística Hispánicas). Durante cuatro décadas fue profesor en varias universidades de los Estados Unidos. Se jubiló en Florida International University, donde reorganizó y dirigió durante casi dos décadas el Programa de Formación de Traductores e Intérpretes en el Departamento de Lenguas Modernas. Asimismo enseñó en la Facultad de Derecho (College of Law) de la propia universidad. Pronunció discursos y dictó conferencias en foros académicos en Costa Rica, Cuba, España, Estados Unidos, Holanda y México. Hasta su muerte fue miembro de Modern Languages Association (MLA), American Translators Association (ATA) y fue socio fundador del Instituto de Estudios Cubanos (IEC), y de Translators and Interpreters Educational Society (TIES). Fue uno de los principales analistas de Derecho Constitucional cubano.
Como autor, editor o traductor llegó a tener dieciocho libros y numerosos artículos publicados en prestigiosas revistas nacionales y extranjeras, entre ellos Constituciones Cubanas. Desde 1812 a nuestros días Vol I (Nueva York: Ediciones Exilio, 1974); El Audaz. Primera Edición Crítica (Montevideo: Editorial Géminis, 1975); Lecciones Preliminares de Traductología (San José de Costa Rica: Editorial Guayacán, 1987); Martí Traductor (Cátedra de Poética Fray Luis de León de la Pontificia Universidad de Salamanca, Salamanca, 1996); Nociones Fundamentales de Traductología (Madrid: Hispanova de Ediciones, 2003); Constituciones Cubanas. Desde 1812 a nuestros días. Vol II (Madrid: Editorial Hispano Cubana, 2006); Traductología. Lecciones Liminares. (Traducción e Interpretación) (Madrid: Hispanova de Ediciones, 2009) y Cuba. La patria grande, la patria chica (Valencia: Editorial Aduana Vieja, 2012).
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February 23, 2017
¿Qué le pasa a la prensa europea?
La prensa acá, en Europa, en relación con América Latina parece contagiarse con esa frase que, según las redes sociales, acaba de decir la artista Jennifer López cuando, al ser interrogada sobre la existencia de una de sus tiendas de ropa cara en La Habana, respondió: «Es preferible vivir con un dictador antes que soportar la presidencia de Trump».
Antes de continuar, aclaro que soy de esos millones de personas que ven en Trump un peligro. Pero estoy ya bastante crecidito para seguir creyendo ese cuento del hombre bueno y el hombre malo, de ideas nobles o ideas perversas. Y menos en política. Vengo de un país hoy hundido en la miseria, caminando hacia un capitalismo salvaje, enfermo de una inopia ideológica y moral tan grande que el sueño del 75 por ciento de los cubanos es huir del país. Y todo eso es resultado de un supuesto buen hombre y de una supuesta idea progresista. Y he visto a lo largo de mis 50 años de vida cómo presidentes tildados de «hombres malos con ideas perversas» dejan atrás su tiempo de poder político con muchísimo menos daño social y antropológico que la mayoría de los «hombres buenos con ideas nobles».
En palabras simples: irse a los extremos, a las ciegas polarizaciones en las que están hundidas ahora mismo buena parte del planeta «civilizado» con la prensa a la cabeza no solo es alcanzar un grado de estupidez que mereciera inscribirse en el libro de premios Guinnes, si no también algo más peligroso que la presidencia de Trump.
El lema, ya se sabe, «Todos contra Trump». He esperado casi dos días para escribir este comentario, porque necesitaba revisar lo publicado en la prensa europea sobre América Latina. Y ha sido decepcionante. Salvo algunos medios que incluyen limitados análisis de las elecciones en Ecuador y del escándalo Odebrecht, la imagen que queda es que el único peligro real que gravita sobre América Latina es la idea de Trump de construir un muro y deportar latinoamericanos. Sin darse cuenta, la prensa europea regresa a la idea del antinorteamericanismo que hizo al pensamiento social latinoamericano más daño que todas las políticas neoesclavistas de las administraciones estadounidenses.
La crisis política y la violencia en México, los desmanes represivos de la imposición totalitaria en Nicaragua, la explosiva situación en Venezuela, la violación descarada de los derechos humanos en Cuba, entre otros conflictos regionales han cedido el lugar a esta batalla mediática que algunos intelectuales europeos denominan ya con preocupación «antitrumpismo».
¿Quién se ha salvado de esa fiebre de parcialidad informativa? Me atrevería a decir que nadie, pues salvo algunos medios y agencias donde trabajan latinoamericanos que han colado tímidos análisis sobre lo sucedido en sus países de origen, la inmensa mayoría está tan concentrada en el histrionismo de Trump que parecen no darse cuenta de que dejan a un lado fenómenos también (y en muchos caso más) vitales para el mundo, que ahora mismo ocurren en Latinoamérica y otras partes del mundo.
