Nombre falso (Spanish Edition)
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Read between June 6, 2019 - January 16, 2020
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Sólo se pierde lo que realmente no se ha tenido. ROBERTO ARLT
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Escribí casi todos los relatos de este libro en 1975. En aquel tiempo vivía en un departamento en la calle Sarmiento, frente al viejo mercado del centro, y cuando pienso en estos cuentos me acuerdo de una ventana que daba a un patio. Supongo que el hecho de haberlos escrito mirando cada tanto la claridad de esa ventana les da para mí cierta unidad: como si las historias hubieran estado ahí, del otro lado del vidrio.
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«El fin del viaje» sólo tiene de autobiográfico el trayecto en el que suceden los hechos y un acontecimiento: una noche viajaba en ómnibus desde Mar del Plata y una mujer se suicidó en el baño de una parada perdida en medio de la ruta. Es otro el que se suicida en esta historia y es otra la mujer, pero la experiencia es la misma.
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Un escritor que admiro me hizo ver que «La caja de vidrio» era una variante del tema del doble. Después que lo dijo me pareció evidente, pero yo no pensaba en eso mientras lo escribía. Durante años había intentado contar la historia de un hombre que puede evitar una muerte con una palabra y, por desidia o por maldad, se queda callado. La intriga que se narra en «El precio del amor» es en lo esencial verdadera. Me fue revelada, con lejana ironía, por la protagonista, a quien, para decir la verdad, su amigo le robó un juego de cubiertos de plata. Nunca sabremos por qué decidimos que ciertas ...more
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Perdido en el hall de la estación semivacía, Emilio Renzi mira los andenes mal iluminados, la luz amarillenta que se extravía en la oscuridad. Frágil, envejecido, viste un abrigo negro que lo empalidece, acentuando su aire torvo y abstraído. Faltan quince minutos para la salida del ómnibus; detrás de los cristales empañados los árboles de Plaza Constitución se disuelven en la neblina. Todo es lejano, vagamente irreal, como si siempre hubiera estado en ese hall esperando para viajar, como si hiciera años que hubiera recibido el llamado. Iba a llegar a la mañana siguiente; hasta entonces no ...more
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«Es inútil buscar explicaciones —pensó Emilio—. Tal vez ya es demasiado tarde.» En el diario había dicho que su padre estaba grave. «Tuvo un accidente —le dijo a Laurenz—. Me avisaron por teléfono, voy a viajar esta noche.» No quiso decir más: todo le parecía falso y sin razón.
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De a poco la estación se fue perdiendo y viajaron lentamente por la ciudad hacia el sur. Emilio encendió un cigarrillo y ablandó su cuerpo en el asiento. La neblina se transformaba en una lluvia densa y apacible. «Va a llover toda la noche», pensó, y se sintió tranquilo por primera vez, abandonado al rumor suave de la marcha. Había recibido el llamado al final de la tarde, ahora el recuerdo era remoto y confuso. «Está muy grave —le dijo la mujer, atropellada, llorando—. Yo soy Elisa, una amiga de su padre. Está internado en la clínica Yeres. Dejó una carta para usted.» Emilio recordó la casa ...more
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Ésa fue la última vez que se vieron. Su padre había llegado de improviso, esa tarde, sin anunciarse. Emilio se sorprendió al reconocer su voz, que entraba, nítida, por la ventana de la pieza que daba al patio interior. Preguntaba por él en otro departamento, como si se hubiera perdido, hosco, resuelto, seguro de no estar equivocado. Se quedó oyendo ese tono empecinado y cuando por fin salió al pasillo lo vio en el descanso de la escalera, un hombre avejentado, vestido con una elegancia pasada de moda, que subía fatigosamente. «¿Dónde te has venido a vivir?», le había dicho, hablando rápido ...more
