Nuestra parte de noche
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No había noticias de los centros clandestinos de detención, ni de los enfrentamientos nocturnos, ni de los secuestros, ni de los niños robados.
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Don Lorenzo había puesto todo su entusiasmo en la pared de la sacristía. Ahí montó su obra maestra, el motivo del miedo de los vecinos y posiblemente la razón por la que la iglesia no había logrado ser aceptada por la Curia. La talla de madera se conservaba bien a pesar del paso del tiempo y el desgaste de algunos colores. Era una visión del infierno, un retablo de advertencia: niños de cabeza desproporcionadamente grande y piernas retorcidas bailando danzas rituales alrededor de fogatas, jugando con dragones y víboras. Mujeres desnudas, con la cintura encadenada por serpientes. Entre ellos ...more
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Salamanca, la reunión de brujos con el demonio, el aquelarre criollo. Decían que don Lorenzo había participado de las ceremonias. Simonetti murió intentando convencer a los curas de lo sagrado de su obra.
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Pero se saben algunas cosas sobre Nyx. Estaba casada con Érebo, que es la oscuridad, que no es lo mismo que la noche, porque oscuridad podés encontrar de día, por ejemplo. Y tuvo dos hijos, mellizos, Hypnos y Thanatos. Hypnos es el sueño y Thanatos es la muerte. Se parecen, pero obviamente no son iguales.
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Yo creo en la Oscuridad pero creer no significa obedecer. Cómo no voy a creer si le pasa a mi cuerpo. Pasa en mi cuerpo. Lo que la Oscuridad les dice no puede ser interpretado en este plano. La Oscuridad es demente, es un dios salvaje, es un dios loco.
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Renunciar es fácil cuando se tiene mucho, pensó. Él nunca había tenido nada.
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Le hablaba para devolverlo a la vida.
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La Oscuridad pedía cuerpos, se justificaba ella. No era cierto. La Oscuridad no pedía nada, Juan lo sabía. En la Orden, Mercedes era la más firme creyente en el ejercicio de la crueldad y la perversión como camino a iluminaciones secretas. Juan creía, además, que para ella la amoralidad era una marca de clase. Cuanto más se alejaba de las convenciones morales, más clara estaba su superioridad de origen.
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sobre el negro de la noche se desgajaban nubes moradas y el aire parecía estar hecho de miel.
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Le había preguntado al Santo alguna vez quién era la Oscuridad, se lo había preguntado de noche, hacía años, entre vino y velas, y el Santo había contestado en las cartas: una y otra vez salía en el centro de la tirada, como respuesta, la Luna. Era la carta que Juan le había dibujado y la que Tali menos entendía y que siempre interpretaba como un cambio importante, un cambio voluntario. Pero también era la decepción, el desconcierto, la ensoñación. Incluso la locura.
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¿Los padres saben dónde están sus hijos antes de ser arrojados a la Oscuridad?
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Juan Peterson
Camilo Galeano
Protagonista
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eso era imposible, pero la gente prefiere justificar, inventar, negar y no ver cuando tiene que creer.
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que era miedo, que era el pánico lo que no podías manejar, así se llamaba el terror colectivo de las ninfas cuando aparecía el gran dios Pan, pánico, y eso sentías, ese horror.
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El parque tenía muchos y a Gaspar le hubiese gustado distinguirlos, saber cuál era un álamo, cuál un níspero, solamente distinguía los pinos. Ojalá enseñasen esas cosas en la escuela, en vez de fracciones o de organismos unicelulares.
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«Los muertos viajan deprisa.» Eso le decía un personaje, un compañero de viaje, a Jonathan Harker, que iba a la casa del Conde.
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Decía: «Rosario Reyes Bradford nació en Buenos Aires en 1949 y es la primera mujer argentina doctorada en Antropología en la Universidad de Cambridge, Reino Unido. Se especializa en antropología simbólica, antropología de la religión y etnografía guaraní. Es docente e investigadora de la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado más de veinte artículos en Argentina, Paraguay, Brasil, Colombia, México, Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Bélgica. Es autora del libro Tekoporá: Exploraciones antropológicas sobre historia, religión y ontología guaraní.»
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Gaspar también bajó la cabeza, entendía que a la mayoría de los varones no les gustaba que alguien los viera llorar y menos otro varón y menos todavía un chico.