Así las cosas, continúa la tragedia de la guerra en el Oriente Medio y de los refugiados en uno de los inviernos con más enfermedades que ha vivido Europa, pero los medios se concentran en la posibilidad de lo que haga Trump con los inmigrantes en su país, «pero es que ya el drama de los refugiados sobrepasó sus cinco minutos de fama», me confesó un colega.
Por desgracia, toda esta problemática apesta aún más por los efectos de esa errada idea europea de seguir los rumbos de lo políticamente correcto. Un ejemplo claro: etiquetas absurdas como «Cuba debe volver a ser un país normal», que responde más al deseo de la Unión Europea que a la tozuda realidad cubana ha provocado que los análisis periodísticos de América Latina transcurran por caminos errados. Afirmar que, como me dijo hace poco un colega alemán, «ya no hay que mirar tanto a Cuba para comprender América Latina» es un disparate garrafal, que desvirtúa cualquier análisis. Desde hace muchos años, y hasta hoy (ahí están los vínculos entre la represión a la oposición en Venezuela con la policía política cubana, o la asesoría que ha tenido el presidente Ortega desde La Habana en su intento de perpetuarse en el poder «a la cubana), los tentáculos del castrismo han decidido incluso los destinos de varios países de la región. Llama mucho la atención que el único tema en el que la prensa europea parece mostrar interés en este momento: el Caso Odebrecht, lance un manto de sombra sobre los contactos económicos y comerciales con el gobierno de Raúl Castro de muchos de los acusados en ese escándalo, así como las implicaciones de Odebrecht y de las figuras políticas acusadas de corrupción con el mayor proyecto económico internacional de Cuba: la Zona Franca del puerto de Mariel.
Ojalá algún colega latinoamericano se anime a escribir sobre cómo nuestros colegas europeos desconocen, ocultan o tergiversan nuestra realidad. Pero siguiendo con Cuba, mi país, y dejando a un lado el recrudecimiento demostrable de la represión contra la oposición o la desvergonzada propuesta de que tras la salida de Raúl Castro el nuevo presidente cubano sea Alejandro Castro Espín, el hijo militar de Raúl, acaba de ocurrir en la isla un hecho sin precedentes en la historia latinoamericana: Raúl Castro niega la entrada al país al presidente de la OEA, Luis Almagro, al expresidente mexicano Felipe Calderón y a la ex ministra de Estado chileno Mariana Alwyn, invitados por la oposición cubana a recoger el recién fundado «Premio Oswaldo Payá Libertad y Vida», concedidos en esta primera ocasión a Luis Almagro y al fallecido expresidente chileno Patricio Alwyn.
Sillas vacías en La Habana durante la entrega del Premio «Oswaldo Payá Libertad y Vida».
Los escasos medios europeos que publicaron algo sobre esta flagrante violación internacional se limitaron a reproducir una nota de la agencia EFE. Sin embargo, sí reflejaron la visita de congresistas norteamericanos a La Habana, curiosamente haciendo hincapié en las declaraciones del senador demócrata Patrick Leahy asegurando que la dictadura quiere cambiar. Más curioso aún resulta algunos reportes sobre la reciente Feria del Libro de La Habana que desconocen el descontento popular e intelectual con ese evento, pero sí muestran a viejos cubanos diciendo que van a comprar los libros de Fidel, Raúl y el Ché Guevara. De más está agregar que esos reportes siguen repitiendo el viejo slogan de que todos los cubanos saben leer y escribir, sin interesarse siquiera por las propias encuestas oficiales que demuestran que el nivel de lectura del pueblo es hoy muy bajo; que existen altos índices de analfabetismo funcional (personas que saben leer y escribir, pero pasan años sin leer ni escribir nada) y que las ventas de libros han caído en picada porque a esas ferias acuden los cubanos mayormente a comprar bocadillos, bebidas y artesanías menores o a pasar un buen rato social en una ciudad donde la diversión no abunda o, la que existe, es cara y hay que pagarla en una moneda que posee (otra vez según estadísticas del gobierno) sólo el 12% de la población.
Y más bochornoso aún es que, en los últimos tiempos, algunos medios de prensa en Europa han llegado a reproducir como «información confiable» noticias tomadas del periódico Granma, órgano central del Partido Comunista de Cuba, considerado por la inmensa mayoría de los periodistas cubanos en la isla y en el exilio como la peor y menos confiable publicación oficial, una verdadera vergüenza para el periodismo nacional.
Lo más triste que esconde esta triste realidad es algo que escuché anoche al reconocido escritor cubano Reinaldo Montero durante una charla en el Instituto Cervantes en Berlín: «aunque el mundo lo niegue, un presidente norteamericano es, de muchos modos, el presidente del mundo». Se refería a Trump, obviamente, y agregó que el único mérito de Trump era que había unido a millones de habitantes de este planeta, fueran de izquierda o de derecha, en ese «antitrumpismo» del que antes hablé.
