Cuando Arthur Golden se estaba documentando para escribir su archiconocida novela “Memorias de una geisha”, entrevistó a nueve geikos de Gion, entre ellas a Mineko Iwasaki, con la condición de que no revelara su identidad. Golden incumplió su palabra e incluyó a Iwasaki en los agradecimientos del libro, pero no solo eso, si no que había moldeado una historia que corría paralela a la vida de Iwasaki, pero a la que dotó de connotaciones negativas y falsas, desvirtuando por completo el oficio de las geishas. Cuando el libro se publicó en 1997, Mineko Iwasaki empezó a recibir amenazas de muerte por no haber respetado el código de silencio de las geishas y, además, se ofendió por el uso que Golden había hecho de su biografía, así que le demandó por incumplimiento de acuerdo, difamación y violación del copyright y comenzó a escribir su verdadera historia, que salió a la luz en 2002 y es este libro del que hoy estoy hablando. El juicio entre ella y Golden, por cierto, se resolvió en 2003 con un acuerdo amistoso.
Yo leí “Memorias de una geisha” hace mucho tiempo, allá por 2005, y me gustó mucho, me pareció una historia muy trepidante y apasionante y la devoré en pocos días. Pero claro, mi visión de las geishas pasó a ser confusa, porque tenía entendido que no eran prostitutas y el libro de Golden afirmaba todo lo contrario. Más tarde investigué, quería tenerlo claro, y resulta que existen grandes diferencias entre lo real y lo que Golden contó, así que mucho cuidado si os aventuráis a leer su libro, porque la trama engancha y el salseo está servido, pero no se puede tomar como un documento histórico veraz.
Lo que hace Mineko Iwasaki en su novela es contar su vida hasta que se retiró y limpiar la profesión de geisha. Nos explica cómo funciona todo, las fases por las que atraviesa una aprendiz (maiko) y las vicisitudes del oficio; cómo se gestiona una ochiya (casa de geishas); habla de aprendizaje, rivalidad y amistad; aclara qué es realmente el mizuage y afirma que lo que contó Golden es falso y que eso de pujar por la virginidad de la geisha se llegó a hacer en algunos círculos reducidos, pero no era la práctica habitual y que se prohibió del todo en 1959, cuando Japón ilegalizó la prostitución. Nos dice que la traducción de “geisha” es “artista” y que en los años en que ella ejerció la profesión (décadas de los 60 y 70 del siglo XX), su trabajo era entretener, servir, tocar el shamisen y danzar en recepciones, tanto de hombres como de mujeres o mixtas, y que no había nada sexual por en medio. Básicamente, un espectáculo o intercambio cultural que incluso las geishas casadas pueden seguir ejerciendo. El tema de los benefactores de geishas, que también fue algo muy criticado en el libro de Golden, tampoco es como él lo contó, porque él daba a entender que un hombre se obsesionaba con una geisha y se ponía en modo baboso, la mantenía, le compraba cosas… y resulta que en realidad los benefactores pueden ser hombres, mujeres o grupos, y sus donaciones van a parar a un fondo de la ochiya que sirve para mantener ésta y a todo el personal que trabaja ahí (maikos, geishas, limpiadoras, cocineras, mantenimiento…). Es una inversión para proteger y sustentar este modo de vida.
Se puede decir que, mientras ejerció, Iwasaki tuvo una vida apasionante, porque conoció a grandes personalidades internacionales, como el director Elia Kazan, Isabel II de Inglaterra, Elizabeth Taylor… O celebridades a nivel nacional, entre los que se incluyen políticos, gente influyente de las finanzas o el actor Shintaro Katsu, con quien mantuvo una peculiar relación amorosa. Su vida en esa época fue un cúmulo de fiestas, viajó por todo el mundo, ganó muchísimo dinero, participó en películas, anuncios, campañas publicitarias… Fue la geisha más famosa de su tiempo y en Japón es toda una celebrity muy respetada aún hoy. Si buscáis una foto suya de cuando estaba en activo, corresponde al ideal de geisha perfecta que todos tenemos en la cabeza. Pero en la novela también cuenta que no todo era tan de color rosa, que era una vida cansada en la que siempre tenía que estar perfecta, sonriente y locuaz; trabajaba todos los días y a diario se desplazaba a cantidad de fiestas y recepciones, además de ofrecer espectáculos en teatros. En varias ocasiones sufrió crisis de agotamiento y ansiedad por las que tuvo que ser incluso hospitalizada, así como afecciones de riñón que casi le llevan a perder uno de estos órganos. También da a entender que conocer a tantos famosos le acabó dando igual, que llegó un punto en que se limitó a hacer su trabajo. Se vislumbra cierta toxicidad, asuntos turbios, invitados que abusaban de las drogas y el alcohol… En fin, que nada era tan idílico como parecía y esa vida que parecía apasionante era en realidad una fachada del agotamiento y la desolación que Iwasaki estaba experimentando. Y en los albores de los años 80, a los 29 años de edad, agotada de todo y habiendo perdido la fe en el sistema de los karyukai, se retiró para formar una familia, creando con ello un gran impacto en la sociedad japonesa.
Lo que más me interesó del libro y me gustó es todo lo que cuenta acerca del funcionamiento de las ochiya y la forma de vida de maikos y geishas, pero en general es una obra que me ha dejado un sabor agridulce y creo que es por cómo está escrita. La narración me ha resultado fría y la transición entre escenarios y momentos es muy abrupta; nada expresa un sentimiento profundo, a veces parece un cúmulo de datos. Algunas cosas resultan un poco repetitivas y, otras, que me parecían muy interesantes, se resuelven en dos líneas. La propia Iwasaki me ha parecido un tanto prepotente en ocasiones; sí comenta algunos errores que comete a lo largo de su carrera, pero en general se pinta bastante perfecta. Por ejemplo, cuando tenía tres años ingresó en la ochiya y en el libro narra conversaciones que tenía con geishas y maikos en ese momento y que me parece extraño que recuerde tan bien y en las que, además, siempre sale victoriosa, con un lenguaje y forma de comportarse que no corresponden en absoluto a una niña de esa edad. Hechos como este me han ensombrecido la lectura porque me cuesta creer algo así. Se nota mucho que Iwasaki escribió esta novela en caliente, con un sentimiento de venganza hacia Golden, y eso le hace un flaco favor, ya que es lo que la hace parecer brusca. O también puede parecer así de fría porque acabó muy cansada de su vida como geisha y por eso tal vez no transmite sentimiento en su novela, donde llega a un punto en que expone más el peso de la fama que otra cosa. O que simplemente no es escritora y la estructura del libro es desigual debido a esto, porque salseo hay, pero es una narradora tan aséptica que no lo parece. También debo decir que los paralelismos que Iwasaki afirma detectar en la obra de Golden entre su biografía y el personaje ficticio de Sayuri, no me han parecido tan evidentes.
El caso es que me quedo así, con esos sentimientos encontrados. Y sé que es un libro que me va a hacer pensar y que probablemente vaya mutando mi opinión sobre él, pero de momento me quedo un poco entre dos aguas.
3,5 estrellas