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168 pages, Paperback
First published January 1, 1908
El cristianismo tiene suficiente libertad para creer que el universo se da una considerable cantidad de orden y de desarrollo inevitable. En cambio, al materialismo no se le permite admitir ni un átomo de espiritualismo o de milagro en su inmaculada maquinaria […]. El cristiano admite que el universo es múltiple e incluso misceláneo […]. Cualquier persona cuerda sabe que tiene un poco de animal, un poco de diablo, un poco de santo y un poco de ciudadano; es más, cualquier persona que esté verdaderamente cuerda sabrá que tiene un toque de locura. En cambio, el mundo materialista es tan sólido y simple como el del loco que está convencido de ser cuerdo. El materialista está seguro de que la historia ha sido lisa y llanamente una concatenación de causas y efectos, igual que aquel individuo al que aludimos antes está convencido lisa y llanamente de ser un pollo. Los locos y los materialistas no dudan nunca.
El revolucionario moderno duda no solo de las instituciones a las que denuncia, sino de la doctrina en la que se basa para denunciarlas […] . Un pesimista ruso denunciará a un policía por matar a un campesino, y luego demostrará, basándose en los principios filosóficos más elevados, que el campesino tendría que haberse suicidado […]. El revolucionario moderno, en suma, se ha convertido en un escéptico absoluto y se pasa el día minando sus propias minas. En sus libros sobre política ataca a los hombres por pisotear la moralidad; en sus libros sobre ética ataca la moralidad por pisotear a los hombres. El resultado es que el rebelde moderno se ha vuelto incapaz de cualquier forma de rebeldía. Al rebelarse contra todo ha perdido el derecho de rebelarse contra nada
La bella y la bestia nos dice que hay que amar las cosas antes de ser amables[…]La bella durmiente nos dice que los seres humanos reciben muchas bendiciones el día que llegan al mundo, pero también la maldición de la muerte, y que la muerte tal vez pueda aliviarse con un sueño[…]Lo verdaderamente curioso es que el pensamiento moderno contradecía las creencias fundamentales de mi infancia en dos puntos esenciales[…].En primer lugar, que el mundo es un lugar absurdo y sorprendente, que podría haber sido diferente, pero resulta bastante placentero tal y como es[…].Es posible que Dios le diga todas las mañanas al Sol: “Hazlo otra vez”, y cada noche le diga a la Luna lo mismo. Tal vez las margaritas se parecen entre sí, no por una necesidad automática, sino porque Dios las hace por separado y nunca se cansa de hacerlas. Cabe la posibilidad de que comparta el eterno apetito por la infancia, pues nosotros hemos pecado y envejecido y nuestro Padre es más joven que nosotros[…].Pero el pensamiento moderno también chocó con la segunda de mis creencias. Contradecía mi intuición de los límites estrictos que rigen el país de las hadas […]. Es una futilidad argumentar que el hombre es pequeño en comparación con el cosmos, pues el hombre siempre ha sido pequeño en comparación hasta con el árbol más próximo.
Había encontrado un asidero en el mundo: el hecho de que uno debe encontrar el modo de amarlo sin confiar en él, de amar al mundo sin ser mundano[…]El optimismo cristiano se basa en el hecho de que no encajamos en el mundo. Yo había intentado ser feliz diciéndome que el hombre es un animal como cualquier otro, y a partir de entonces pude serlo de verdad al descubrir que el hombre es una monstruosidad.
Es fácil ser un loco o un hereje. Casi siempre es fácil dejarse arrastrar por la corriente de la época; lo difícil es no perder el rumbo. Siempre es fácil ser un modernista, como lo es ser esnob. Habría sido muy sencillo caer en cualquiera de las trampas equivocas y exageradas que una moda tras otra y una secta tras otra pusieron en el camino histórico del cristianismo. Caer es fácil: hay una infinidad de ángulos en los que es posible dar en tierra y solo uno para seguir en pie”.
“La doctrina más pasada de moda resultó ser la única salvaguarda de las nuevas democracias de la Tierra. La doctrina más impopular resultó ser la única fuerza del pueblo. En suma, descubrimos que la única negación lógica de la oligarquía era la afirmación del pecado original.
La alegría, que era el ínfimo reclamo publicitario del pagano, es el gigantesco secreto del cristiano.