Soy consciente de que muchos dirán: «se da esa cobertura a Trump para alertar sobre posibles desmanes de su gestión». Y es cierto, hay que alertar, pero hacerlo mal puede convertirte en un medio de propaganda de lo que se pretende combatir. Hay cientos de ejemplos de ese efecto dañino de la sobresaturación informativa en la historia del periodismo universal. Y aunque algunos pretendan negarlo, la prensa europea da evidentes palos de ciego en sus acercamientos a la realidad mundial (y en especial a esa convulsa región que es América Latina) y es hoy el mejor equipo de propaganda que tiene el nuevo inquilino de la Casa Blanca. Él lo dijo durante su campaña presidencial: «me ocuparé de que la prensa mundial hable de mí». Y, ¿no es una vergonzante realidad? la prensa mundial se ha puesto a sus pies.
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November 30, 2016
La muerte de Fidel y la novela Las palabras y los muertos
Acaba de morir Fidel Castro y realmente lo único que he sentido es una especie de Déjà vu, porque justo estas circunstancias y lo que está pasando yo lo escribí en mi novela Las palabras y los muertos, en 2005 y que se publicó en 2006 poco antes de que Fidel cediera el poder a Raúl. La novela, publicada este año por la editorial española Almuzara, está en venta en las librerías de España y aquí, en Amazon. Los dejo aquí con el primer capítulo:
Las palabras y los muertos
Editorial Almuzara
España, 2016
FIDEL HA MUERTO, dice la hoja impresa que ha dejado uno de los asesores sobre uno de los burós de la oficina. Afuera, la ciudad parece mirar al Cristo que, desde el otro lado de la bahía, la bendice, y por la Plaza de la Revolución comienzan a transitar autos mañaneros, todavía con los faros encendidos y el cuidado de quien maneja entre las brumas de la noche, que ya se esfuma bajo los primeros fulgores del sol.
“Fidel ha muerto” lee y se lo repite: “Fidel ha muerto”, y de pronto es como si todo en la oficina se detuviera, flotando, envuelto en una neblinosa frialdad que le clava un vacío raro en la piel y lo hace estremecerse. Se frota los antebrazos como para intentar insuflarles un calor que, lo sabe, no logrará por el nivel en que los conserjes han encendido el acondicionador central de aire. Por eso se pone de pie y camina hasta uno de los ventanales, justo el que apunta hacia la imagen del Ché, al otro extremo de la Plaza, carga sus pulmones con todo el aire que puede y lo va liberando muy lentamente, con toda la conciencia puesta en ese escurrir sigiloso del aire desde sus pulmones, buscando una calma que, también lo sabe, no encontrará.
En los pasillos, más allá de esa puerta que ahora contempla como una muralla salvadora de las preguntas inquietas, temerosas, de quienes aun nada saben aunque seguro hayan escuchado los rumores, comidilla natural, diría que rito cotidiano en aquel sitio, pudo respirar un aire enrarecido, como de ciénaga pútrida, jura incluso que oscuro, pues a estas alturas de su vida sabe que la oscuridad puede olerse: humedad, polvo mojado, yerba seca, a eso huele. Y quizás esa razón: descubrir en ese olor el leve atisbo de los malos presagios, lo obligó a imponer a sus pasos un ritmo fuera de lo normal, nervioso evidentemente para quienes lo vieron entrar casi a las cuatro de la mañana, apenas media hora después de que el teléfono junto a su cama sonara y una voz temblorosa, agitada, susurrantele asegurara “Facundo, el hombre se murió”. “¿El hombre?”, alcanzó a preguntar, aunque en las brumas del sueño que aun se agazapaba en su cerebro una luz le iluminaba cierta sospecha sobre la identidad del muerto, que la propia voz, esta vez como molesta, pero todavía agitada y más chillona y punzante, le confirmó: “Fidel, compadre, se murió Fidel”.
Se había acostumbrado a llegar temprano en la madrugada, siempre sobre las cinco y media, seguro de que ya Fidel estaría cumpliendo con las indicaciones de los médicos: “alguna vez tiene que pensar que el cuerpo necesita que usted se encargue de él, Comandante”, tras unas indigestiones insoportables que lo obligaran a mantenerse cerca de algún baño, defecando un líquido inodoro y amarillento y con una ventera en el vientre que le clavaba fuertes retortijones, especialmente cuando trabajaba sentado. “Ya no tiene veinte años, Jefe”, le había dicho él mismo, y recordaba claramente haberlo visto sonreír detrás de su barba canosa, amarillenta y sucia en apariencias a esa hora de la mañana. “Pero debo creer que tengo esos veinte años que dices, Facundo”, respondió, apretándose el cinturón, “por el bien de todos, debo creerlo”.
