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Aquella tarde, una parte de mí se fue al abismo, murió para poder acompañar a mi padre en ese viaje sin retorno. Ignoro cómo se vistió su espíritu para entrar al cielo; por lo menos sé que su cuerpo fue enterrado al pie de un árbol de mangos y que vestía un traje negro muy elegante.
Uno se demora en acostumbrarse a la idea de un padre muerto, pero termina por hacerlo y llega el día en que abre los ojos y la única certeza que tiene es la de su ausencia.

