Valdivia capturó a un niño mapuche que le serviría como paje durante los próximos años: se llamaba Leftraru o, como le decían los españoles, Lautaro. Luego de Andalién, Valdivia dejó a un lado sus modales políticos: cercenó orejas y narices de buena parte de los prisioneros, para que fueran a aterrorizar a sus comunidades. La acción se le devolvería con todo.