Y de pronto, así, allí estaba, convertida en hecho, la posibilidad jamás asimilada de aquella muerte. A veces lo pensó: ¿qué pasaría cuando él ya no estuviera? Y detrás de la pregunta lo sorprendía el vacío glacial de una nada insólita, asfixiante. Se había acostumbrado a saberlo allí, aun en medio del peligro de algunos atentados donde llegó a verlo nervioso, inconcebiblemente desconcertado, para luego, pasado el susto, disfrutar el modo en que le daba las gracias con aquel gesto tan suyo de pasar la mano por encima de sus hombros, como un padre viejo y magnánimo, y escuchar su voz: “bicho malo no muere, Facundo, no lo olvides. Esa frase de mi madre parece que la hicieron para mi pellejo. ¿Por dónde anda la cuenta?”. “Trescientos quince, Jefe”. Y entonces lo veía hinchar el pecho, brotándole el orgullo de esa mueca típica en sus labios, de las arrugas profundas de sus ojos y de una luz extrañamente retadora allá en el fondo del iris. La cuenta, justo en aquel año de su muerte, andaba ya por los seiscientos treinta y siete atentados y “ya ves, Facundo, fue una bomba la que lo jodió. Esa bomba de mierda que todos llevamos a un costado del pecho y que un día hace plaff… y adiós mundo”, pensó, y su cabeza se lanzó en picada hacia esos meses pasados desde que Fidel le dijera, en voz baja, con esa complicidad que cruzaban sólo en los momentos más difíciles: “tengo que operarme, Facundo, y aunque no me gusta mucho la idea, voy a sacar de paso a unos cuantos hijoeputas que siempre han hablado mierda sobre mi apego al poder”. Le había cedido el poder a su hermano, oficialmente, con toda la publicidad que aquello merecía, y por eso, cuando lo vio salir del salón de operaciones y vio que el Jefe lo saludaba apretando el puño y alzando el dedo pulgar, en señal de triunfo, se sonrió pensando en aquellos estúpidos de Miami que se habían lanzado a las calles celebrando lo que llamaban “el fin de la dictadura”. “El mundo está lleno de vainas”, pensó y se recostó en la butaca, dispuesto a esperar a que lo mandaran a buscar. Algo tendrían que ordenarle, aunque ya la tarea para la que lo habían designado desde la misma Sierra Maestra: cuidar con su vida la vida del Jefe, era asunto de un pasado que de pronto adquirió el peso aplastante de lo abrumador.
¿Qué debía hacer? Nada. Ni siquiera Raúl sabía qué pasos dar en aquel preciso momento. O al menos esa era la impresión que tuvo Facundo a primera vista. Se lo había cruzado en el pasillo y no sabe por qué, además de la preocupación natural, diríase que sanguínea por la muerte de Fidel, creyó adivinar en el rostro del hermano esa chispa eufórica de los que han logrado algo grande, larga y sufridamente añorado. “No jodas, Facundo”, masculló para convencerse con el sonido de su propia voz, “olvida tus rencillas, que estos más de cuarenta años no han pasado por gusto”. Y sí, pensó entonces, Raúl había dado muestras de madurez, de que no era aquel jovencito parlanchín y prepotente con el cual él, Facundo Ramírez, había tenido el primer y único encontronazo en todo su ya largo bregar en las aguas siempre turbulentas de la revolución; precisamente el encontronazo que lo llevó a convertirse en la sombra de Fidel, a pasar, justo a los catorce años, a servir directamente bajo las órdenes y a la sombra de aquel dios, al que llegó a deberle hasta el aire que respiraba.
Lo había visto preocupado, sí, era evidente, pues por su cerebrito iluminado de militar deberían estar desfilando muchas suspicacias sobre ese futuro que incluso a él, Facundo, un simple guardaespaldas, le traían la cabeza convertida en una güira cimarrona seca, llena de semillitas que sonaban y sonaban y sonaban y le metían este dolor de cabeza “de mierda, coño, que ahora es cuando tengo que andar con todas las luces claras”.
Raúl era muy perspicaz, de eso tenía pruebas, más que sobradas, inolvidables, y seguro andaba ya intentando adivinar lo que estarían pensando muchos que habían robustecido su vida y anclado raíces en torno a Fidel y a todo el poder que representaba, como aquellos arbustos parásitos que crecían imponentes en el regio tronco de los baobabs gigantes, en África. Un tal vez malsano pensamiento le hacía intuir que ya Raúl había preparado paso a paso la sucesión y se erizaba de sólo imaginarse las estrategias que utilizaría para cortarle las alas a quienes se les atravesaran en su camino hacia el poder. Una dictadura, eso implantaría. Y ojalá lo hiciera para defender el proyecto socialista que su hermano deja interrumpido, él, que siempre se ha jactado de ser “el primer bolchevique de América”, por eso de que creía en el socialismo cuando el Jefe ni siquiera le daba importancia a esa palabra. Esos comemierdas de los grupúsculos gusanos de los Derechos Humanos y los partiditos independientes que el propio Fidel había ordenado ningunear pero mantener a raya, invisiblemente vigilados, medida que a él personalmente le había parecido una muestra de la flojera que los años habían metido en la cabeza del Jefe (aunque después se dijera que sus razones bien pensadas tendría, que para eso era un genio en esas cosas de la táctica y la estrategia políticas); esos guanajos de basura sabrían qué cosa era una dictadura real, efectiva, con todos sus pelos y señales, sus palos y sus gritos, si Raúl asumía el poder.
