Books en Español discussion
Comunidad
>
Baudelaire
date
newest »


Goya es siempre un gran artista, a menudo tremendo. Aúna a la alegría, a la jovialidad, a la sátira española de los buenos tiempos de Cervantes, un espíritu mucho más moderno, o al menos que ha sido mucho más buscado en los tiempos modernos, el amor a lo inasible, al sentimiento de los contrastes violentos, los espantos de la naturaleza y de las fisonomías humanas extrañamente animalizadas por las circunstancias. Es curioso observar que este espíritu que sigue al gran movimiento satírico y demoledor del siglo XVIII, al que Voltaire le habría estado agradecido, por la idea solamente (pues el pobre gran hombre no tenía ni idea en cuanto al resto), por todas esas caricaturas monacales –monjes bostezantes, monjes glotones, cabezas cuadradas de asesinos preparándose para los maitines, cabezas arteras, hipócritas, finas y malvadas como los perfiles de las aves de rapiña–; es curioso, digo, que ese execrador de monjes haya soñado tanto con brujas, sabbat, maleficios, niños a los que se asa al espetón, yo qué sé, todos los excesos del sueño, todas las hipérboles de la alucinación, y además todas esas blancas y esbeltas españolas que las viejas sempiternas lavan y preparan bien para el sabbat o bien para la prostitución nocturna, ¡sabbat de la civilización! La luz y las tinieblas juegan a través de todos esos grotescos horrores. ¡Qué singular jovialidad! Recuerdo en particular dos planchas extraordinarias: una representa un paisaje fantástico, una mezcla de nubes y rocas. ¿Se trata de un rincón de Sierra desconocido y poco frecuentado? ¿Un ejemplo del caos? Allí, en el centro de ese teatro abominable, tiene lugar una encarnizada batalla entre dos brujas suspendidas en el aire. Una está a caballo sobre la otra, la vapulea, la doma. Esos dos monstruos se desplazan a través del tenebroso aire. Todo el horror, todas las indecencias morales, todos los vicios que puede concebir el espíritu humano aparecen escritos sobre esas dos caras que, siguiendo una costumbre frecuente y un procedimiento inexplicable del artista, se encuentran a medio camino entre el hombre y la bestia. La otra plancha representa un ser, un desgraciado, una mónada solitaria y desesperada, que quiere salir a toda costa “de su tumba”. Los demonios malévolos, una miríada de feos gnomos liliputienses, hacen peso con todas sus fuerzas sobre la tapa de la tumba entreabierta. Esos guardianes vigilantes de la muerte se han coligado contra el alma recalcitrante que se consume en una lucha imposible. Esa pesadilla se agita en el horror de lo vago y de lo indefinido (...) El gran mérito de Goya consiste en crear lo monstruoso verosímil. Sus monstruos han nacido viables, armónicos. Nadie se ha aventurado como él en la dirección del absurdo posible. Todas esas contorsiones, esas caras bestiales, esas muecas diabólicas están imbuidas de humanidad. Incluso desde el punto de vista específico de la historia natural, sería difícil condenarlos, tanta es la analogía y armonía de todas las partes de su ser; en una palabra, la línea de sutura, el punto de unión entre lo real y lo fantástico, es imposible de aferrar; es una frontera difusa que el analista más sutil no sabría trazar, el arte es a un tiempo trascendente y natural.
Charles Baudelaire, Lo cómico y la caricatura. La Balsa de la Medusa, 2001.

http://www.swissinfo.ch/spa/noticias/...
La figura de Baudelaire entra de manera decisiva en su fama. Para la masa pequeñoburguesa de lectores su historia fue la image d´Epinal, la "historia de vida" ilustrada de un libertino. Esta imagen contribuyó en mucho a la fama de Baudelaire -a pesar de que quienes la difundieron no se hallaban precisamente entre sus amigos. A esta imagen se superpuso otra cuya influencia no fue tan amplia pero tal vez haya sido más duradera: allí, Baudelaire aparece como representante de una pasión estética igual a la que concibió Kierkegaard en la misma época. No puede existir ningún estudio en profundidad de Baudelaire que no se ocupe de la imagen de su vida. En realidad, esta imagen está determinada por el hecho de que fue él el primero en tomar conciencia, y lo hizo de un modo rico en consecuencias, de que la burguesía estaba a punto de retirarle su misión al poeta. ¿Cuál misión social podía tomar su lugar? Esta misión no podía encontrarse en ninguna clase social: debía inferirse principalmente del mercado y de sus crisis. Lo que ocupaba a Baudelaire no era la demanda manifiesta a corto plazo sino la demanda latente a largo plazo. Las Flores del mal comprueban que la estimó correctamente. Pero el ámbito del mercado en el que apareció esta demanda requería una forma de producción y de vida muy distinta de la de los poetas anteriores. Baudelaire tuvo que reivindicar la dignidad del poeta en una sociedad que ya no tenía dignidad alguna que conferirle. De ahí la bufonería de su presencia. En Baudelaire, el poeta expresa por primera vez su pretensión a un valor de exposición. Baudelaire fue su propio empresario (...) Interrumpir el curso del mundo -ese era el deseo más profundo de Baudelaire. El deseo de Josué. No tanto el profético: porque él no pensaba en un retorno. De este deseo nacía su violencia, su impaciencia y su ira; de él surgieron también los reiterados intentos de herir de muerte el corazón del mundo o de dormirlo mediante su canto.
Walter Benjamin, Cuadros de un pensamiento. Ed. Imago Mundi, 1992.