Crecían entretanto en los grandes bosques de Francia y de Noruega árboles que el Leñador, el Destino, había marcado para ser talados con la idea de construir con sus tablas un cadalso de nueva invención, provisto de una cuchilla y un saco, y del cual debía conservar la historia un espantoso recuerdo.7 También en aquellos días se albergaban bajo los cobertizos de algunos de los labradores que cultivaban las tierras de las cercanías de París toscos carros cubiertos de lodo, olfateados por los cerdos y que servían de cama a las gallinas, y que el Granjero, la Muerte, había elegido para
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