Tenía sus dudas sobre aquella sucesión. En los últimos tiempos, especialmente desde los fusilamientos del vaina de Ochoa y de los otros idiotas, la división y las rencillas dentro del cuerpo armado eran tan perceptibles que el mismo Raúl había tenido que empezar a sacar del medio a un grupo de altos oficiales, bajo el pretexto de la necesidad de fortalecer algunos ministerios. Desde su oficina en el cuarto piso del edificio en ese Ministerio del que Facundo logra ver un pedazo, entre la floresta que rodea a Palacio, con la misma frialdad mortuoria que se desprende de todos esos retratos que cuelgan en la paredes, donde aparecen todos los mariscales y altos oficiales soviéticos que ha tenido como asesores, ha planificado su estrategia. A los viejos militares les había garantizado un retiro que los convertía casi en millonarios y que, de algún modo, los obligaba a callarse la boca, cómplices mudos de aquella estrategia, justo cuando consideraba indispensable tenerlos de su lado para mantenerse al amparo de la aureola de gloria de hombres que, como le dijo a Facundo su padre antes de morir, “se han comido un león cruzado con puerco espín, sin quitarle las espinas y de marcha atrás, mi’jo, y eso es lo que les falta a muchos de esos que tú mismo dices llegaron ahoritica, le hicieron unas muequitas graciosas a Fidel, le cayeron en gracia y ahora quieren hacerse los héroes, sin haberle tirado ni un huevo a un gusano en un acto de repudio”.
Esa disputa por el poder, con matices de pelea entre jaurías sobre todo en los más jóvenes, iba ocurriendo desde hacía muchos años en el mismo seno de los amigos del Jefe, de aquellos que venían con él desde el asalto al Moncada, o incluso desde más atrás: las pandillas de matones en la universidad, a las que, y el propio Fidel se lo había confesado: “era necesario encaminar por un pensamiento progresista y menos anarquista, Facundo, pues aunque me acusen de haber estado en esas pandillas, no se ponen a pensar en cuánta gente de valor salvé y atraje hacia la única posibilidad de esos años: la revolución con las armas”. Claro, y lo ha pensado tantas veces que ya no sabe cuándo se le ocurrió por primera vez, también su padre decía que árbol que nace torcido…; sabia filosofía de vida que hacía comprensible que muchos de aquellos gamberros salvados por el Jefe de su triste destino de matones anónimos, carne para el más burdo olvido histórico, cuando triunfó la revolución, se habían adueñado, sin más ni más, de las casonas más ricas de La Habana y comenzaron a practicar las mismas costumbres de esos ricachos sinvergüenzas contra los que ellos se habían alzado en armas. Eso piensa ahora, las piernas estiradas y las botas subidas en la silla cercana, adonde ha ido a sentarse, luego de contemplar esas primeras luces que ya comienzan a iluminar la plaza.
¿Qué harían ahora, una vez muerto el Jefe, aquellos pandilleros reciclados en señorones, a los cuales ni él mismo había podido soportar por su tonta prepotencia, su ridícula arrogancia, durante todos aquellos años? No sabe. Por eso el futuro le parece, más que algo incierto, una marea neblinosa, brumosa, que se abre ante sus ojos y que ni siquiera ese sol triste que asoma sobre La Habana se atreve a descorrer. “Por eso ha tardado tanto en amanecer hoy”, dice, y vuelve a leer el papel: Fidel ha muerto, en voz alta, y de pronto, como en un viejo filme de aquellos que él mismo ayudó a grabar a principios de la revolución, documentales que todavía se guardan en los archivos históricos bajo la férrea mirada del eficiente de Tabío y donde aparecen Fidel y las multitudes, Fidel y miles de manos con fusiles alzados, Fidel y las plazas llenas de gente y algarabía y vítores y consignas FIDEL, APRIETA, QUE A CUBA SE RESPETA, FIDEL, SEGURO, A LOS YANQUIS DALE DURO, se le aparecen, en esa pantalla en que a veces se convierte su memoria, las imágenes de lo que será el velorio.
Cierra los ojos. No quiere pensar en eso. No quiere dejarse llevar por la corriente de esas imágenes que se agolpan y forcejean en la oscura madeja de sus pensamientos y abre los ojos y mira la luz afuera y siente el ruido de los carros en el aparcamiento y algunas palabras aisladas, ininteligibles, que llegan desde algún sitio que no precisa. Y la música. De golpe, acompañada por el rugido creciente de los autos rompiendo la paz nocturnal de la plaza, le llegan acordes de una melodía que sabe conocida e intenta borrar los sonidos abriendo los ojos, pero descubre que de ningún modo podrá quitar ese bullicio fúnebre de su cabeza y otra vez aprieta los párpados, casi hasta el dolor, y se resigna a dejar que comience ese acto tan temido: el féretro rodeado de los cojines cargados de medallas, distinciones, órdenes, cruces y bandas, que resumen la gloria de ese hombre que parece dormido más allá del cristal, siempre con una sonrisa de tranquila grandeza, siempre con su barba canosa bien peinada, siempre con sus espesas cejas también alisadas por las artes del maquillista que retocó el cadáver, ya blancuzco, con cierto color rosado imitación de la vida eterna que tendrá después de los funerales, cuando ese mismo cuerpo se embalsame y se coloque en la base del monumento, donde ahora mismo luce toda su marmórea blancura un busto de Martí.
