Me impresionó tanto que, de manera obsesiva, seguí buscando a Javier en todos los indigentes que veía al otro lado de la ventanilla del carro. Me di cuenta de que en todos lo veía porque, al final, terminan pareciéndose los unos a los otros: la flacura extrema, el olor a rancio y esa suciedad que no se quita metiendo la ropa en la lavadora porque ya la llevan adherida a la piel como si fuera un tatuaje. La cara adquiere forma de triángulo: una figura geométrica plana, incapaz de expresar ninguna emoción que no sea el aburrimiento. El pelo enmarañado y la ausencia de varios o todos los dientes.
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