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Terminó la ginebra y prendió un cigarrillo. La mujer seguía escuchando música, de espaldas, una mano apoyada en el techo circular de la victrola. «Siempre he pensado —escribió Emilio— que él era menos vulnerable que yo: la ternura de hombre a hombre debe ser velada. Sin embargo, quizá ya es demasiado tarde. Yo lo admiraba (lo quería) porque sabía ocultar sus sentimientos. Ahora he comenzado a escribir sobre él.» Vio la silueta del ómnibus en la ventana empañada. El rumor de los autos se mezcló con la música suave que escuchaba la mujer. «Una mujer escucha música, sola, iluminada por la luz ...more
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El zumbido parejo del motor lo adormeció, volvió a recordar la foto con su padre en la playa, sin poder precisar el año. Antes de quedarse dormido recordó que en ese tiempo los dos aún vivían juntos. Soñó que caminaba por un mercado donde vendían ropa de lana. Era de noche y el lugar estaba alumbrado con lámparas de querosene. Emilio llevaba un sombrero de fieltro que le tapaba los ojos. De pronto, en un camino de tierra encontró la cupé color aceituna que su padre había vendido cuando murió su madre. Estaba abandonada en un cruce. Había dos mujeres en el asiento delantero, el viento golpeaba ...more
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—Es raro —dijo ella de pronto—. Estoy segura que nos hemos visto antes, usted y yo. —Puede ser —dijo él. —¿Viaja a menudo? —Sí —dijo él—. Mi padre vive en Mar del Plata. —Mala ciudad para vivir. Allí se va a jugar, a tomar sol, ¿cómo se puede hacer para vivir? —Como en todos lados —dijo él—. Uno se acostumbra.
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—Todo es tan aburrido. Creo que si no pudiera ir al casino me volvería loca. Una va y juega, sabe que va a perder pero eso no importa nada. Cuando estoy jugando me olvido de todo. Me olvido de quién soy, del dinero, me olvido de todo y soy otra mujer. No sé, es difícil de explicar —dijo ella, un sosiego de paz en la cara tierna y aniñada—. ¿Usted en qué trabaja? —Soy periodista. —¿Periodista? Qué maravilla. No me diga que hace policiales. —No —dijo él—. Lamentablemente sólo hago críticas de libros. —Es una lástima —dijo ella, divertida—. Sería apasionante que por ejemplo fuera a Mar del Plata ...more
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—Usted no me va a creer pero yo lo presentía —dijo ella después de un silencio—. Ha pasado tanto tiempo y sin embargo me acuerdo de esa mañana como si fuera hoy: salí a la ventana, llorando, me costaba respirar, todos estaban conmigo, me daban aire. Era un día tan hermoso, lleno de sol, y yo pensé: ya está, ahora ya me pasó, ahora no tengo miedo. Fue como si siempre hubiera esperado ese momento. —Se quedó quieta y alzó su cara, que parecía de cristal, y después trató de sonreír—. No sé por qué tengo que hablarle de estas cosas, son tan lejanas, es como si las hubiera vivido otra. Deme un ...more
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—Ésta soy yo —dijo alcanzándole una foto. La mujer aparecía con trenzas, una vincha en la frente, disfrazada de walkiria, de perfil sobre un escenario vacío. La foto era borrosa, mal iluminada y había algo artificial en el decorado, parecía haber sido tomada en un estudio, contra una tela pintada donde se veían nubes, ángeles y los rayos del sol vacilando en el aire azul. —Hermosa —dijo él—. Usted está hermosa. Pero la foto no hacía falta. No entiendo qué le hace pensar que no voy a creerle. —Tiene razón si desconfía, una mujer que viaja sola, que habla con un hombre que apenas conoce, en el ...more
