La camisa blanca, por tanto, era el uniforme de un símbolo. La ropa que vestía al nuevo Leo, ese que solo podría ser mi amigo a pesar de estar segura de que se había convertido, por fin, en el hombre que siempre esperé que fuese. El que necesitaba a mi lado. El que me completaría. El que cumpliría las promesas. El que… ya era de otra.

