La verdad
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Read between April 18 - April 21, 2023
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facticio…
Naird
Sinonimo de falso
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¿Estás seguro de todo esto, William? —dijo ella. —Sí. —Es que hay partes que… ¿estás seguro de que todo es verdad? —Estoy seguro de que todo es periodismo. —¿Y eso qué se supone que quiere decir? —Quiere decir que es lo bastante cierto por ahora.
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¿Hay algo de lo que quieras hablar? —dijo ella. —No. —¿Sabes quiénes son los conspiradores? —No. —Entonces, ¿sería correcto decir que sospechas que sabes quiénes son los conspiradores? Él la miró con cara irritada. —¿Estás intentando el periodismo conmigo?
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Si no sabes eso, es que no conoces a los De Worde. No nos unimos a ningún equipo si no podemos ser capitanes. —Pero sería un poco tonto, ¿no te parece?, dejarles usar tu propia casa. —No, solo muy, muy arrogante —dijo William—. Siempre hemos sido privilegiados, ¿sabes? Privilegio únicamente significa decir «ley privada». Eso es exactamente lo que significa. Él no cree que las leyes ordinarias se le apliquen. De verdad se cree que la ley no puede tocarlo, y si lo hace se pondrá a gritar hasta que se vayan. Esa es la tradición de los De Worde, y se nos da bien. Grítale a la gente, salte con la ...more
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Ya, ya, los perros no hablan. Has acertado a la primera, muy bien. Así que tal vez tienes algún extraño poder mental. Eso ya está resuelto, pues. No he podido evitar oíros, porque estaba escuchando. Ese chaval va a meterse en problemas, ¿verdad? Yo huelo los problemas. —¿Erres una especie de hombrre lobo? —preguntó Otto. —Sí, eso, me pongo muy peludo cada vez que hay luna llena —dijo el perro con desprecio—. Imagina cuánto interfiere eso con mi vida social. Pero a ver…
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No podemos quedarrnos crruzados de brrazos y dejarrle que lo haga —dijo Otto—. Me cae bien William. No lo educarron bien perro él intenta serr buena perrsona, y no tiene cacao y canciones que lo ayuden. Es muy difícil irr en contrra de tu prropia naturraleza. Tenemos que ayudarrle.
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AHORA TENGO QUE DEJARLO… —Tienes una buena guadaña —dijo el señor Tulipán, de forma lenta y laboriosa—. Ese trabajo con la plata es orfebrería de la buena. GRACIAS, dijo la Muerte. Y AHORA TENGO QUE IRME, DE VERDAD. PERO ME PASARÉ POR AQUÍ DE VEZ EN CUANDO. MI PUERTA, añadió, SIEMPRE ESTÁ ABIERTA.
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La Muerte observó la sonrisa descabellada de su cara. ¿SE ARREPIENTE MUCHO? —¡Oh sí! ¿DE TODO? —¡Sip! ¿EN ESTE MOMENTO? ¿EN ESTE LUGAR? ¿SE DECLARA USTED ARREPENTIDO? —Eso mismo. Lo has pillado. Muy listo. Así que si puedes enseñarme cómo volver a… ¿NO LE GUSTARÍA PENSARLO OTRA VEZ? —Nada de discusiones, quiero lo que me corresponde —dijo el señor Alfiler—. Tengo mi patata. Mira.
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Pero por debajo de la capucha diminuta asomaba una calavera de rata. La Muerte sonrió. DÍGALE HOLA A MI AMIGUITO, dijo. La Muerte de las Ratas extendió el brazo y agarró el cordel. —Eh… NO PONGA USTED TODA SU FE EN LOS TUBÉRCULOS. PUEDE QUE LAS COSAS NO SEAN LO QUE PARECEN, dijo la Muerte. Y SIN EMBARGO, QUE NADIE DIGA QUE NO RESPETO LA LEY. Chasqueó los dedos. REGRESE, PUES, A DONDE LE CORRESPONDE IR…
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La Muerte suspiró y negó con la cabeza. EL OTRO… TENÍA ALGO DENTRO QUE PODÍA MEJORAR, dijo. PERO ESTE… Dejó escapar un profundo suspiro. ¿QUIÉN SABE QUÉ MAL ACECHA EN EL CORAZÓN DEL HOMBRE? La Muerte de las Ratas levantó la vista de su festín de patata. IIIIC, dijo. La Muerte hizo un gesto despectivo con la mano. BUENO, SÍ, YO, OBVIAMENTE, dijo. SOLO ME ESTABA PREGUNTANDO SI HABRÍA ALGUIEN MÁS.
