¡Señora! —se oyó como un gemido, y la pobre muchacha, que acurrucada junto al fogón, en la cocina, había estado oyéndolo todo, no se movió de su sitio. Volvió a llamarla, y después de otro «¡Señora!», tampoco se movió. —Ven acá, o iré a traerte. —¡Por Dios! —suplicó Ramiro. La muchacha apareció cubriéndose la llorosa cara con las manos. —Descubre la cara y míranos. —¡No, señora, no! —Sí, míranos. Aquí tienes a tu amo, a Ramiro, que te pide perdón por lo que de ti ha hecho. —Perdón, yo, señora, y a usted... —No, te pide perdón y se casará contigo. —¡Pero señora! —clamó Manuela a la vez que
...more

