Recorro con la mirada la letra de imprenta de Jaxon Walker, intentando no imaginármelo encorvado sobre su escritorio, con su enorme figura apenas contenida por su traje plateado mientras garabatea apresuradamente las palabras. Trabajar en esta empresa ha sido un largo ejercicio de intentar no imaginármelo en varias posiciones, siempre con esa sonrisa característica en la cara, los ojos brillantes, apuntándome en mis delirios cuando en realidad nunca me mirarían dos veces.
Una de sus manías es que le gusta escribir sus ideas a mano, lo que significa que a mí -la ayudante de su ayudante- me toca la tarea de intentar transferirlas a un formato imprimible para las reuniones.
Me siento y levanto la página, reprimiendo un molesto temblor persistente cuando pienso en él sosteniendo esta misma página.
Me entran unas ganas locas de inclinarme hacia delante e inhalar el olor del papel, como si al hacerlo pudiera aspirar su aroma.
Apuesto a que es almizclado, varonil, todo colonia y sudor y primitiva pasión salvaje.
Me advierto a mí misma que me calle, entrecierro los ojos y por fin consigo entender las palabras.
Me paso la siguiente hora escribiendo y leyendo, sin pensar en Jaxon Walker.
Oh, sí, encerrada en mi pequeño despacho, apartado en la última planta -una habitación del tamaño de un armario, contigua a la de mi jefe-, no me permito pensar en el metro ochenta y cinco de Jaxon, su pelo plateado, sus ojos azules de lobo y sus poderosas manos.
Aunque poner en marcha su tienda online requiera muchos conocimientos técnicos, aunque tenga las habilidades de programación de un auténtico genio, no es un tipo tonto.
Tiene la constitución de un hombre hecho para la portada de una revista, con su fuerte mandíbula y sus ojos penetrantes... como si viera a través de mí. Al menos eso es lo que parece en su foto.
Por supuesto, no pienso en lo que sería caer en sus brazos y sentir su pecho macizo como una roca contra mi mejilla, el potente latido de su corazón golpeándome el oído, diciéndome que nunca va a abandonarme. Siempre me mantendrá a salvo.
Vale, puede que piense un poco en él.
Aunque todo esto sea totalmente imposible.
Tengo diecinueve años, curvas de infarto, y ni siquiera soy su ayudante. Soy la ayudante de su ayudante, lo que significa que probablemente Jaxon aún no se ha fijado en mí.
Me encojo interiormente ante el todavía. Como si alguna vez fuera a fijarse en mí.
Tiene cuarenta y tres años y es multimillonario. Sólo le he visto en las portadas de las revistas y, una o dos veces, paseando por la oficina con la cabeza alta y los hombros echados hacia atrás, moviéndose con ese propósito que me hace invisible para él. Como si yo no fuera siempre invisible para él.
Llevo tres semanas trabajando aquí y cada día me advierto a mí misma que debo contener este deseo o, como mínimo, encerrarlo en una jaula y perder la llave. Pero mi mente se niega a obedecer y cae en ilusiones en las que, inexplicablemente, Jaxon Walker me ve, me desea y me hace suya.
Y olvidemos convenientemente el hecho de que no sería capaz de responder si se me echara encima. Olvidemos que probablemente se me trabaría la lengua y haría el ridículo.