No sé ustedes, pero soy fetichista de algunos autores y con Álvarez me pasa que quiero y debo leerlo todo; y más allá de ser un maestro con la pluma, aquí se luce en un autobiografía literaria, en donde indaga en el origen por su amor a los libros, la música y el arte. Con una ironía mordaz, analiza su origen familiar judío-británico, los días de Londres bajo el fuego alemán, para luego retratar a esa generación maldita de poetas que tuvo por cabezas de serie a Sylvia Plath, Robert Lowell, John Berryman y Ted Hughes; de cada uno de ellos habla con soltura, más allá de la cercanía que existió, para ir a un análisis más concreto de sus motivaciones; a Álvarez no se le escapa nada, y es más, el libro termina siendo una clase de crítica, edición y frases memorables en torno al oficio. Lo amé y no quería que terminara. Por suerte los dioses y Borges inventaron la relectura.
Empieza bien y luego decae, es su libro más superficial, salvo en pequeños pasajes. Por momentos abre la posibilidad encontrar algo más profundo cuando empieza a contar una cosa -montañismo, matrimonios, familia-, pero no llega a concretar nada. Las últimas páginas se cae de las manos. Un libro epidérmico