Frente a los asombrados ojos de los campesinos reunidos, el sacerdote mantenía en alto un pedazo de pan y exclamaba «Hoc est corpus!» («¡Este es el cuerpo!») y el pan se convertía en teoría en la carne de Cristo. En la mente de los analfabetos campesinos, que no hablaban latín, «Hoc est corpus!» se embarullaba en «¡Hocus pocus!», y así nació el potente hechizo capaz de transformar una rana en un príncipe y una calabaza en un carruaje.

