Cómo maté a mi padre
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Eran días raros en Medellín. En la televisión mostraban cómo explotaban bombas, mataban gente y no había nada más peligroso que tener que parar en un semáforo y que una moto quedara a tu lado. Cualquier cosa menos eso: si te iba bien te robaban el carro; si te iba mal te mataban por robártelo. No eran más que niños jugando a ser sicarios. Niños de comuna sin nada que perder y algún dinero que ganar por apretar el gatillo. Niños que tenían dos altares en su casa: en uno le rezaban a Pablo Escobar para que les siguiera dando trabajo y en otro a la Virgen de la Milagrosa para que les afinara la ...more
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Yo, como siempre, peleé por hacerme con la ventanilla. Yo, como siempre, gané, porque lo único bueno de ser la única mujer con cuatro hermanos hombres, era que el papá se derretía por darme gusto. A veces se quedaba mirándome como si no hubiera en el mundo nada más que mirar y yo me perdía en sus ojos y en su risa y en sus muecas, sin saber que me pasaría el resto de la vida evocándolas para que no se me olvidaran.
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Cuando alguien se muere, uno tiende a aferrarse a los recuerdos, a unir los retazos. Es una lucha constante contra el olvido, a sabiendas de que no hay manera de ganarle. El tiempo pasa como un vendaval arrasando todo lo que no esté muy firme. Pero incluso las cosas más firmes amenazan con esfumarse. Yo he recreado la última cara de mi padre tantas veces que en ocasiones me pregunto si fue un invento de mi cabeza para tener de quién despedirse. Toda partida sin adiós es inconclusa.
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Uno no acepta la ausencia, pero termina por acostumbrarse a ella. Con el tiempo, mi padre fue una sombra, un fantasma, un nombre y luego nada más que un recuerdo. Hace mucho que dejó de habitar esos diez segundos. Hace mucho que olvidé el tono de su voz. Cada vez hay más distancia entre nosotros y no puedo hacer nada por acortarla. Hoy está tan lejos que, a veces, me pregunto si de verdad existió.
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Antes de la entrevista me explicaron que era normal que las monjas se vistieran de esa manera, que tratara de no mirar mucho el hábito, que no preguntara si tenían pelo o si eran calvas, si usaban ropa interior o no. Que amaban a un Dios que nunca habían visto por la sencilla razón de que era invisible y que adoraban a la Virgen porque tuvo un hijo sin quedar en embarazo. Me dijeron también que había que tratarlas de «madre» o «hermana», y yo no entendía cómo esas señoras tan grises podían ser mi madre o mi hermana. No me cuadraba nada de nada.
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Y entonces ocurrió lo peor del mundo: me aceptaron en el colegio. Nunca jamás volvería a aprender tanto como esos años en los que viví, a mi aire, en la finca. Pero eso no lo sabía en ese momento. Me tomaría años entenderlo, cuando pudiera volver a pensar por mí misma, tal vez demasiado tarde para hacer algo al respecto.
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Si se enfermaban lo hacían a la vez, y entonces mi mamá llevaba al más grave donde el pediatra y luego le administraba a los otros dos los mismos remedios. A mi mamá se le puede acusar de todo, excepto de no ser una mujer práctica. La gente se aterraba y le decía: «Pobrecita, que mi Dios le ayude» y ella respondía: «Dios no va a venir a lavar los pañales, así que venga usted y écheme una mano».
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Mi madre todo lo solucionaba con su medicina favorita: el «no-piense-en-eso». Si la cosa estaba grave entonces ameritaba un Dolex. Y si estaba más que grave ameritaba dos. Pronto descubrimos que no valía la pena insistir: «Es que me duele mucho la pierna y no puedo caminar», se quejaba alguien. «Entonces no camine», contestaba la mamá. Era inútil quejarse. Nuestro umbral del dolor alcanzó límites insospechados. Habríamos podido ser objeto de estudios médicos. Nadie tenía derecho a enfermarse y nadie se enfermaba para no tener que soportar un dolor bien horrible oyendo a la mamá recetar ...more
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Esa misma noche, en cambio, supe que el papá no iba a volver, que lo único definitivo de mi vida era su ausencia. Cambiarían mis miedos, mis enfermedades, mis demonios, mis prioridades. Cambiaría todo, excepto el hecho de que mi padre estaba muerto. Muerto.