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Dion Fortune, leyó, The Training and Work of an Initiate. Había en castellano. Juan Carlos Onetti, El pozo, Thomas Hardy, Jude el oscuro, Françoise Sagan, Buenos días, tristeza. García Lorca, Keats, Yeats, Blake, Eliot, Neruda: los de poesía que Gaspar siempre tomaba prestado porque le gustaban. Pasó a otro estante, más alto: Babylonian Magic & Sorcery, Leonard M. King. The Magical Revival, Kenneth Grant. Por fin, en una punta y algo caído, encontró un lomo que le pareció el elegido: Dogma y ritual de Alta Magia, de Eliphas Lévi.
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Vicky no quería meterse descalza: se había comprado unas sandalias de plástico porque el suelo de la pileta a veces estaba resbaloso y le hacía acordar a Omaira parada sobre la cabeza de su tía y todo ese barro de la muerte en Colombia.
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Ojalá se muera, pensó. Ojalá papá se muera de una vez y se termine todo esto y yo pueda vivir con el tío o con Vicky o solo en casa y no tenga que pensar más en habitaciones cerradas, voces en la cabeza, sueños de pasillos y muertos, familias fantasmas, párpados en cajas, sangre en el piso, adónde se va cuando se va, de dónde viene cuando vuelve, ojalá pudiese dejar de quererlo, olvidarlo, ojalá se muera.
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Él conocía lo suficiente los hospitales y la enfermedad como para saber que la mayoría de los enfermos eran mandones y malhumorados, y que intentaban lograr que los demás se sintieran tan mal como ellos.
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Pensó en su padre, en cómo se moría solo en una cama de hospital, respirando de a ratos y se dijo vamos, entremos en esta casa, qué nos puede pasar; si Adela cree que acá adentro hay alguna pista, veamos si tiene razón; sepamos qué es ese zumbido, por qué la gente le tiene miedo a esta casita de mierda, qué se esconde acá, yo puedo abrirla, yo puedo entrar en lo escondido, pensó, y se lo repitió, yo puedo entrar en lo escondido, siempre pude, pero no sé si quiero vivir así, ¿mi papá vivió así?
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El médium era hijo de un campesino: pronosticaba el futuro usando el omóplato de una oveja, detalle que siempre me dio risa por la precisión en la elección del hueso. El chico alertaba sobre cosas útiles para su comunidad, cómo debían cuidar el ganado, cuánto dinero ganarían o perderían en la siguiente cosecha, si se avecinaba una tormenta, si corrían peligro en una época de violencia política. Me gustaba el nombre del método y cómo lo pronunciaba mi abuelo: silinnenath.
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Stephen dice que hay que cortar el ciclo, parar la rueda. E insiste con que a cada médium le corresponde su época. Un campesino en la revolución industrial, una mujer negra de las colonias británicas antes de la descolonización, una adolescente pobre en la guerra cuya carnicería pasa desapercibida en la carnicería general. Eso somos, dice, y es posible que la Oscuridad se alimente de ese dolor y de esta explotación.
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Sin poder contenerme, le describí la teoría del andrógino mágico: solve et coagula y por qué Baphomet tiene torso de hombre y senos de mujer. Le expliqué sobre el número 11, el de la magia homoerótica, que representa el doble falo. Le enseñé que todos los instrumentos mágicos deben ser dobles, dos espadas, dos varitas, dos copas, dos pentáculos, y por qué los ocultistas debían ser todos homosexuales.
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Laura elaboraba cartografías alternativas. Líneas en mapas que son un texto subterráneo capaz de adivinación y profecía. Había que recorrer esos caminos alternativos sin pensar, trazar los sellos a pie, y finalmente se revelarían. Como en la alquimia, le dije: parecen paseos pero son un proceso. El sentido es el tiempo destinado a ese proceso, no el resultado: la disciplina de la repetición. Enlightened boredom. That’s it, me contestó ella.
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Stephen se sentó en la cama con una alegría que nunca le había visto, y abrazó a Juan con la ternura que compartían. Reprimí una inesperada oleada de celos que me agrió la boca. De todos modos me excitaba bastante verlos besarse sin pudor, con esa incomodidad de los besos entre hombres que al principio se parece a una pelea y después se desborda hacia una emoción que yo no comprendía, una fraternidad perdida y recuperada.
