Esto es lo que somos como especie: llevamos dentro tanto la posibilidad de asesinar a un desconocido casi sin motivo —esa capacidad del Yago de Shakespeare que Coleridge denomina «maldad inmotivada»— como el antídoto para esa enfermedad: valor, abnegación, inclinación a prestar ayuda a un viejo tirado en el suelo.