El sopor lo envuelve. Llena los pulmones del aire que de pronto le parece caliente y cargado de la oficina, como intentando escapar de las brumas que lo rodean, que lo transportan de golpe a un futuro que sabe ahí, esperando, agazapado detrás de las horas que ya se le vuelcan encima, pero sólo consigue que la garganta se le reseque y la piel se le erice, estremeciéndolo de pies a cabeza en un rotundo y prolongado escalofrío. Sabe que la música no lo dejará. Por eso odia los velorios. Por eso ni siquiera quiere saber de esos muchos muertos que vio en las montañas de la Sierra, ni de aquellos de las tierras del África, ni de esos otros que ha visto cabeceando con el pecho destrozado por las ráfagas de los pelotones de fusilamientos en los muros de alguna prisión militar, en las depuraciones de los últimos años. Una música que lo envuelve y lo eleva y lo eleva y en segundos puede ver la plaza desde lo alto y las mujeres rompiéndose las ropas y los himnos patrióticos trepidando: “Marchando, vamos hacia un ideal, sabiendo que hemos de triunfar” y los niños uniformados llorando casi a gritos y los negros pidiendo a sus santos y sus muertos por primera vez en ritos públicos en medio de la avenida que cruza frente al Mausoleo y bajando los espíritus a las cabezas de esas muchachas y esos jóvenes y esos niños y esas viejas vestidas de blanco que se retuercen y gritan y hablan en lengua y gritan y caen al piso con los ojos en blanco, los brazos torcidos, la cara hecha un asco de babas y mocos y espuma y las trompetas llamando desde algún sitio al silencio para los cambios de guardia junto al féretro: soldados de plomo que se acercan, marciales, los pasos como de robot, marcando la marcha lenta, cadenciosamente, y los militares, con la gorra agarrada en mitad del pecho, mascullando algo bajito, lastimoso, alguna vez lacrimoso, ante el cristal que muestra la cara del Gran Líder y las coronas en forma de bandera y las hermosas cintas de esas otras ofrendas florales enviadas por las embajadas de los países hermanos, entrando por un costado de la procesión en tanto avanza la mañana y van a cubrir toda una pared con el colorido lúgubre y abigarrado de sus flores y la banda que mantiene esa letanía mortuoria que se esparce como una neblina húmeda y pegajosa sobre la enorme fila de pueblo que espera por pasar ante el rostro del hombre al cual ha estado atada su vida por más de cuarenta años y que duerme ahí, en ese blanquísimo cojín, como de espuma, donde apoya la cabeza y parece sonreír, y esos altavoces repicando, como campanas, “Ha muerto Fidel ha muerto nuestro líder el pueblo debe estar hoy más unido que nunca el dolor nos embarga nuestro líder ha muerto como los grandes hombres” y los gritos que llegan desde afuera ¡Ay, Fidel, ay, Fidel! ¡No nos dejes, Fidel! y los tambores sonando a duelo y las sirenas de las ambulancias abriéndose paso entre la multitud agolpada frente a la inmensa estatua del Martí pensativo que observa algún rincón de la plaza, y los enfermeros “¡paso, paso!”, con las camillas plegables hundiendo sus uniformes blanquísimos en ese rincón del magma humano donde algunos viejos han decidido suicidarse a puro tiro de sus viejas pistolas ganadas por sus méritos en la lucha de la Sierra, los charcos de sangre que los más cercanos pisan y riegan sobre el polvo seco de la avenida, y la fila que crece y crece y se pierde en miles de cabecitas gachas por la esquina de Palacio hacia Boyeros y las oraciones del grupo de cristianos que han preferido arrodillarse frente a la escalinata del Teatro Nacional para pedir al Cristo Jesús Salvador por el alma de Fidel Castro Ruz, un enviado de Dios, un profeta, el último santo, y las sirenas de las fábricas, de todas las fábricas, cargando el aire de una estridencia sucia, sofocante, enfebrecida y un grupo de mujeres halándose los pelos y gritando, posesas: “Ay, Dios, por qué el castigo”, las ropas raídas, hechas jirones de tela sucia de tanto revolcarse en el cemento seco, y el locutor de esa radio que vocifera por las bocinas del edificio inmenso del Ministerio de las Fuerzas Armadas, protegido de la turba llorosa por una doble cadena de soldados y carros de artillería ligera: “Cuando se muere en brazos de la patria agradecida, la muerte acaba, la prisión se rompe, empieza al fin, con el morir, la vida”, y los vaticinios cantados del fin del mundo: “El Armagedón, hermanos, pida perdón a Jehová, la tierra se abrirá, los fornicarios, los idólatras, los mentirosos, los infieles, los malditos, los que lamen las botas de Satán serán lanzados al fuego eterno del infierno, pero los puros, los limpios, los que han entregado sus vidas a Jehová ya están salvos y se sentarán a su diestra en el goce eterno de la paz celestial. Entrega tu alma a Jehová, hermano, hazte salvo. Ha muerto Fidel, el Mesías, la última esperanza”.
