El murmullo de las abejas
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Read between November 19 - December 13, 2020
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Unos querían ganarse, a base de plomo, la tierra y la riqueza que no les pertenecía, y otros deseaban sentarse en la silla grande. A nadie se le ocurría, o nadie tenía la voluntad, de juntar dos sillas para hablar sin balas y no moverse de ahí hasta lograr la paz. Con ese afán habían levantado en armas a un pueblo obediente y lo habían puesto bajo el mando de dementes que mataban sin distingos ni criterios de la más mínima ética y cortesía militar.
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La guerra la hacen los hombres. ¿Qué puede hacer Dios contra ese libre albedrío?
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El milagro habría sido que aquellos arrogantes con el destino del país en sus manos hubieran escuchado a tiempo las voces de los expertos. Ahora era demasiado tarde.
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El corazón le dio vuelcos cuando se le ocurrió que las casas mueren cuando dejan de alimentarse de la energía de sus dueños. Se preguntó si lo mismo habrían pasado los antiguos: los mayas, los romanos, los egipcios. Se preguntó si al abandonar sus casas, al dejar sus pueblos tras alguna catástrofe para no regresar jamás, habían provocado la muerte, el deterioro y luego la ruina de casas, pueblos y templos.
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Mi corazón, tu automóvil, el tiempo… Todo avanza y envejece a ese ritmo. Trácata, trácata, trácata.
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La gente que da por hecho que del generoso cielo siempre cae agua para mojar la tierra no desarrolla las habilidades para encontrarla en lo profundo del subsuelo.