El mar a cinco cuadras es una hermosa y contundente novela sobre esos sueños, fracasos, pérdidas y luchas que conforman la cotidianidad venezolana y, por extensión latinoamericana; un retrato de familia que va más allá del espacio donde Venezuela, para configurar un universo propio, un micromundo casi íntimo del personaje principal, que lanza guiños de complicidad al lector desnudando esas miserias humanas, conflictos, miedos y expectativas existenciales que son siempre el mejor ingrediente de las grandes obras de la literatura universal. Una novela, en fin, que demuestra la excelencia literaria de Arnoldo Rosas. --***-- ARNOLDO ROSAS (Porlamar, Venezuela, 1960). Perteneció al Taller de Narrativa del Centro Latinoamericano “Rómulo Gallegos” (1981-1982) y tiene la Diplomatura en Literatura Creativa del programa UNIMET-ICREA en 2010. Ha recibido numerosos premios nacionales y su obra narrativa ha integrado importantes antologías en Argentina, Chile, España, Perú y Venezuela. Ha publicado los libros de relatos Para enterrar al puerto (1985), Olvídate del tango (1992), La muerte no mata a nadie (2003), Sembré los muertos (2013) y De amores y domicilios (2014); la novela corta Igual (1990), y las novelas Nombre de mujer (2005), Uno se acostumbra (2011), Massaua (2012) y Un taxi hasta tus brazos (2015).
ARNOLDO ROSAS.(1960).Perteneció al Taller de Narrativa del Centro Latinoamericano “Rómulo Gallegos” (1981-1982). Diplomado en Literatura Creativa, programa UNIMET-ICREA, (2010). Sus trabajos han merecido diversos premios y reconocimientos; y textos suyos están presentes en importantes antologías de narrativa venezolana. Ha publicado los libros de relatos Para Enterrar al Puerto, Olvídate del Tango, La Muerte No Mata A Nadie; Sembré los Muertos, De Amores y Domicilios ; la novela corta Igual, y las novelas Nombre de Mujer, Uno se Acostumbra, Massaua, Un Taxi Hasta Tus Brazos y El mar a cinco cuadras.
Aunque pretendo hablar de la novela 'El mar a cinco cuadras', del escritor venezolano Arnoldo Rosas, publicada en 2022 por Iliada Ediciones, copio a continuación este texto que escribí hace un tiempo para otra novela, 'La radiante edad', de Antonio Báez:
"Alguien dijo una vez que somos materia hecha de recuerdos. Tal vez sea una afirmación demasiado reduccionista, pero qué duda cabe de que los recuerdos (lo que recordamos, lo que evocamos, y lo que olvidamos también) acaban teniendo un peso primordial en la manera en que nos concebimos a nosotros mismos."
Porque 'El mar a cinco cuadras' es una novela que nace, vive y se alimenta de la memoria. De la memoria de la niñez y la juventud, de ese indefinible periodo de aprendizaje en el que, querámoslo o no, vamos siendo conscientes del mundo que, por suerte o desgracia, nos ha sido dado habitar y del complejo entramado de significados que lo sostiene.
"Somos lo que recordamos haber sido", escribí yo mismo para la sinopsis de una vieja novela mía. O "somos materia hecha de recuerdos". Son frases lapidarias y excesivas, aunque conserven cierta parte de verdad. Y es que la memoria es uno de los territorios más fértiles donde crear literatura. Porque los recuerdos están tan presentes en nosotros que en cierta medida nos determinan, o cuando menos condicionan la manera en que entendemos el presente. Qué soñábamos, qué imaginábamos, qué nos fascinaba o qué despreciábamos… todo ello sigue presente en cierta parte de nuestro cerebro, activo o dormido hasta que llegue el momento de recuperarlo. Todo lo que fuimos (o lo que es lo mismo: lo que recordamos haber sido) vive aún en nosotros.
