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Lo más frecuente era que grupos, clanes o pueblos poco numerosos viviesen aislados, perdidos y diseminados por el vasto y hostil territorio, y mortalmente amenazados por la malaria, la sequía, el calor y el hambre.
Esta forzada movilidad de su población ha hecho que en el interior de África no haya ciudades antiguas, tan antiguas –como las de Europa o de Oriente Medio– que se hayan conservado hasta hoy.
Y es que la vasta extensión de África, la escasez de ríos navegables y la falta de carreteras, así como un clima mortífero, si bien es cierto que han sido un obstáculo en su desarrollo, al mismo tiempo han constituido una defensa natural ante la invasión;
siglos de desprecio, humillación y sufrimiento han creado en ellos un complejo de inferioridad y un sentimiento de daño moral jamás reparado que anida en lo profundo de sus corazones.
Este origen colonial del Estado africano –en el que el funcionario europeo recibía salarios desmesurados y más allá de todo sentido común; y los lugareños adoptaron este sistema sin modificaciones– hizo que la lucha por el poder en el África independiente cobrase enseguida un carácter extraordinariamente feroz y despiadado.
el apartheid era un fenómeno mucho más universal y generalizado.
En momentos como éste uno se plantea si los habitantes del norte se dan cuenta de la gran bendición que supone ese cielo gris, tupido y eternamente encapotado que, a pesar de todo, tiene una virtud maravillosa e inapreciable: que en él no aparece el sol.
Y precisamente aquí se contempla ese mundo recién nacido, un mundo sin el hombre, y por lo tanto sin el pecado; y es aquí, en este lugar, donde mejor se ve, y tal cosa es una experiencia inolvidable.
el mediodía, la hora del calor más implacable, cuando el mundo se petrifica y se sume en el silencio. A
El calor era terrorífico y a cada minuto apretaba aún con más fuerza, como si nuestra ruta, o tal vez todas las rutas posibles, llevase directamente al sol y como si nos acercásemos inexorablemente a ese momento en que arderíamos en el altar de su sacrificio.
En la política interna de África y de cada uno de sus países, todo siempre resulta sumamente complejo. La razón de ello radica en que los
colonialistas europeos liderados por Bismarck en la conferencia de Berlín, al repartirse África entre ellos, metieron a unos diez mil reinos, federaciones y comunidades tribales que existían en el continente a mediados del siglo XIX –cierto que sin Estado, pero que funcionaban como organismos independientesen las fronteras de apenas cuarenta colonias.
Siendo así que muchos de aquellos reinos y comunidades tribales llevaban a sus espaldas largas histo...
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de repente, y sin que...
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pidiera su opinión, se encontraron dentro de los límites de una misma colonia y debían someterse a un mismo poder (ext...
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cuatro reinos antiguos: Ankole, Buganda, Bunyoro y Toro.
No había con qué animar a trabajar por un sueldo a la población autóctona, porque ésta todavía ignoraba la noción de dinero (el comercio, que sí floreció allí durante siglos, no había pasado del intercambio; por ejemplo, los esclavos se pagaban con armas de fuego, bloques de sal o telas de percal).
Con el tiempo, los ingleses introdujeron el sistema del trabajo forzado: el jefe de la tribu tenía la obligación de proporcionar un número determinado de obreros para trabajos no remunerados.
se habían buscado soluciones de urgencia, una de las cuales consistía en importar al África oriental, de otra colonia británica, la India, mano de obra barata.
El cómo morían los elefantes era un secreto que los africanos habían guardado frente a los blancos durante mucho tiempo. El elefante es un animal sagrado y también lo es su muerte. Y todo lo sagrado está protegido por el más impenetrable de los misterios.
el elefante no tenía enemigos en el mundo animal. Nadie era capaz de vencerlo. Sólo podía morir (tiempo ha) de muerte natural.
En las sociedades que desconocían la escritura, con ayuda de los nombres se registraban los acontecimientos más importantes de la historia antigua y contemporánea.
Uhuru).
La introducción del cristianismo y del islam redujo este rico mundo de poesía e historia al centenar escaso de nombres sacados de la Biblia y del Corán.
Sed buenos, que si no ¡se os comerá el mzungu! (En swahili, mzungu significa blanco, europeo.)
Todos estábamos empapados de sudor y mortalmente cansados; en este clima, la mera existencia exige un esfuerzo considerable.
no se derivaba de una falta de alimentos, sino que era resultado de una organización social inhumana.
Había suficiente comida en el país, pero cuando vino la sequía, los precios subieron tanto que los campesinos pobres no tenían con qué pagarla.
Pues bien, en África los niños llevan años, muchos, mucho tiempo, matando a otros niños, y en masa. A decir verdad, las guerras contemporáneas que se libran en este continente son guerras de niños.
Frente a los sistemas hitleriano y estaliniano, en los que la muerte la administraban verdugos de instituciones especializadas –las SS o el NKVD– y cuyos crímenes eran obra de formaciones especiales que actuaban en lugares secretos, en Ruanda lo importante era que todo
el mundo cometiese asesinatos, que el crimen fuese producto de una acción de masas, en cierto modo popular y hasta espontánea, en la cual participarían todos; que no existiesen manos que no se hubieran manchado con la sangre de aquellos que el régimen consideraba enemigos.
En Europa existen largas estanterías de libros dedicados a todas sus guerras, archivos llenos de documentos y salas especiales en los museos. En África no hay nada parecido. La guerra, incluso la más larga y grande, desciende de prisa a la zona de la no-memoria y cae en el olvido. Sus huellas desaparecen al día siguiente: a los muertos hay que enterrarlos enseguida y en el lugar de las chozas quemadas hay que levantar otras nuevas.
En la estación seca, el día, sobre todo alrededor de las doce, se convierte en un infierno imposible de soportar. Literalmente nos asamos al fuego. Es verdad que todo arde a nuestro alrededor. Incluso la sombra quema y el viento abrasa. Como si a nuestro lado pasase un meteorito cósmico incandescente y, con su radiación térmica, fuese convirtiéndolo todo en ceniza.
¿La imagen de África que se ha forjado Europa? Hambre, niños-esqueletos, tierra tan seca que se resquebraja, chabolas llenando las ciudades, matanzas, el sida, muchedumbres de refugiados sin techo, sin ropa, sin medicinas, sin pan ni agua.
Hay unos tramos tan llenos de baches y vericuetos que, a decir verdad, resulta imposible conducir; el coche se tambalea como una barca sacudida por la tempestad y cada metro se convierte en un suplicio.
La diferencia entre la sociedad africana y la europea consiste, entre otras, en que en esta última reina la división del trabajo, en que actúa la ley de la especialización, lo que hace que las profesiones y los oficios estén claramente definidos y determinados.
El espíritu de África siempre se encarna en un elefante. Porque al elefante no lo puede vencer ningún animal. Ni el león, ni el búfalo, ni la serpiente.

