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442 pages, Mass Market Paperback
First published May 1, 1977
“El otro día me encontré, dentro de mí, con un desconocido; al día siguiente, con otro, y ayer, con uno nuevo. No he conseguido averiguar quienes son, sino sencillamente que temen y se esconden; algo así como si yo fuera un refugio”Dicho autor escribirá en su diario, que incomprensiblemente ha olvidado haber empezado, todas las vicisitudes que van rodeando el propio proceso de escritura de la novela que estamos leyendo y en la que él mismo, que compagina los oficios de profesor, escritor y agente secreto mercenario, es un personaje que escribe un diario en el que va anotando las vicisitudes que van rodeando el propio proceso de escritura de la novela que estamos leyendo en un claro ejemplo de cómo se puede llevar a la literatura un cuadro de Escher (y si el global es así, los casos particulares tampoco le van a la zaga, como el caso del arquitecto que viaja al futuro para copiar los planos de la catedral que construirá en su tiempo. ¿No recuerda esto el caso de esas manos del artista neerlandés que se pintan a sí mismas?).
“Lo que la destruye [la novela] es, ni más ni menos, mi condición de personaje. «¿Y por qué no sales de ella? » «Porque te perdería. Fuera de aquí somos dos seres lejanos que se escriben, que se imaginan, que experimentan el uno por el otro un sentimiento que hemos convenido en llamar amor, pero que no lo es. Coincidimos, al menos en la creencia de que no puede haber amor sin que dos cuerpos se entiendan». «Sí, somos dos fantasmas». «Menos aún: somos palabras, palabras y palabras.»”… o al propio ser Supremo que lleva al autor por caminos que no desea transitar e incluso peligrosos para él mismo que también se las tiene que ver con personajes que se le revelan y que parecen más bien descubiertos que creados.
“Dime por qué se te ocurrió esa denominación de «diario de un fracaso»… Porque, como novela, no es más que una serie de caminos iniciados y no continuados, de metas apuntadas y no perseguidas. A ver si me comprendes. Cierta vez me llevaste contigo en un viaje delicioso, a la busca de un monstruo al que llamabas `el Dragón feo´. Lo trajimos a tierra, lo confinamos en la cueva del rey Cintolo. ¿Para qué? El dragón ha desaparecido de la narración y, a la altura en que está, no hay modo legítimo de encajarlo.”Si alguna vez se preguntaron de dónde tomó Vila-Matas la idea de su literatura, no lo piensen más, todo está en las páginas iniciales de Fragmentos del Apocalipsis.
El nombre de la torre me lleva a Villasanta de la Estrella, una de mis ciudades, de mis cuatro ciudades, dos de ellas ya contadas. Una de las historias que no llegué a escribir pasaba en Villasanta. Podría reconstruirla, pero ya no se trata de eso: era una buena historia de las de antes, de las que se cuentan solas, sin narrador visible; una de esas en las que el autor no participa sino, todo lo demás, como testigo, pero ejerciendo su omnisciencia cacareada, su petulante y engallado saber universal. “Pero, oiga, amigo, ¿cómo es que sabe usted lo que sus personajes piensan, o lo que hacen a solas?” “Porque yo los invento, ni más ni menos.” ¿Habrá presunción mayor? “Porque yo los invento.” ¡Como si no estuviera demostrado ya que nadie inventa nada, lo que se dice nada, ni las palabras, ni las figuras, ni los acontecimientos! Por eso, yo que lo sé, no puedo recaer en más errores. Me siento comprometido.