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No sé en qué momento, ni cómo, me convertí en mamá de mis hermanos. Ellos fueron los hijos que no tuve y yo la madre que no era. No me quedó gustando. Desde esa época empecé a sentir pesar por todas las mujeres embarazadas que veía en la calle. Quería gritarles que todo era una trampa, que los niños son tiernos mientras son niños, pero luego se convierten en seres complejos. Que se absorben todo el tiempo, todo el dinero y toda la energía. Que se consumen a sus propias madres y les generan sentimientos contradictorios que después las harán sentirse mal consigo mismas. Me convertí en una mujer ...more
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Perdí hace tanto a mi padre que ahora es raro para mí pensar que alguna vez lo tuve, que me aferré a su cuello, que lo cubrí de besos. Perdí esa sensación de cercanía, tanto que, hoy en día, si lo tuviera al frente por un minuto, creo que no sabría cómo actuar, no sabría cómo saludarlo ni qué decirle.
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El silencio es algo que se teje y se entreteje igual que una araña hace su red. Nadie sabe lo que pesa el silencio hasta que lo lleva por dentro. Nadie sabe el ruido que genera, lo que aturde, lo que remueve.
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La gente pensaba que lo estábamos superando muy bien, pero la ausencia es un hueco sin final. Se olvida a ratos, pero no se supera. La gente piensa muchas cosas que no son. Sobre todo, cuando no viven bajo tu mismo techo ni habitan tu propia piel ni son perseguidos por las mismas sombras que a ti te persiguen. Uno aprende a engañarlos a punta de sonrisas y el «no me pasa nada» llega a decirse con tal naturalidad que nadie cuestiona lo contrario.
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Del primer pitazo a la cuesta final solo hay tiempo. Tocar el fondo es una carrera vertiginosa.
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Me impresionó tanto que, de manera obsesiva, seguí buscando a Javier en todos los indigentes que veía al otro lado de la ventanilla del carro. Me di cuenta de que en todos lo veía porque, al final, terminan pareciéndose los unos a los otros: la flacura extrema, el olor a rancio y esa suciedad que no se quita metiendo la ropa en la lavadora porque ya la llevan adherida a la piel como si fuera un tatuaje. La cara adquiere forma de triángulo: una figura geométrica plana, incapaz de expresar ninguna emoción que no sea el aburrimiento. El pelo enmarañado y la ausencia de varios o todos los dientes. ...more
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Javier murió hace poco, rozando los setenta. Murió de viejo en una pensión de mala muerte. No hubo funeral. Nadie quiso acompañarlo. Una sombra menos que pisar en la acera, un muerto de verdad.
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No, no iba a llorar, no quería llorar, tenía que aclarar mi mente, sospesar todos esos posibles escenarios. Calcular qué cartas iban a tocarme a mí. Ninguna era buena. No quería seguir siendo partícipe de ese juego, no más, por favor, no cuenten conmigo. Planto. Como si uno pudiera escabullirse tan fácil del juego de la vida; así no funcionan las cosas, no es tan sencillo como pararse de la mesa de un casino, irse a casa y olvidar el asunto unas horas después frente al televisor. Arruinado o no, pero irse, escapar de aquello que nos jode. Nadie puede irse de su propia vida ni del juego que ...more
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Luego posé mi mirada en esa casa en la que crecí. Habría podido recorrerla con los ojos cerrados. Ella me miró y yo la miré a ella, tratando de adivinar en nuestros rasgos lo ocurrido durante todos esos años de ausencia. La adiviné solitaria y vacía, a fin de cuentas una casa sin sus habitantes no es más que muros de ladrillo y tejas de barro tostadas por el sol y esculpidas por la lluvia. Nada más.
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Tenía la edad suficiente para saber que las cosas más importantes de la vida no son cosas y que aquello que realmente importa no puede llevarse en ninguna maleta.
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No sé si repetiría la experiencia de ir a un Vipassana. Lo que sí sé es que agradezco haberme dado la oportunidad de experimentarlo. Un viaje a bordo de uno mismo, es el viaje más difícil de todos. Es la única forma de llegar a conocerse, de dejar de medirse por la percepción de los otros. Mirar hacia dentro no es fácil; por eso, a menudo, andamos buscando en qué distraernos. Ahora, cuando me hallo buscando con desespero cosas para hacer, me regalo un instante para pensar si acaso hay algo de lo que esté huyendo.
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Te mato con palabras porque son la única arma que poseo. Te mato porque estoy cansada de intentar mantenerte vivo en mi cabeza. Te mato para que puedas vivir en este libro. Tu ausencia es como un hueco que nunca se llena, un hueco vacío que no quiero seguir mirando porque eso es algo que he hecho hasta cansarme. Es hora de mirar hacia otra parte. No pongas a prueba mi puntería, no permitas que este sea otro intento fallido, necesito que te mueras de nuevo. Y asegúrate de que esta vez sea para siempre.