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básicos. El primer problema es que nuestra actitud hacia el pecado se centra en nosotros mismos más que en Dios. Nos preocupa más nuestra propia “victoria” sobre el pecado, que el hecho de que nuestro pecado entristece el corazón de Dios.
Y es justamente el ceder en las cosas pequeñas lo que conduce a los deslices más grandes.
“santidad cultural”. Se adaptan al carácter y al esquema de comportamiento de los creyentes que los rodean. Si la cultura cristiana que los rodea es más o menos santa, dichas personas son más o menos santas también.
Si Dios es perfectamente santo, podemos confiar en que Sus acciones para con nosotros han de ser siempre perfectas y justas.
se usa con más frecuencia delante del nombre de Dios que todos los demás atributos. La santidad es la corona de Dios.
Debido al carácter engañoso de nuestro corazón, algunas veces jugamos con la tentación, abrigando la idea de que siempre es posible confesar y pedir perdón posteriormente, este modo de pensar resulta absolutamente peligroso.
Las Escrituras hablan tanto de una santidad que nosotros tenemos en Cristo ante Dios, como de una santidad que nosotros tenemos que buscar insistentemente.
Si no existe, por lo tanto, cuando menos un anhelo en nuestro corazón de vivir una vida santa agradando a Dios, tenemos que considerar seriamente si nuestra fe en Cristo es realmente genuina.
“Yo hago siempre lo que le agrada (al Padre)”.
La experiencia de la santidad no es un regalo que recibimos de la manera en que recibimos la justificación, sino algo que claramente insta a procurar esforzadamente.
Por cuanto Él murió al pecado, nosotros hemos muerto al pecado. Por lo tanto, resulta claro que nuestro morir al pecado no es algo que hayamos hecho nosotros, sino algo que ha hecho Cristo, el valor de lo cual beneficia a todos los que están unidos a Él.
pecado que mora en nosotros opera principalmente a través de los deseos.
El deseo se ha convertido con el andar del tiempo en la facultad más fuerte del corazón del hombre.
Si cedemos a la tentación es porque el deseo ha vencido a la razón en la lucha por influir nuestra voluntad.
tenemos que reconocer el hecho de que el problema básico lo tenemos dentro de nosotros mismos. Son nuestros propios deseos pecaminosos los que nos hacen ser tentados.
pecado que mora en nosotros es que tiende a engañar el entendimiento o la razón.
El engaño de la mente es llevado a cabo gradualmente, poco a poco.
Somos inducidos a bajar la guardia cuando nos volvemos demasiado confiados.
olvidándonos de Su santidad y de Su aborrecimiento del pecado.
Si la tentación encuentra dónde alojarse en el alma, utilizará el privilegio otorgado para hacernos pecar.
La santidad no consiste en una serie de cosas que se pueden hacer y de cosas que no se deben hacer, sino la conformación con el carácter de Dios y la obediencia a Su voluntad. Aceptar con contentamiento todas las circunstancias que Dios permite en nuestra vida, forma parte importante del camino de la santidad.
Es llamado el Espíritu Santo y ha sido enviado principalmente con el objetivo de hacernos santos—para conformarnos al carácter de Dios.
Una de las armas más poderosas de Satanás consiste en cegarnos espiritualmente—hacernos incapaces de ver la pecaminosidad de nuestra naturaleza.
Cuando el Espíritu Santo nos hace ver nuestra pecaminosidad, no lo hace con el propósito de llevarnos a la desesperación, sino para conducirnos hacia la santidad. Lo hace creando en nosotros odio hacia nuestro pecado y un deseo de ser santos, de alcanzar la santidad.
Es una actitud hipócrita orar pidiendo victoria sobre el pecado cuando al mismo tiempo somos descuidados en las lecciones que nos enseña la Palabra de Dios.
Si pecamos, es porque elegimos hacerlo, no porque nos falte la capacidad para decirle “no” a la tentación.
Solo en la medida en que aceptamos nuestra responsabilidad y nos apropiemos de las provisiones hechas por Dios, podremos hacer algún progreso en la búsqueda de la santidad.