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El ómnibus marchaba ahora con una velocidad sostenida, envuelto en un zumbido suave. Los árboles eran manchas borrosas del otro lado de los cristales. Emilio sintió el peso tibio de la mujer contra su cuerpo y trató de no moverse. «Ella duerme o hace que duerme —pensó—. Huele a pasto, a bebé recién bañado. Miente como otras lloran o se quejan.» Recordó la foto, las tiras de cuero de las sandalias trenzadas más arriba de los tobillos, el aire concentrado con que alzaba los brazos como si estuviera rezando. Se imaginó los teatros de provincia, la mujer cantando mal y entusiasmada arias de Verdi, ...more
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Cruzaron un parque con árboles flacos y canteros de piedra y al fondo apareció una bruma serena que parecía licuarse contra el horizonte. —Ahí está el mar —dijo la mujer, con la cara pegada al cristal de la ventanilla. Cuando entraron en la terminal eran las siete de la mañana. Lloviznaba suavemente; en el andén el aire estaba quieto y helado. —Va a seguir lloviendo —dijo ella mientras cruzaban la estación vacía—. ¿Nos vemos luego? —No voy a poder —dijo él. —¿Por qué? Te doy mi dirección. Pero qué frío hace acá. ¿Tenés algo para anotar? Se habían detenido al pie de una escalera, frente a la ...more
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—El médico va a volver más tarde. Hay que esperar. Todavía no se puede saber nada. —Hablaba con una especie de silbido bajo y Emilio tuvo que hacer un esfuerzo para entenderla—. Venga, hay una señora esperando que usted llegue. —Hubo un leve desprecio en el modo de nombrarla y Emilio pudo imaginarse a la amiga de su padre aun antes de verla levantarse del sillón de cuero y estirar el ruedo del vestido mientras cruzaba hacia él la salita de techo bajo y cortinas de cretona. —Yo soy Elisa —dijo la mujer—. Usted es Emilio, ¿no? Hablamos por teléfono.
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Cuando entró, enceguecido, sólo alcanzó a ver el bulto blanco de la cama y un resplandor azulado que salía de una lámpara velada con un pañuelo de gasa. Adentro hacía mucho calor. Su padre estaba tendido boca arriba y respiraba con un jadeo angustioso, los labios despellejados por la fiebre. —Llegaste —dijo. Emilio se acercó y tanteó la tela áspera del cubrecama hasta encontrar la mano de su padre, helada, quebradiza, como hecha de papel. —Ves cómo estoy —dijo su padre con voz apagada, tratando de sonreír. —No hablés, papá, descansá —dijo Emilio. —Es tan ridículo todo esto —dijo su padre—. Tan ...more
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Se había sentado en un sillón cerca de una mesita baja y Emilio la veía mal, tapada a medias por un florero de loza, como despedazada por las flores de papel que le borraban la cara. La mujer llevaba un traje de fiesta, con puntillas y volados, amarillento en los bordes y arrugado como si siempre hubiera dormido vestida. —¿Cómo se pueden explicar estas cosas? —dijo ella—. Parecía tan contento. Vino para llevarme a comer, y después de golpe quiso irse, quedarse solo. Se encerró, nadie oyó nada. —La mujer se interrumpió, los ojos opacos—. Había dejado esta carta para usted. Emilio guardó el ...more
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Una mirada limpia y joven le blanqueaba la cara, como si en los ojos hubiera conservado, pese a todo, cierta confianza infantil y empecinada. «Ella también —pensó Emilio mientras la miraba irse—. Ella también como la otra: una mujer dócil, ridícula, fiel. Ella también.» Se sentía levemente mareado, el cuerpo blando. «No va a pasar nada —se obligó a pensar—. No puede haber nada peor que esto.» Encendió un cigarrillo y se quedó un rato quieto, fumando. Cuando las cortinas se movían infladas por el viento, alcanzaba a ver el arco oval de un zaguán cerrado que se perdía en un muro gris. «Parece ...more
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El bar era grande y muy iluminado. Sentado frente a la ventana con persianas de aluminio, volviendo la cara hacia la tormenta que nublaba la mañana, Emilio pensó que todo iba a disolverse en esa lluvia: el dolor de su padre, los ojos claros de la mujer con vestido de fiesta. «Todo va a quedar limpio y nuevo», pensó.