La luz. Abre los ojos buscando la luz y siente que en el pecho el corazón quisiera reventarle las costillas, el pellejo y dispararse más allá del verdeolivo de esa camisa que siempre ha lucido impecablemente limpia y planchada. “Voy a tener que hablar con tu mujer, Facundo. Ni una arruguita en el uniforme. Ni yo puedo decir que me visten con tanta dedicación”, decía Fidel y se dedicaba a observar la tela con detenimiento nada fingido, como buscando algún perdido y rebelde pliegue, mirándose de cuando en cuando su propio uniforme, comparándolo, marcado en realidad con algunas arrugas que sólo en aquellos momentos Facundo había notado: “sí”, pensaba, “no hay mujer que planche mejor que mi Nora”, y, para desviar la atención a otro asunto, respondía: “Es verdad, Jefe, pero con esta barriga que tengo no hay uniforme que me siente tan bien como a usted”, y lo veía sonreír, erguir el busto y mover la cabeza, como diciendo “ay, Facundo, ay, Facundo, no cambias”.
Eso desea. Había intentado creer que hay cosas imposibles, la muerte de Fidel entre ellas, y que quizás todo era una pesadilla, una broma pesadísima de algún jodedor, una teatrada del Jefe para saber qué harían sus seguidores a su muerte, del mismo modo en que se había comentado que Chávez, ese jodedor venezolano del que conservaba una estilográfica que el mismo Hugo le regalara en su última visita a Cuba, se había preparado el golpe para descubrir a sus verdaderos enemigos y arrasarlos. Llegó a pensar ―mientras rompía la oscuridad de las avenidas y las calles con los faros delanteros del auto, mientras la brisa fría de la madrugada al salir del Lada y atravesar el aparcamiento rumbo a Palacio parecía cortarle la cara con cuchillas diminutas, microscópicas― que cuando entrara a su oficina a preparar el día: la rutina siempre distinta de proteger a alguien tan caprichoso, lo sentiría empujar la puerta y asomar la cabeza, a esa hora sin su inseparable gorra, “¿y cómo amanecimos hoy, Facundo? ¿No hay nada para mí?”, para responderle, aliviado, casi eufórico de que la muerte no fuera cierta, que sí, “hoy Nora se esmeró, Jefe; me dijo que se lo hizo con un grano que ayer le mandó su hermana de Oriente”; y que disfrutaría viéndolo saborear el café, con ese olor a tierra mojada y hojas verdes, a viento serrano, que sólo encontraba en el grano que bajaba de la mismísima Sierra Maestra, de allí, en la misma casa donde a los quince años se había robado a Nora para llevarla hasta el campamento militar, donde ofició de enfermera hasta el triunfo. “Suerte que tu cuñada prefirió quedarse allá arriba, Facundo, se parece al que nos hacía la vieja en Birán cuando éramos muchachos”, diría Fidel, igual que otras veces.
Pero cuando Antonio colocó el papel sobre la mesa, ya redactado por el encargado de prensa; cuando leyó Fidel ha muerto con toda la carga desoladora de aquellas palabras, supo que la pesadilla no era tal, que flotaba sobre todas las cosas, manchándolas, anegándolas con la marisma pestilente de la inseguridad, y algo lo hizo caer en la butaca, relajar los músculos del cuerpo y hasta la sangre, y sentir que debía esperar, sólo esperar, seguro de que sería ésa la instrucción del Jefe si es que pudiera hablarle. No debía fallar: era un soldado y esperar con calma, tener calma, respirar la calma para que otros puedan hacer normalmente sus vidas ha sido siempre su misión más heroica. Por eso cierra los ojos, respira hondamente el aire que otra vez siente frío en la habitación y se dispone a esperar. Fidel ha muerto, brinca la frase en su cerebro, inquieta, molestísima, disparada a los bordes del torbellino aciclonado en que se ha convertido su cabeza. Fidel ha muerto, repite en voz alta, como intentando liberarse de la carga que lo aturde, de tres palabras que lo aplastan, cuando siente que tocan a la puerta, tres golpes, secos pero bajos, tres golpes otra vez, urgidos golpes. “Adelante”, ordena. Y la puerta se abre.
