Existe una fuerza totalmente independiente de mi elección consciente. Una fuerza irritable y rencorosa. Quizá se debe a que no quiero sentir lo que sienten otros. Poseo mi propia cosmología del dolor. Déjenme solo con ella. No me miren, no me pidan que les firme ejemplares de mis libros, no me señalen con el dedo por la calle, no se arrastren hasta mí con una grabadora sujeta al cinturón. Sobre todo, no me hagan fotografías. He pagado un precio terrible por este maldito aislamiento. Y ya estoy harto de él.

