«Novela en dos tiempos». Así define su autor esta obra cuya publicación puede, con toda justicia, calificarse -utilizando la jerga cinematográfica tan conocida por Vicente Malina Foix- de «reposición con honores de estreno». Aparecida por vez primera en 1979, La comunión de los atletas es una novela que, partiendo del reencuentro de dos compañeros de colegio en la ciudad de su niñez (uno como acusado de la corrupción de un muchacho menor de edad; el otro, el narrador, como abogado incrédulo que sólo en función de los ribetes escandalosos del caso se hace cargo de la defensa), pasa a convertirse, hasta llegar a su enigmático y abierto desenlace, en una obra de voces y personajes ausentes que van cobrando presencia y al fin suplantan y alteran el orden narrativo y moral del justiciero protagonista, a través de cuyos ojos conocemos la peripecia.
Seis años después, Molina Foix escribió Los ladrones de niños, un irónico relato de misterio que, retomando la ciudad, los ecos y dos personajes centrales de la novela precedente, anuda y desenlaza los hilos pendientes de La comunión de los atletas. En esta forma definitiva, compuesta de dos episodios, se tradujo el libro al francés el pasado año y ahora aparece en castellano, constituyendo una obra nueva y sumamente estimulante que en la conjunción o conflagración de sus mitades resultará reveladora.
Por un lado, La comunión de los atletas, reescrita y aumentada en diversos pasajes por su autor, sigue ofreciendo el contraste del relato en primera persona del ambicioso y perplejo abogado, tan sujeto a códigos ideológicos y patrones de conducta autoritarios, y la larga memoria biográfica escrita en la cárcel por el acusado, que sitúa su condición homosexual en un trasfondo de quimeras adolescentes y sensualidad morbosa. Junto a estos protagonistas antagónicos, el relieve que el autor sabe dar sutilmente a las dos sombras que recorren las páginas del libro: el mentor del grupo de colegiales que da título al relato, reencontrado años después en un alucinatorio contorno de sadomasoquismo y deyección, y la esposa del narrador en su rebelde y cruel metamorfosis.
En la segunda parte, el «estilo de informe policial con un humor negrísimo» (en palabras de la crítica Nicole Zand en Le Monde) y la frescura de la narración en tercera persona de una historia de raptos, fetichismo y paganismo, dan adecuado remate a un libro en el que, según la revista Quoi Lire, «Molina Foix, con un dominio perfecto de la narración, pone de manifiesto el trabajo de minado del mundo sulfuroso de los fantasmas sobre las frágiles construcciones de la razón».
Nació en Elche (Alicante), en 1946. Estudió Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid. Posteriormente se trasladó a Londres, dónde vivió ocho años, para obtener el graduado en Historia del Arte por la Universidad de Londres. Durante tres años ejerció como profesor de literatura española en Oxford. A su regreso a España, impartió clases de Filosofía del Arte en la Universidad del País Vasco.
Fue uno de los seleccionados por el editor y crítico catalán José María Castellet, en 1970, para la obra "Nueve novísimos poetas españoles”.
Ha recibido los premios Barral, Azorín, Herralde y en el 2007 el Premio Nacional de Literatura Narrativa. A partir de 1985 empezó a colaborar con el periódico "El País". Para la revista "Fotogramas" escribe críticas sobre cine y televisión.
Debutó en la dirección cinematográfica, con el largometraje "Sagitario" (2001), protagonizada por Ángela Molina y Eusebio Poncela. Su segunda película, “El dios de madera”, se estrenó en el verano de 2010.
Sus principales publicaciones narrativas son: Museo provincial de los horrores, Busto (Premio Barral 1973), La comunión de los atletas, Los padres viudos (Premio Azorín 1983), La Quincena Soviética (Premio Herralde 1988), La misa de Baroja, La mujer si cabezas y El vampiro de la calle Méjico (Premio Alfonso García Ramos 2002).
Desconcertante. Creo que esa es la palabra que mejor la define. La primera parte es casi ininteligible, áspera, un amasijo de sucesos que cuesta entender. De hecho, las partes que se comprenden son innecesarias y desagradables. La segunda parte, atropellada, es mucho más atractiva, pero está redactada a la ligera, como un relato corto que se queda a medias. Y mira que partía de una idea interesante, pero me ha dejado frío.