Zbirka priča obilježenih ozračjem noćnih mora, seksa, zločina, političkih zbivanja i bezosjećajnosti današnje mladeži u kojima se otkriva ona manje poznata, sjenovita strana stvari, unutarnja slika apsurdne, često žalosne stvarnosti koja postoji ispod površine naše svakodnevnice
Estoy en las antípodas del pensamiento de Juan Manuel de Prada. Hago esta acotación de manera vicaria, pues al parecer por ciertos lares hay que justificar por qué se lee lo que se lee y aclarar por qué se disfruta lo que se disfruta, no vaya a ser que a uno le coloquen tal o cual sambenito, que el español es animal suspicaz y desconfiado por naturaleza.
Dicho esto, de Prada escribe muy bien; corrijo: de Prada escribe tan bien como escribía cuando tenía veintipocas castañas. Es asombrosa la solvente, casi brillante, precocidad que exhibe en estas doce piezas. Al igual que Clark Ashton Smith, el español hubo de empollarse el diccionario como si hubiera de vérselas con un tipo test al final: el conocimiento de la lengua, de la gramática, de los giros, metáforas y demás surtido de recursos expresivos es apabullante. Este dominio se manifiesta en un lenguaje barroco, recargado, que alterna a la perfección los cultismos y tecnicismos con el habla popular, muy a la manera de los poetas clásicos, pero sobre todo muy heredera de Francisco Umbral, de quien es émulo manifiesto y a quien parafrasea en ocasiones, solo él sabe si a modo de homenaje o como un descarado estraperlista. No obstante el talento y el buen hacer, de Prada sigue siendo en esta antología novicio en el arte de la pluma, y tiende mucho a la repetición tanto temática -excusable- como de imágenes -no tanto.
He hablado de su barroquismo, que va de lo estilístico a lo pictórico, pues derrocha sensualidad y escatología a partes iguales y hasta mestizas: hay sexo por doquier, voluptuosidad, exuberancia, cierta morbosidad y absoluta concupiscencia. Se habla mucho de turgencias, de sobacos y pubis intonsos -adjetivo que se repite muchísimo-, de cuerpos henchidos e hinchados casi literalmente por el deseo, carne suculenta a punto de reventar en torrentes de sangre, que fluye junto a otros tantos fluidos, ansiosos también por brotar, por secretarse. La muerte está tan presente como la vida, y ambas nunca están tan próximas como durante el ayuntamiento. De Prada agota su ingenio o los adjetivos en constantes repeticiones de escenas con cuerpos entrelazados, lo que hace que el conjunto se sienta repetitivo, o peor, como un collage que nunca se pensó como una antología.
Pese a que el fondo estético sea repetitivo, la selección es muy variada. Todos los relatos se sitúan a caballo entre el realismo y lo fantástico, entre lo cotidiano y lo extraordinario, entre lo pedestre y lo terrorífico, entre lo explícito y lo simbólico; una zona fronteriza que refuerza los extravagantes comportamientos de sus personajes y la atemporalidad del escenario en que transcurren sus historias. No exagero si algunos de sus relatos me han recordado a algunas historias surrealistas de Dino Buzzati o las fantasmagorías de Robert Aickman, aunque dudo que hayan sido influencia directa de de Prada, que parece mamar más del esperpento patrio que del fantástico europeo.
Los relatos contenidos en esta antología son los siguientes:
Las manos de Orlac (***): cuentan que hay un asesino en serie operando en la ciudad, y que ya ha asesinado a varias personas estrangulándolas con sus manos, envueltas en unos guantes rosas. El protagonista, adolescente en edad de impresionar para conseguir pasar a la segunda base, recibe el soplo de su amiga, hija del comisario que lleva la investigación, de que el asesino tomará el tren hacía la capital. Y allá que irá a desenmascararlo.
Señoritas en sepia (**): el protagonista, también adolescente, se convertirá en hombre al descubrir el secreto de su abuelo gracias a la intervención de un amigo.
Sangre azul (***): el hijo bastardo y último vástago de una familia de rancio abolengo es educado por su abuelo para convertirse en el único heredero que continúe su linaje.
Las noches galantes (**): un poeta tuberculoso es invitado por las damas de la alta sociedad a leer sus sonetos. Sin embargo, las señoras tienen en mente no gozar tanto de su lírica cuanto de él mismo.
Las noches heroicas (***): en El Prado, una sociedad secreta de aburridos aristócratas han ideado un plan, a Los niños del Brasil, de dar al mundo un reemplazo del generalísimo a medida.
Vísperas de la revolución (***): a pocas horas de morir el caudillo, un grupo de poetas disidentes se reúnen en la casa de una marquesa viuda para ultimar los preparativos de su plan: robar las obras originales de un poeta olvidado del archivo histórico.
Hombres sin alma (****): el protagonista, un donjuán ya algo caduco y entrado en carnes, viendo que no se come un rosco, decide refugiarse en un cine un tanto recoleto donde pasan la clásica cinta de Bela Lugosi "White Zombie". Uno de los espectadores interpela al protagonista, confesándole el motivo que le obliga a acudir una y otra vez a esta sesión.
El silencio del patinador (***): un hombre que vive en casa de su madre, y que de hecho aún comparte cama con ella pese a rebasar ya la treintena, recibe un mensaje de un amor del pasado pidiéndole que se reúna con ella para ponerse al día.
