Leo, el nuevo, era ese lugar del que me habían expulsado. Leo, el buen chico, el que se reía con los labios puestos sobre el pelo de su novia, el que firmaba un libro elegido con buen criterio para que no pudiera ser un problema aun siendo íntimo, el que daba clase con pasión, el que aconsejaba sobre cómo asumir el pasado y no dejarlo marchar, para aprender de él. Un clavo siempre saca otro clavo, ¿verdad? Pues mira por dónde… el Leo adulto había desbancado a su predecesor hasta quitarle importancia y desnudarlo por completo.