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Dio vuelta las páginas hasta llegar a una hoja en blanco; cubriendo los primeros renglones encontró lo que había anotado esa noche: «Llueve a ratos, son las dos de la mañana. He comenzado a escribir sobre él en pasado, como si ya hubiera muerto», leyó ahora. Dejó un espacio y empezó a escribir: «Sábado 18. Son las nueve de la mañana. Estoy en un bar frente a la clínica. Tres meses alcanzan para disolver a un hombre. Desde la última vez que lo vi, ¿qué ha quedado de él? Un fantasma que trata, siempre, de mantener la dignidad. Lo más siniestro es el sonido vidrioso de la respiración: se le ...more
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En la entrada de la clínica sintió el calor seco que llegaba desde los radiadores. Subió en el ascensor junto a una mujer que acunaba a un bebé que lloraba sin consuelo. La mujer lo cubría con una pañoleta tejida y le golpeaba la espalda suavemente con la yema de los dedos. Cuando Emilio salió al pasillo tardó un momento en comprender que la puerta abierta era la del cuarto de su padre. Adentro no había nadie, la luz del techo seguía encendida. La cama estaba deshecha; la ropa acomodada sobre una silla de metal. En el corredor vio venir a una enfermera muy joven, vestida con un guardapolvo ...more
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En la sala la luz es blanca, todo parece flotar en una neblina suave. Emilio se siente extraño con la máscara en la cara y con el delantal que le roza los tobillos. Su padre está en un costado, tendido, un tubo de goma le cubre la nariz y la boca: respira desesperadamente, la frente húmeda de sudor, los pómulos hundidos. Mira con expresión acorralada a la enfermera que cada veinte segundos le retira la máscara vigilando la presión del oxígeno. Emilio se acerca y busca la cara a su padre pero él no lo mira, los ojos fijos en la mano de la mujer. —No puedo más —dice su padre con voz ahogada. ...more
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Emilio se quitó el guardapolvo y se acercó a la ventana. Eran las diez. Trataba de mantenerse tranquilo y no pensar. Abajo, una monja con la cofia al viento cruzaba el patio empujando un carro de dos ruedas cargado de ropa blanca. En la pared se escuchaba el rumor invisible del agua que saltaba por las cañerías. Del otro lado del vidrio veía la silueta pálida del médico y los travesaños de aluminio de la camilla donde estaba tendido su padre. Las enfermeras entraban y salían cruzando frente a él. Cuando volvió a mirar el reloj eran casi las once. Hundió las manos en el bolsillo del abrigo y ...more
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En la calle el aire está sucio, licuado en una niebla turbia. En la otra vereda han prendido las luces del bar y una claridad lechosa brilla en las hendijas que dejan las cortinas mal cerradas. Emilio no se decide a cruzar y empieza a caminar pegado a la pared, con la lluvia en contra, protegido por la ochava de los edificios. Lúcido, temblando de frío, imagina el cuerpo de su padre tendido entre las flores en un salón vacío de pisos encerados; sentada en una silla, sola, la mujer vestida de fiesta llora bajo la luz enfermiza. Las llantas de los automóviles hacen un ruido suave en el cemento ...more
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Nunca llegaré a saber del todo si el Vikingo intentaba contarme lo que realmente sucedió esa madrugada en el club Atenas, o se quería sacar de encima la culpa o estaba loco. La historia de cualquier modo era confusa, deshilvanada: pedazos de su vida, el desconsolado saludo de guerra de los escandinavos y un estropeado recorte de El Gráfico, envuelto en trapos, con la finísima y luminosa cara del Vikingo mirando la cámara de frente.
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Me estiraba el papel, respirando con la boca abierta, hablando dificultosamente, con una voz gutural, incomprensible, amontonando sin orden las palabras hasta que sin querer se quedaba callado y me miraba, como esperando una respuesta, antes de comenzar de nuevo, regresando una y otra vez a esa madrugada en el club Atenas de La Plata, al cuerpito destrozado del Laucha Benítez tirado en el piso, boca arriba y como flotando en la temblorosa luz del amanecer. De algún modo toda esta historia va a parar al club Atenas; la historia o lo que vale de ella empieza allí la tarde en que el Laucha ...more
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Era más bien un hombre para boxear entre livianos, a lo sumo con algún peso welter; de todos modos, inexplicablemente y en una especie de traición que lo llevaba al desastre, su cuerpo estricto como un junco siempre pasaba los noventa kilos aunque él se matara de hambre. No llegó a ningún lado y nunca tuvo otra virtud que la pureza de su estilo, una loca obstinación para asimilar el castigo, un empecinamiento, un orgullo que lo obligaba a seguir en pie y arremetiendo aunque estuviera destrozado.