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August 30, 2016
Guardamar… el mar, el cielo azul, las cercanías…
Con mi esposa Berta en Guardamar del Segura, agosto de 2016.
Razones para viajar
Un amigo alemán que, como todo alemán que se respete, viaja todos los años a vacacionar en Mayorca, me preguntó ayer a qué se debe mi insistencia en viajar ya, durante dos años consecutivos a un pequeño pueblo de la costa mediterránea alicantina llamado Guardamar del Segura.
Si es que la foto que encabeza este post no resulta suficiente como para demostrar la descomunal alegría que nos seduce apenas entramos a Guardamar, podría añadir que allí percibimos muchas resonancias que nos hacen caminar, respirar, reír con el mismo estruendo vital con el que habitábamos esa Cuba que cada vez más se difumina en nuestra memoria, por suerte, sin traumas y, sobre todo, sin resquemores u odios por haber sido lanzados, literal y tácitamente, al destierro, allá en octubre de 2005.
En Guardamar, junto al escritor cubano Antonio Álvarez Gil.
Hay un mar hermoso, unas playas cálidas y amplias, un cielo azul casi perenne, un sol tozudo y castigador, y un espíritu de alegría impresionante entre sus poco más de 15 mil habitantes…, como en Cuba. Y justo es decir que el descubrimiento de tan especial sitio lo debo a mi colega y amigo, el escritor cubano Antonio Álvarez Gil, que un día decidió dejar las frías tierras suecas para asentarse allí, en Guardamar del Segura. «Me siento en casa, hermano. Este es un pedacito de paraíso en la tierra», me escribió el año pasado, sugiriéndome que comprobara yo en carne propia la veracidad de sus palabras. Eso hice y, en verdad, siento a Guardamar como mi segunda casa en Europa, luego de mi querida Berlín.
A modo de respuesta para mi amigo alemán (a quien, por cierto, nunca he preguntado por qué viaja a Mayorca cada año desde hace más de una década) me animo a preguntar abiertamente: ¿cómo se sentiría Usted, amante de la cultura, de la inteligencia humana, de la confraternidad entre las culturas, si llega a una ciudad pequeña donde se respira justo eso: un inmenso respeto por la cultura, un orgullo enorme popular por las tradiciones, un ambiente respetable de tolerancia entre residentes, visitantes, inmigrantes?
Lo que no dice la foto de portada es que en apenas veinte días asistí a dos presentaciones de libros de autores residentes: la rusa-cubana Galina Álvarez, con su excelente primer libro de cuentos Prefiero que me pongan a volar, y la cubana Helena Vilarelle, con Asomada a la vida: curiosidad y aprendizaje, primer volumen de una serie que mucho promete;
Presentaciones de Helena Vilarelle y Galina Álvarez, en ambos casos, con la presencia de Pilar Gay, Consejal de Cultura y los escritores Javier Bueno y Juan Calderón Matador, respectivamente.
que escuchamos un concierto brevísimo pero intenso y de excelencia ofrecido exclusivamente para nosotros por la concertista y actriz África Poulain;
que asistí a la puesta en escena de una selección del trabajo teatral de una de las escuelas-compañías teatrales de la región;
Durante la Charla-Taller sobre Técnicas Narrativas.
que ofrecí una charla-taller de tres sesiones a un grupo de escritores y aficionados a la literatura de esa ciudad; que participé como uno más en la tradicional Tertulia literaria de Guardamar de cada jueves, fundada y dirigida por los escritores españoles Juan Calderón Matador y Javier Bueno…
Y vale decir que esas son sólo aquellas cosas en las que me vi implicado, pues además de las tradicionales fiestas de Moros y Cristianos en julio, hubo en agosto otras presentaciones de libros, otras puestas en escena como parte de una Muestra de Teatro que se efectúa en esa ciudad que cuenta con varios grupos teatrales, otras muchas actuaciones musicales de aficionados y profesionales, varios conciertos de las agrupaciones corales que también abundan en Guardamar…, todo ello en un escenario de respeto a la cultura, a los creadores y artistas, no solo por parte de los habitantes, sino incluso (y esto es cada vez más raro en esa España que vive asolada por la crisis y el desgobierno) por parte de las autoridades políticas, en este caso la Consejal de Cultura Pilar Gay y el Alcalde de Guardamar, José Luis Sáez.
¿Cómo no sentirse bien en un lugar donde, aunque ellos digan que falta mucho por hacer, parece que han encontrado la fórmula adecuada para que turismo, cultura y tolerancia social convivan en un espacio que favorezca a todos, turistas o residentes, enriqueciéndolos humanamente? ¿Cómo no sentirse agradecido, y dispuesto a repetir la experiencia, si Guardamar es uno de esos pocos sitios de España y de Europa en los cuales, además de disfrutar de la jovialidad y la cálida acogida de sus habitantes, puedes darte un exquisito baño de mar y, luego, elegir entre muchas ofertas dónde quieres darte otro baño de exquisita cultura?
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