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Una invasión sanguínea de imágenes: miembros cortados, la sangre coagulada en uñas doradas, un lago negro del que salía una mano como si fuese una boya en el Paraná, acantilados en el horizonte, hombres desnudos colgando de una lámpara con caireles gigantes, un cuerpo muerto muy seco y hermoso acariciado por una mujer delgada con la cara cubierta por un pañuelo oscuro, un estanque rodeado de juncos, un estero, un pantano del que salían manos desesperadas por atrapar algo, tanteando el aire, un ahorcado muy quieto colgando de una rama.
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Creen en el dolor como en ninguna otra cosa, mienten cuando dicen que esos métodos quedaron atrás. Si, como dice Rosario, los dioses se parecen a sus creyentes, entonces este dios cruel es el que quiere y permite que te mutilen. No voy a enumerar lo que hicieron conmigo, o con Eddie, o con todos los demás. ¿Tu padre también te vendió, como el mío? Somos los sirvientes de esta gente, somos la carne que torturan. Los que cargan con las señoritas en la India, yo soy el hachero que se coge a la hija del estanciero. Vas a tener que desobedecerlos si querés seguirme. Hay algo detrás de la puerta y ...more
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Nadie la entiende, amiga, le dijo Juan, que descansaba con los ojos cerrados pero perfectamente lúcido. El problema no es si es posible entenderla. El problema es si habla para nosotros o solamente habla en su abismo, si lo que habla es el hambre sobre el vacío. Si tiene algo más que la inteligencia de la tormenta o la tierra cuando tiembla. Si es algo más que otra ceguera, solo que nos parece iluminada porque no la conocemos.
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Si no vas a irte, no me dejes solo. Ni aunque te mueras. Perseguime como un fantasma, haunt me.
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No había decepción peor que creerse el elegido y no serlo.
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Gracias, dijo Juan en voz alta. Con un roce certero, porque ahora él era filo y arma, cortó una de las manos de Eddie. Para mi mujer, dijo. Su Mano de Gloria, que tanto quiere. Me la ofreció y lloré, con desconsuelo y con agradecimiento.
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No quiero morir ahogado en un hotel de pueblo con los pulmones llenos de fluidos y medio cuerpo paralizado. No sé trabajar. No sé orientarme con un mapa. Es fácil hablar de abandonar, dejar, morir, cambiar, cuando dejar todo no significa nada. Sentir el poder en todo el cuerpo, desgarrar espaldas, mi parte como compañero del dios de la noche, eso significa algo. Eso es mío.
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Era imposible la certeza y era imposible descreer, porque existían las pruebas físicas. Era imposible confiar, porque todo era borroso. Y ahí estábamos, en un lugar que se parecía al fin del mundo, llenos de secretos y dudas.
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El amor es impuro, lo decían los ojos de Anne. Y era verdad. Contamina y te vuelve posesiva, salvaje, destructiva.
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Desde Inglaterra, le había mandado por correo un libro precioso sobre el arquitecto que había diseñado el Big Ben, no me acordaba del nombre, pero sí que había muerto loco a los cuarenta años. Me había parecido tan brutal esa vida, esos monumentos, esas iglesias imaginadas por la febril insistencia de un joven que quería estar cerca de Dios y había encontrado la demencia. ¿Acaso no era siempre así?
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Por qué todos fueron asesinados y desaparecidos y ellos tuvieron el privilegio de sobrevivir. «Es una forma refinada de tortura», dice Pérez Rossi y se arrepiente de haber dicho lo que dijo. «En realidad, no quiero comparar. Nosotros no sufrimos nada.»
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Cuando se hacía de noche fumaba en silencio y solía mirar las luciérnagas, que se asomaban entre los eucaliptos y sobre el camino de tierra que llevaba a las piletas y las canchas de tenis y de rugby. Eran más lindas cuando todavía había un poco de luz: al atardecer parecían chispas desprendidas del sol. Pero, ya de noche, Gaspar no sabía bien si le gustaban o no: lo hacían pensar en ojos que parpadeaban y de pronto no estaban más o se le acercaban demasiado. Y sin embargo eran hermosas, mezcladas entre los pastos altos y los troncos.
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Y, si algún recuerdo imposible lo dejaba mudo y paralizado, ya sabía que también era posible salir de la inmovilidad y sentarse al sol con el chocolate que su tío siempre le guardaba en la heladera.
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No quiero que me mientas, no me mientas nunca. Gaspar le dijo que sí y la besó en las mejillas manchadas de máscara corrida, pero pensó: a veces hay que mentir para cuidar. Ya te miento. Te oculto. Y te voy a seguir mintiendo.