No había habido verdadero amor ni en su lenguaje ni en sus maneras. Había habido suspiros y buenas palabras en abundancia, pero difícilmente podía imaginar ella un tipo de expresiones, o imaginar un tono de voz, menos unido al auténtico amor. No hacía falta que ella se molestara en compadecerle. Él solo quería engrandecerse y enriquecerse; y si la señorita Woodhouse de Hartfield, heredera de treinta mil libras, no era tan fácil de obtener como se imaginaba, pronto lo intentaría con la señorita Otra-Cosa, con veinte mil, o con diez mil.

