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«La memoria es a la vez mi materia prima y mi herramienta. Sin ella, no hay nada».
En su momento, sólo sabíamos de la sentencia final de Gabo: «Este libro no sirve. Hay que destruirlo».
Al juzgar el libro mucho mejor de cómo lo recordábamos, se nos ocurrió otra posibilidad: que la falta de facultades que no le permitieron a Gabo terminar el libro también le impidieron darse cuenta de lo bien que estaba, a pesar de sus imperfecciones. En un acto de traición, decidimos anteponer el placer de sus lectores a todas las demás consideraciones. Si ellos lo celebran, es posible que Gabo nos perdone. En eso confiamos. RODRIGO y GONZALO GARCÍA BARCHA
De pronto, como el rayo de la muerte, la fulminó la conciencia brutal de que había fornicado y dormido por la primera vez en su vida con un hombre que no era el suyo.
Sin embargo, le hicieron falta varios días para tomar conciencia de que los cambios no eran del mundo sino de ella misma, que siempre anduvo por la vida sin mirarla, y sólo aquel año al regreso de la isla empezó a verla con los ojos del escarmiento.
Ella las cerró y se dispuso a animar al marido con un saludo cariñoso, pero se lo impidió un pensamiento sombrío. Casi sin pensarlo le hizo a él la pregunta que ella más temía: —¿Se puede saber dónde estuviste anoche? Él la miró asombrado. Esa pregunta, la más común hasta en los matrimonios felices, no se había escuchado nunca en su casa.
Gastón le explicó que la cuenta se cargaba a la factura del hotel, salvo el diez por ciento de la propina. ¿Cuánto sería? —Veinte dólares —dijo Gastón. Ella se crispó por una casualidad inconcebible que sólo podía ser la señal que esperaba de su madre para cauterizar las lacras de su aventura.
cuando una mujer se va no hay poder humano ni divino que la detenga.
la vida le había enseñado que cuando una mujer dice su última palabra, todas las demás sobran.

