Las malas
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Read between November 8 - December 13, 2020
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Las travestis trepan cada noche desde ese infierno del que nadie escribe, para devolver la primavera al mundo.
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Es posible que ahí se geste el llanto de las travestis: en el terror mutuo entre el padre y la travesti cachorra. La herida se abre al mundo y las travestis lloramos.
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La desidia de la gente ese día me ofreció una revelación: estaba sola, este cuerpo era mi responsabilidad. Ninguna distracción, ningún amor, ningún argumento, por irrefutable que fuese, podían quitarme la responsabilidad de mi cuerpo. Entonces me olvidé del miedo.
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Aquel animal feroz, mi fantasma, mi pesadilla: era demasiado horrible todo para querer ser un hombre. Yo no podía ser un hombre en ese mundo.
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Transformar en una flor carnosa a aquel muchachito tímido que se escondía en las maneras de un estudioso.
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¿Cómo puede una ocultar eso que se da a conocer desde el corazón de la piedra, eso que estuvo oculto toda la vida dentro de esa piedra, esa forma para ser vivida, no sólo manifestada?
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No importa si somos menores, si somos analfabetas, si tenemos familia o no. Lo único que importa es la vidriera. El mundo es una vidriera. Nos prostituimos para comprar en cuotas todo lo que ofrecen sus escaparates.
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El corazón travesti: una flor de la selva, una flor henchida de ponzoña, roja, los pétalos de carne.
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Las travestis lloraban mientras la curaban, por qué tanta maldad y salvajismo, por qué este mundo de mierda, por qué esta injusticia inmensa, por qué tantas miserias en nuestro camino. El dolor de una era el dolor de todas.
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Caer bien, ser sobria, amable, inteligente, dedicada, trabajadora, la exigencia de llevar una vida en que no fuese juzgada y condenada. Siempre alerta, siempre en vigilancia conmigo misma.
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«Yo me hice travesti porque ser travesti es una fiesta». Para
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El lenguaje es mío. Es mi derecho, me corresponde una parte de él. Vino a mí, yo no lo busqué, por lo tanto, es mío. Me lo heredó mi madre, lo despilfarró mi padre. Voy a destruirlo, a enfermarlo, a confundirlo, a incomodarlo, voy a despedazarlo y a hacerlo renacer tantas veces como sean necesarias, un renacimiento por cada cosa bien hecha en este mundo.
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El cielo de las travestis debe ser hermoso como los paisajes deslumbrantes del recuerdo, un lugar donde pasar la eternidad sin aburrirse.
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«Tenés derecho a ser feliz», nos decía La Tía Encarna desde su sillón en el patio. «La posibilidad de ser feliz también existe».