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desmantelaron sus casas y cargaron con sus mujeres y sus hijos hacia la tierra
Herido por las lanzas mortales de las nostalgias propias y ajenas, admiró la impavidez de la telaraña en los rosales muertos, la perseverancia de la cizaña, la paciencia del aire en el radiante amanecer de febrero. Y entonces vio al niño. Era un pellejo hinchado y reseco, que todas las hormigas del mundo iban arrastrando trabajosamente hacia sus madrigueras por el sendero de piedras del jardín.
las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.