“La mortificación a partir de las propias fuerzas, llevada a cabo mediante métodos de invención propia, para lograr la auto-justificación, es el alma y la sustancia de toda religión falsa.”
obedecerlos. La Palabra de Dios tiene que estar tan firme en nuestra mente que se convierta en la influencia dominante de nuestros pensamientos, actitudes y acciones. Una de las formas más efectivas de influir la mente es mediante la memorización de las Escrituras. David dijo: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”
Puede no ser la actividad misma lo que determina si algo es pecaminoso o no para nosotros, sino más bien nuestra manera de responder a ella.
Estoy dispuesto a desarrollar convicciones basadas en las Escrituras, y a vivir a la luz de esas convicciones?”
Cada vez que le decimos “si” a la tentación, hacemos que nos resulte más difícil decir “no” la próxima vez.
esquemas de vida pecaminosa.
comprometamos a vivir una vida de santidad sin excepciones.
el propósito de no pecar.
era, en realidad, no pecar mucho.
¿Podemos imaginar a un soldado que se dirige al campo de batalla con el solo propósito de evitar ser herido de gravedad? La sola idea resulta ridícula. Lo que se debe proponer es salir completamente ileso. Si no hemos hecho el compromiso de entregarnos a la santidad sin excepción, somos como el soldado que se dirige a la lucha con la mira de no ser herido de gravedad. Podemos estar seguro de que si esta es nuestro objetivo, seremos heridos—no
No tiene sentido orar para obtener la victoria frente a la tentación si no estamos dispuestos a adoptar el compromiso de decir “no”. Solo aprendiendo a rechazar la tentación podremos hacer morir las obras de la carne en nuestra vida. Aprender a hacer esto resulta generalmente un proceso lento y penoso, lleno de fracasos. Los antiguos deseos y hábitos pecaminosos no son fáciles de erradicar. Para poderlos romper se requiere persistencia, a menudo con pocas muestras de éxito. Pero este es el camino que debemos andar, por penoso que pudiera resultar.
“Es mediante la obediencia voluntaria y persistente a los requisitos que establece la Escritura, y llevada a cabo con espíritu de oración, que se desarrollan en nosotros esquemas de piedad que pueden llegar a formar parte de nosotros.”
tentaciones. Cuando procuramos aplicar la Palabra de Dios a las circunstancias diarias, el Espíritu obra en nosotros para fortalecernos. Pero tenemos que responder a lo que el Espíritu Santo ya ha hecho, si queremos que siga obrando cada vez más.
Todos los creyentes que progresan en el camino de la santidad son personas que se han disciplinado de tal modo que dedican un tiempo en forma regular a la lectura de la Biblia. Sencillamente, no existe otro modo.
planificar el tiempo; exige también un método planificado. Generalmente vemos estos métodos como si estuviesen agrupados en cuatro categorías: el de oír la Palabra que nos enseñan los pastores y maestros (Jeremías 3:15), el de leer la Biblia nosotros mismos (Deuteronomio 17:19), el estudiar las Escrituras diligentemente (Proverbios 2:1-5) y el de memorizar pasajes claves (Salmo 119:11). Todos estos métodos son necesarios para una recepción equilibrada de la Palabra.
Sin embargo, Josué, que era un ocupado comandante del ejército de Israel, recibió orden de meditar en la ley de Dios de día y de noche.
Para romper cualquier hábito hace falta disciplina.
Si queremos tener éxito en la senda de la santidad, tenemos que aprender a perseverar a pesar de los fracasos.
Si no podemos decir “no” cuando se nos despierta un apetito exagerado por algo, nos resultará difícil decirles “no” a los pensamientos lujuriosos.
“Los que quieren conservarse puros tiene que mantener sujeto su cuerpo y esto puede requerir, en algunos casos, una violencia santa.”36
Cuando el cuerpo recibe atención excesiva y se le da rienda suelta, los instintos y las pasiones corporales tienden a dominar los pensamientos y las acciones. En dichos casos tendemos a hacer, no lo que debemos hacer, sino lo que queremos hacer,
No hay lugar para la pereza y el consentimiento del cuerpo en la disciplinada búsqueda de la santidad. Tenemos que aprender a decirle “no” al cuerpo, en lugar de estar continuamente cediendo a sus deseos momentáneos.
Los anhelos pecaminosos se fortalecen con la tentación.

