¿Puede algún ciudadano, diciendo solo la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, ser considerado un terrorista solo por sus palabras?
¿Puede alguien en sus cabales desempeñar la función de verdugo sin remordimientos de conciencia?
Y si ese verdugo tuviera que matar a ese ciudadano, siendo además su mejor amigo, ¿cómo reaccionaría?
Estas y otras preguntas van surgiendo durante la lectura de esta novela, que demuestra que el ser humano, tristemente, en lugar de usar la razón para evitar conflictos, la generación de problemas o demostrar la igualdad de todas las personas, la utiliza para hacer juicios injustificados, trazar fronteras o diferencias de clase, amarrándose egoístamente a cualquier argumento que considere válido para defender sus propios intereses.
Lectura densa, construida con un vocabulario de clase alta, pero siempre comprensible, que entremezcla sin ningún problema varias líneas temporales, para acabar desenvolviendo una resolución de la historia a la altura de la expectativa generada.
El escritor, al igual que uno de los protagonistas, consigue lo que pretende: no dejar indiferente.