Concierto para masonas (****): una logia de mujeres masones contrata los servicios de un corneta para que amenice la reunión. Pronto descubrirá que no lo querían por su habilidad para con el instrumento. Al menos, no el que imaginaba.
La epidemia (****): en el transcurso de una guerra, un contingente mercenario, bárbaros salvajes de tierras lejanas, han transmitido una enfermedad de extraordinaria virulencia. El protagonista encontrará una mujer en el frente que le pedirá ayuda para salir de aquel infierno.
El gallito ciego (****): un escritor de novela detectivesca se ha convertido en una importante figura mediática gracias a su original propuesta, a saber, un detective ciego como él que no resuelve crímenes, sino que embauca a inocentes en complicadas tramas para lograr que el verdadero criminal quede impune El protagonista, un doctorando, acude para entrevistar al autor y conocer su peculiar modo de vida.
Gálvez (****): el joven aspirante a literato Fernando Navales, asiduo parroquiano de los cafés bohemios del Madrid de antes de la guerra civil, ve en la misérrima figura del poeta maldito Pedro Luis de Gálvez el camino para medrar en la escena literaria. Esta sería la semilla de la primera novela del autor, Las máscaras del héroe.
Entiendo la mala hostia del Prada veinteañero, rodeado de escribidores jóvenes montándoselo mucho mejor que él (antes de que le regalaran el Premio Planeta que le pagó el piso en Madrid, claro) con mucho menos talento, pero por mucho que los otros fueran malos, Prada aquí (como en la gran mayoría de sus libros) es mediocre a lo sumo, como él mismo no puede dejar de dar a entender en su Mirlo blanco, cisne negro cuando habla de sus comienzos literarios y esta colección de relatos.
Juan Manuel de Prada será muy culto y ducho a la hora de escribir libros al uso, pero, como le sucede al resto de escritores españoles famosos, es más sensato que una piedra... y así uno no puede pasar de artesano a artista, hombre (sus propios gustos literarios y su predilección por escritores malditos debería romper su burbuja ególatra de gran escritor que no fue, será ni es). Él mismo ha declarado en varias ocasiones que se considera un artesano, funcionario de la literatura, productor de libros... Vamos, que quiere vivir de la literatura como otro de poner copas o programar ordenadores, y que eso de la genialidad no le gusta... Todo esto, al final y como todo para cualquiera, conlleva el siguiente problema: en el fondo quiere ser lo contrario de lo que es, para sentirse completo (Rimbaud, antes de escribir y después, es decir, siempre en el fondo, no quería ser un genio de la poesía... sino un burgués rentista! Pero somos lo que somos, payos... y JMP mucho más feliz sería si aceptase su condición de escritor intrascendente en lugar de querer jugar en todos los bandos, con lo horrible que tiene que sentirse uno siendo Osvaldo Lamborghini, César Vallejo, Valle Inclán, Lautréamont, Baudelaire, Pessoa, Felisberto Hernández, etc.)
P. D. Por qué la literatura hispañistaní es tan mala? ¿Por qué todo el mundo lee al chalado de Houellebecq (o, mejor dicho, por qué es tan bueno) y a la mayoría de doctores letrudos hispañistaníes no? César Aira (creed a Vila-Matas cuando dice que la mejor literatura de habla hispana sale de Argentina y no de Hispañistán) da en el clavo: Muchas veces me he preguntado por qué hay tan pocos escritores realmente buenos. Esa escasez no debería darse por sentada. Creo que se debe a que un escritor (un artista, en general) necesita tener al mismo tiempo dos cualidades opuestas e incompatibles: ser inteligente y razonable, y estar loco. Lo primero es necesario para aprender a escribir libros, que no es tan fácil como parece, para hacerlos publicar, y hasta para organizar su vida de modo de poder seguir escribiendo. Pero para que valga la pena tiene que haber esa chispa de locura, o al menos de rareza, de la que puede salir lo nuevo. Es muy difícil que las dos cosas se den en el mismo individuo. O es sólo inteligente y razonable, en cuyo caso escribirá convencionales libros inteligentes y razonables; o será sólo loco, y no podrá llegar a escribir. Cuando es las dos cosas superlativamente, hay un Kafka.
- "As Mãos de Orlac"; - "Raparigas a Sépia"; - "Sangue Azul"; - "As Noites Galantes"; - "As Noites Heróicas" - "Vésperas da Revolução"; - "Homens sem Alma"; - "O Silêncio do Patinador"; - "Concerto para Maçónicas"; - "A E pidemia"; - "O Galito Cego"; - "Galvez".
Me decidí a leer este recopilatorio de cuentos cortos de Juan Manuel de Prada, El silencio del patinador (1995), por indagar en el inicio del personaje de Gálvez que inspira su primera novela, Las máscaras del héroe (1996), y descubrí una serie de cuentos, no muy buenos la verdad, pero que ya dejaban ver al escritor en ciernes que era ese muchacho de 25 años, cuando presentaba estos relatos cortos a concursos y certámenes.
Esta claro que en estos cuentos, ya se vislumbra la prosa y la estética del escritor consagrado que es hoy Juan Manuel de Prada.
Ha sido un gusto descubrir los inicios de Juan Manuel de Prada.
El romanticismo es una escuela sin líneas constantes, que encomienda a la sensibilidad la resolución de aquellos problemas que no pueden encomendarse sino a la razón.