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Nadie se atrevía a ser sparring de Archie Moore y él se decidió porque aún conservaba inalterable esa cualidad, digamos adolescente, de despreciar los riesgos y confiar sin la menor vacilación en la fuerza de su insensata voluntad. Ilusionado, pensó que era su chance, se convenció de que era capaz de pelear de igual a igual, durante cinco rounds de tres minutos, con esa perfecta máquina de hacer box que era Archie Moore.
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Al Vikingo se le nublaron los ojos, levantó la cara buscando aire pero sólo vio los globos de luz del gimnasio que daban vuelta. Moore se ladeó, sin tocarlo, esperando que se derrumbara. El Vikingo sintió que se le cruzaban las piernas, se hamacó para dejarse ir pero se sostuvo de algún lado, del aire, vaya a saber de dónde se sostuvo, lo cierto es que cuando bajó la cara estaba otra vez en guardia. A partir de ahí Moore lo empezó a buscar en serio, para tirarlo. Cuando estaban en el centro del ring y había espacio el Vikingo se las arreglaba con el juego de piernas, pero cada vez que Moore lo ...more
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En los cinco años que siguieron no hubo otra cosa que una larga sucesión de masacres heroicas, en las que únicamente tuvo para ofrecer la extraña belleza de su rostro que a menudo llenaba de inquietud a las señoras del ringsái y una torva altivez, una manía de perfección, imperceptible para alguien que no estuviera con él entre las sogas. Claro que la emoción de las señoras del ringsái fue siempre una ansiedad secreta y ninguno de sus rivales resultó un caballero capaz de respetar ese orgullo suicida.
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Nunca decidió dejar el box, porque para hacerlo tendría que haber dudado de sí mismo y era inútil esperar que hiciera eso; sencillamente dejaron de ofrecerle peleas, lo miraban rondar las oficinas de los promotores, lo veían llegar todas las mañanas al gimnasio con su bolsón de mano y empezar a entrenarse, terco, incansable, inspirando esa piedad irritada que suele provocar la sobrevaloración y el exceso de confianza. Seguro de sí y arruinado, jamás pidió otra cosa que una chance para volver a pelear y demostrar lo que valía. Al final, cuando estaba por morirse de hambre, alguien lo sacó del ...more
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Todos lo soportaban porque les era útil, porque su expresión melancólica y su figura altísima, de melena rojiza y barba al viento, atraía al público, que no parecía notar su torpeza, su aire ausente que mostraba a las claras que estaba a miles de kilómetros de ese cuadrado de soga levantado en medio de una plaza. Para disimular su indiferencia terminaron diciendo que era sueco o noruego, que no hablaba una palabra en castellano, y esa fábula, inventada para fortalecer el mito, favoreció su hosquedad, su silencio. Al tiempo, todos terminaron por creérselo, hasta el que lo había inventado, y ...more
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Tal vez por eso, de allí en adelante, el Laucha fue el único que pareció reparar en la existencia del Vikingo. Cautivado, atento a sus menores gestos, lo vigilaba, emitiendo extrañas señales, muecas, murmullos, equilibradas representaciones en las que su cuerpo adquiría la armonía y el fulgor de una pequeña estatua. Estas celebraciones culminaban cuando el Vikingo estaba cerca: entonces el Laucha dejaba lo que estuviera haciendo, echaba la nuca hacia atrás, clavaba sus ojos en la cara desolada del Vikingo y con su voz aguda, tristísima y casi de mujer, cantaba uno de los boleros de la época de ...more