De alguna manera me tendrás que compensar del tormento que supone tenerte siempre delante. ¿Me estás oyendo, desgraciada? La joven cerró el libro y lo tiró encima de una silla. –Si dejo de leer –dijo– es por miedo a tus iras. Pero, por muchas palabrotas que salgan de tu boca, no pienso hacer nada más que lo que me dé la gana.