El protagonista (el mismo autor convertido en personaje) evoca sus primeros años en Porlamar, localidad venezolana ubicada en Isla de Margarita, un mundo delimitado por las extensas relaciones familiares (la familia, tan fundamental siempre a esas edades, y más aún en sociedades donde su concepto es mucho más amplio que el que conserva en las modernas y atomizadas sociedades industriales), los juegos, las aventuras, el colegio, las travesuras, las lecturas, el cine, y cualquier otro elemento (real o mágico, eso poco importa) que pueda llegar a condicionar su aprendizaje de la vida. Y también lo que sucede alrededor, ese mundo a veces incomprensible, a veces cruel, a menudo ridículo, que va pasando ante los ojos de un niño y al que este debe darle sentido con mayor o menor pericia.
La novela está surcada de numerosas anécdotas, idas y venidas, sucesos trágicos o cómicos, alegrías y decepciones, reconocimientos y olvidos, y muertes, cómo no, esas muertes que están tan ligadas a la vida y que desde niños debemos aprender a valorar como lo que son. Pero la mirada de Arnoldo Rosas es más bien indulgente y comprensiva, porque sabe que vivir es ya una actividad lo suficientemente exigente como para demandar siempre una conducta ejemplar. Y porque los errores y los fracasos influyen en nuestro devenir más incluso que los aciertos y los logros.
Siempre se recuerda desde el presente, y eso, querámoslo o no, influye en cómo esos recuerdos se nos aparecen. ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? Probablemente no, pero eso no es lo importante: lo importante es cómo esos recuerdos se alimentan de lo que hoy somos, de lo que nos rodea, de lo que conseguimos y de lo que perdimos por el camino, y de cómo su significado, por tanto, llega a mutar. Arnoldo Rosas lo sabe muy bien, y sabe que a veces una excesiva edulcoración del pasado puede llegar a alterar nuestra propia percepción de lo que hoy somos. El magnífico último capítulo del libro, que a la postre aporta un sentido aún más profundo a lo narrado y certifica la enorme calidad del libro, nos presenta al autor, ya maduro, que años después vuelve a la que fuera su vieja casa familiar con el propósito de venderla. No me resisto a reproducir uno de sus párrafos, en el que el protagonista parece tomar conciencia del paso irreversible de la vida y de que solo los recuerdos (por mucho que estén condicionados por el presente y manipulados por lo que somos) permanecen:
"Hago esfuerzos por reconocer los lugares. Cuesta. Algunas casas han sido demolidas y nuevas construcciones ocupan sus terrenos. Otras están tan derruidas y abandonadas que es difícil suponer que alguien alguna vez vivió allí. De las que quedan en pie, muchas son negocios con disímiles letreros de latón que los identifican. Pensiones. Loncherías. Areperas. Bares. Peluquerías. Bodegas. Tiendas de sahumerios. Ni rastro de aquellas casas de familia que alguna vez transité. Debiera estar cerca. No hay huella de los tres árboles de maco que demarcaban la presencia de mi casa (…) Hay botellas vacías y rotas en las calzadas. Basura por doquier. Gatos y perros que escarban entre los desperdicios. Pordioseros y peatones. Vendedores ambulantes de frutas y medicinas contra la impotencia. Motorizados y ciclistas que aparecen de la nada. Carros encaramados en las aceras. Policías ajenos al desastre que los circunda. Cometas rotas y desvaídas parejas de zapatos deportivos colgando de los cables de luz."
Quizá algo de eso existiera también en el pasado, pero no dejó poso en nuestra memoria y, por tanto, es como si jamás hubiera existido. Al menos para el individuo que hoy somos.
El tiempo, la memoria, las renuncias… de todo ello nos habla la excelente novela de Arnoldo Rosas, un escritor concienzudo y tenaz que, desde luego, merecería una mayor atención por parte de los medios especializados y que construye sus historias sin olvidar que el valor literario de un libro se asienta en el estilo, en la capacidad de sugerencia de la escritura y en la calidad de la prosa con que está elaborado. 'El mar a cinco cuadras', como antes lo han sido novelas tan estimulantes como 'Nombre de mujer', 'Massaua' o 'Un taxi entre tus brazos', por citar solo unas pocas, es una prueba más de ello.