No es que el país fuese precisamente rico, pero aquella pobreza dura, de personas sin ropa ni zapatos, de desnutrición infantil[4], de individuos que luchaban por no desfallecer, había dado paso a otra cosa: una incipiente clase media que —gracias a una progresiva universalización del crédito— accedía a bienes de consumo que valoraba. La posibilidad de que en Chile los hijos tuvieran una mejor posición económica que los padres era realidad.

