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Las travestis trepan cada noche desde ese infierno del que nadie escribe, para devolver la primavera al mundo.
Belén Herrera Riquelme liked this
Es posible que ahí se geste el llanto de las travestis: en el terror mutuo entre el padre y la travesti cachorra. La herida se abre al mundo y las travestis lloramos.
La desidia de la gente ese día me ofreció una revelación: estaba sola, este cuerpo era mi responsabilidad. Ninguna distracción, ningún amor, ningún argumento, por irrefutable que fuese, podían quitarme la responsabilidad de mi cuerpo. Entonces me olvidé del miedo.
Aquel animal feroz, mi fantasma, mi pesadilla: era demasiado horrible todo para querer ser un hombre. Yo no podía ser un hombre en ese mundo.
Transformar en una flor carnosa a aquel muchachito tímido que se escondía en las maneras de un estudioso.
¿Cómo puede una ocultar eso que se da a conocer desde el corazón de la piedra, eso que estuvo oculto toda la vida dentro de esa piedra, esa forma para ser vivida, no sólo manifestada?
No importa si somos menores, si somos analfabetas, si tenemos familia o no. Lo único que importa es la vidriera. El mundo es una vidriera. Nos prostituimos para comprar en cuotas todo lo que ofrecen sus escaparates.
El corazón travesti: una flor de la selva, una flor henchida de ponzoña, roja, los pétalos de carne.
Las travestis lloraban mientras la curaban, por qué tanta maldad y salvajismo, por qué este mundo de mierda, por qué esta injusticia inmensa, por qué tantas miserias en nuestro camino. El dolor de una era el dolor de todas.
Caer bien, ser sobria, amable, inteligente, dedicada, trabajadora, la exigencia de llevar una vida en que no fuese juzgada y condenada. Siempre alerta, siempre en vigilancia conmigo misma.
«Yo me hice travesti porque ser travesti es una fiesta». Para
El lenguaje es mío. Es mi derecho, me corresponde una parte de él. Vino a mí, yo no lo busqué, por lo tanto, es mío. Me lo heredó mi madre, lo despilfarró mi padre. Voy a destruirlo, a enfermarlo, a confundirlo, a incomodarlo, voy a despedazarlo y a hacerlo renacer tantas veces como sean necesarias, un renacimiento por cada cosa bien hecha en este mundo.
El cielo de las travestis debe ser hermoso como los paisajes deslumbrantes del recuerdo, un lugar donde pasar la eternidad sin aburrirse.
«Tenés derecho a ser feliz», nos decía La Tía Encarna desde su sillón en el patio. «La posibilidad de ser feliz también existe».

