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pero les hurta una enseñanza esencial: que hubo un tiempo durante el cual casi todo el mundo llamaba «negratas» a sus esclavos y que, debido a esa historia de opresión, la palabra se ha convertido en tabú.
salvaremos a los jóvenes de las malas ideas. Al contrario, los volveremos incapaces de reconocerlas.
Podemos hacer pasar por el quirófano a toda la literatura del pasado para someterla a una cirugía estética, pero entonces dejará de explicarnos el mundo.
«Cada tantos siglos hay que quemar la Biblioteca de Alejandría».
Y aquellas llamas alimentadas por libros sembraron oscuridad.
Quizá esta primera destrucción de la Gran Biblioteca es, después de todo, un recuerdo inventado, o una pesadilla premonitoria, o un incendio mítico que, en el fondo, simbolizaba el ocaso de una ciudad, de un imperio y de una dinastía que empezó con el sueño de Alejandro y acabó con la derrota de Cleopatra.
sirve de refugio para náufragos de tiempos mejores.
“horas peripatéticas”],
El linchamiento de Hipatia marcó el hundimiento de una esperanza.
todas aquellas palabras dormidas.
Donde los documentos se eliminan y los libros no circulan libremente, es muy fácil modificar a placer, impunemente, el relato de la historia.
Quienes aniquilan bibliotecas y archivos abogan por un futuro menos dispar, menos discrepante, menos irónico.
la Unión Europea nació en un peligroso club de lectura tras las alambradas de un Lager nazi.
incluso en los abismos de la vida, somos criaturas sedientas de historias. Por
Al final —dice el psiquiatra de origen judío—, sufrían menos quienes eran capaces de aislarse del terrible entorno, refugiándose en su interior.
La Gran Biblioteca me fascina —a mí, la pequeña marginada del colegio de Zaragoza—, porque inventó una patria de papel para los apátridas de todos los tiempos.
Todo su poderío militar, su riqueza, las asombrosas redes de transporte y las obras de ingeniería componían una maquinaria poderosa, invencible pero árida sin el rocío de la poesía, de los relatos y de los símbolos.
Grecia pervive como el kilómetro cero de la cultura europea.
No es casualidad que una traducción marque el arranque de la literatura romana,
homenaje y todos los matices del amor acomplejado.
también lo que adoptamos de otras partes nos hace ser quienes somos.
abstracto norteamericano nació a la sombra de la vanguardia europea.
rememorando la ciudad fenicia de Biblos, famosa por la exportación de papiros.
El verbo latino que hoy traducimos como «editar» —edere— tenía en realidad un significado más próximo a «donación» o «abandono».
Se daba la paradoja de que era innoble enseñar lo que era honorable aprender. Quién nos iba a decir que
Los antiguos pensaban que el matrimonio era para las mujeres lo que la guerra para los varones: el cumplimiento de su auténtica naturaleza.
la escritura constituye tan solo el último parpadeo de nuestra especie, el latido más reciente de un viejo corazón—.
soportando con estoicismo el dolor de espalda y los calambres en los brazos.
84, Charing Cross Road se
porque recomendar y entregar a otro una lectura elegida es un poderoso gesto de acercamiento, de comunicación, de intimidad.
«Es deber de los supervivientes rendir testimonio para que los muertos no sean olvidados ni los oscuros sacrificios sean desconocidos. Ojalá estas páginas puedan inspirar un pensamiento piadoso hacia aquellos que fueron silenciados para siempre, exhaustos por el camino o asesinados».
Aunque las librerías parecen espacios serenos y alejados del mundo trepidante, en sus anaqueles palpitan las luchas de cada siglo.
hechos con delicada artesanía o acartonados hijos de la rentabilidad.
me dijo que le movía el apoyo a las causas perdidas.
aquellas ganas de participar en la vida de la ciudad por medio de los libros, y el miedo.
Hablar, me parecía, era el objetivo de la existencia adulta.
caos de las librerías se parece mucho al caos de los recuerdos. Sus pasillos, sus anaqueles, sus umbrales son espacios habitados por la memoria colectiva y por las memorias individuales.
Los lomos gruesos de los libros de historia, como camellos de una lenta caravana, nos ofrecen guiarnos en la ruta hacia el pasado.
La novela es, en el fondo, una loa de esos territorios donde se conjura el olvido.
El dolor que atraviesa la historia no se puede reparar, los vacíos son imposibles de llenar, pero la tarea de documentarse y testificar nunca será en vano.
Los libros tienen voz y hablan salvando épocas y vidas. Las librerías son esos territorios mágicos donde, en un acto de inspiración, escuchamos los ecos suaves y chisporroteantes de la memoria desconocida.
Algo hay en su diseño básico y en su depurada sencillez que ya no admite mejoras radicales.
perfección en su humilde esfera utilitaria.
Esta es la paradoja del progreso tecnológico, que el hecho de conservar unas coordenadas tradicionales —estructuras de página, convenciones tipográficas, formas de letras y maquetaciones limitadas— fue clave para abrir paso a los cambios transformadores que traía la esfera digital.
El futuro avanza siempre mirando de reojo al pasado.
No deberíamos olvidar que el libro de páginas triunfó, en gran medida, porque favorecía las lecturas clandestinas, negadas, no consentidas.
A falta de apuntador, los actores de teatro en el medievo solían usar rollos como ayuda para la memoria en sus representaciones. De allí deriva el término «rol» del actor.
Llamamos impropiamente «volúmenes» —del latín volvo (‘dar vueltas, girar’)— a los códices, que ya no se rebobinan.
Todo lo que no es transferido del viejo al nuevo soporte desaparece para siempre.
Nunca sospecharon que esos utensilios eran, en realidad, pequeñas tumbas,

