siete cuentos, seis estampas costumbristas vienesas y un relato histórico, todos ellos muy bien escritos -es Zweig, tampoco vamos a sorprendernos a estas alturas- y que dejan un muy buen sabor de boca; excepto quizá la histórica, que hará las delicias de aquellos que gusten de raparse la cabeza y desarrollar los músculos del brazo derecho. Como en toda antología, hay relatos mejores y peores, y por primera vez voy a hablar de cada uno de ellos por separado, que se que por estos lares eso gusta y servidor se debe a sus escasísimos lectores:
-Primavera en el Prater: una prostituta, aburrida de vivir bien, sale a la calle para recordar como era su antigua vida. Un relato sencillito, un tanto inocente, sin grandes alardes ni espectaculares giros; lo que ves es lo que hay.
-En la nieve: llega Janucá a un pueblo alemán, y con ella la alegría, los buenos deseos, la fraternidad, y los flagelistas antisemitas, deseosos de compartir su paz y amor en tan propicias fechas con horcas, antorchas y un variado surtido de cuchillos. Un relato tristisimo, donde toda esa inocencia tan propia de Zweig se manda al carajo y es sustituida por un terror casi profético.
-Escarlatina: con diferencia, mi relato favorito. Una Bildungsroman en miniatura que nos cuenta la historia de un estudiante a caballo entre la niñez y la madurez que comienza su carrera de medicina, solo como la una, en la capital austriaca. Una preciosa historia de formación, de encontrar nuestra vocación y nuestro sitio en el mundo, pero aun mas importante: encontrarnos a nosotros mismos.
-La institutriz: un relato bastante duro. Dos niñas pierden la inocencia de la peor forma posible al descubrir lo gilipollas que unos padres burgueses podían llegar a ser a principios de siglo. Un muy buen cuento, muy potente gracias a su brevedad y al acercarnos a la historia a través de la perspectiva de las pequeñas.
-Novelita de verano: un dandy anciano le cuenta una historia al narrador y no le gusta escuchar que lo mismo es un poquito cabrón. Una historia simpática, pero que tampoco tiene mucho más.
-Noche fantástica: otro trasunto de Bildungsroman -ahora que he aprendido la palabra si no la uso tres veces como mínimo no me sentiré realizado- demasiado larga y anodina como para mantener la atención del lector, y menos para aceptar la moraleja de la historia. Lo malo de escribir sobre un personaje desagradable es que si no presentas algún que otro atractivo, terminas escribiendo un personaje desagradable. Es una perogrullada, si, pero intenta leer un relato largo odiando al protagonista. Exacto. Ademas la moraleja no hay quien se la crea: la búsqueda de la felicidad a lo señor Scrooge redimido queda muy guay cuando eres rico y te aburres, pero no se la cree ni Cristo.
-El pago de la deuda atrasada: un relato encantador por su inocencia y su buen gusto. Una mujer casada se toma unas vacaciones en una fonda tirolesa, donde ve como al que todos toman por el borracho del pueblo es, mejor dicho, era un reconocido actor de teatro que le hizo suspirar mas de una vez de jovencita. Imposible no enternecerse con historias con finales así de felices.
Y esto es Noche Fantastica, una serie de relatos costumbristas de todo tipo, muy sencillos y muy agradables de leer. Una vez terminada esta colección, y habiendo dejado macerar mi opinión unos cuantos días en mi cráneo, me doy cuenta de que Zweig debía de ser una persona entrañable, una buena persona, que diríamos, o un fantástico mentiroso, que para escribir buenas historias tanto da; pero no creo que una persona que se suicida, literalmente, de pena pudiera haberse dedicado a alimentar una pose de bondad y afabilidad toda la vida. Zweig también debía ser muy cándido en lo que a su visión de la especie humana se refiere, lo cual hace menos sorprendente y más previsible su trágico desenlace. ¿Por qué digo todo esto? Porque se nota muchísimo en el tratamiento de sus personajes, el desarrollo de sus tramas y sus "moralejas", sobre todo en los relatos mas extensos. Varios personajes empiezan como individuos abúlicos, indolentes, algo cabroncetes incluso, que les da igual que le ocurra al prójimo porque ni siquiera se soportan a si mismos. A lo largo de los relatos van transformandose en lo que Zweig le gustaría que todos fuéramos: personas generosas, amables, desinteresadas, con tanto amor y estima por ellos mismos que les sobrase para hacer felices a los demás, que es donde, según Zweig, reside la verdadera y autentica felicidad. Zweig ama a sus personajes y es incapaz de soportar que algo malo les pase, y si les pasa os puedo asegurar que no se verá como una tragedia. Este tratamiento, este optimismo hacen ver las historias un tanto naives por lo ingenuo; y estoy seguro que en manos de otro narrador menos experimentado y más proselitista hubiera abominado de ellas, porque no solo serian historias ingenuas, sino que encima sentiría que me toman por gilipollas. Y eso si que no. Sin embargo, Zweig sabe conectar con su lector, sabe mostrar sin condicionar, enseñar sin adoctrinar, y en tiempos como estos la verdad es que uno, a veces, tiene necesidad de esa mirada limpia, libre de prejuicios, que aligere un poco tanta maldad y sordidez que habita en el mundo, aunque siga siendo, desgraciadamente, igual de sórdido y malvado.