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Tal vez un día llegaré a rastras a casa, abatida, derrotada, pero no mientras mi corazón pueda crear relatos y mi dolor belleza.
Y si no tienes pasado ni futuro –que, al fin y al cabo, es la materia del presente– ¿qué sentido tiene deshacerte de la cáscara vacía del presente y suicidarte? Pero el razonamiento frío de la masa gris repite dentro de mi cráneo como un loro: «Pienso, luego existo», y me susurra que siempre hay algún giro, algún reajuste, algún punto de vista nuevos, así que espero. ¿Para qué sirve ser guapa? ¿Para dar una seguridad pasajera? ¿Para qué sirve tener cerebro? ¿Simplemente para decir: «Yo he visto, yo he comprendido»?
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¡Ay, qué difícil me resulta identificarme con esto! Pero quizá sea porque soy mujer… puedo llevar una vida más segura que los chicos a los que he conocido y envidiado, criaré a mis hijos y les inculcaré un deseo ardiente y feroz de aprender y de amar la vida, un deseo que yo nunca podré satisfacer del todo, porque no hay tiempo, porque no hay tiempo en absoluto, solo el temor apremiante y desesperado, el tictac del reloj y la nieve que aparece de pronto, cuando apenas ha terminado el verano.
E irónicamente siento que lo necesito. Necesito un padre, necesito una madre, necesito llorar en el hombro de algún adulto más experimentado que yo.
y que cuando me suicidé, o lo intenté, para ella fue una «vergüenza», una acusación, cosa que efectivamente era: la acusaba de no quererme lo suficiente.
Anoche soñé que mi padre hacía una estatua de hierro de un ciervo que tenía una imperfección en la fundición del metal. El ciervo cobraba vida y yacía en el suelo con el cuello roto. Había que sacrificarlo. Yo culpaba a papá por haber hecho una obra imperfecta y haberlo condenado. ¿Tendrá alguna relación con los gatos a los que sacrificaron aquí?