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Creo que esta tontería tiene que terminarse ya, ¿no te parece? —dijo lord De Worde. —Creo que ya está terminando, padre. —Pero no creo que tú te refieras a lo mismo que yo —manifestó lord De Worde. —No sé a qué crees que te refieres —dijo William—. Solamente quiero oír la verdad de tus labios. Lord De Worde suspiró. —¿La verdad? Yo tenía en el corazón los mejores intereses de la ciudad, ¿sabes? Algún día lo entenderás. Vetinari está echando a perder este lugar.
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En fin, todo el mundo dice esa clase de cosas, ¿no? «Lo hice con las mejores intenciones», «El fin justifica los medios»… las mismas palabras, cada vez. —¿Y no te parece, entonces, que es hora de que tengamos a un gobernante que escuche a la gente? —Tal vez. ¿A qué gente tenías en mente?
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Como padre tuyo que soy, te ordeno que ceses esta… esta… —Antes solías ordenarme que dijera la verdad —dijo William. Lord De Worde irguió la espalda. —¡Oh, William, William! No seas tan ingenuo. William cerró el cuaderno. Ahora las palabras le venían con fluidez. Había saltado del edificio y había descubierto que podía volar. —¿Y cuál es esta? —dijo—. ¿La verdad que es tan valiosa que hay que rodearla de una guardia personal de mentiras? ¿La verdad que es más extraña que la ficción?
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Esa es tu frasecita, ¿verdad? Ya no importa. Creo que el señor Alfiler iba a intentar haceros chantaje, y ¿sabes qué?, eso mismo haré yo por muy ingenuo que sea. Te vas a marchar de la ciudad, ahora mismo. Eso no debería suponerte demasiado problema. Y mejor será para ti que no me pase nada, ni a mí ni a nadie con quien trabajo ni a nadie a quien conozca. —¿En serio? —¡Ahora mismo! —gritó William, tan fuerte que lord De Worde se echó para atrás—. ¿Ahora eres sordo además de demente? ¡Ya mismo, y no vuelvas, porque si lo haces publicaré hasta la última maldita palabra que acabas de decir!
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¡Hasta la última maldita palabra! ¿Me oyes? ¡Y ni siquiera el señor Slant va a poder sacarte de esa con sus tretas! ¡Hasta has tenido la arrogancia, la estúpida arrogancia de usar nuestra casa! ¡Cómo te atreves! ¡Largo de esta ciudad! ¡Y o desenvainas esa espada o… le quitas… la mano… de encima! Se detuvo, ruborizado y jadeando. —La verdad tiene las botas puestas —dijo—. Y va a empezar a repartir patadas. —Frunció los ojos—. ¡Te he dicho que quites la mano de esa espada!
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¿Conoces una de las costumbres de los enanos? No, claro que no, porque no son gente de verdad, ¿eh? Pero yo conozco un par de ellas, ¿sabes? Y así pues… —Se sacó del bolsillo una bolsa de terciopelo y la tiró delante de su padre. —¿Y esto es…? —dijo lord De Worde. —Ahí dentro hay más de veinte mil dólares, por lo que han podido estimar un par de expertos —dijo William—. No he tenido mucho tiempo para calcularlo y no he querido que pensaras que estaba siendo injusto, así que me he pasado de generoso. Eso debe cubrir todo lo que te he costado, a lo largo de los años. Las cuotas de estudios, la ...more
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Oh, no. ¡Por favor… no mates a nadie! —suplicó. —¿Cómo? —dijo lord De Worde. Otto Alarido se dejó caer al suelo, con las manos en alto como garras. —¡Buenas tarrdes! —le dijo a un asombrado alguacil. Se miró la mano—. Ah, ¿dónde tengo la cabeza? —Cerró los puños y se puso a bailar sobre un pie y sobre el otro—. ¡Levanta los puños según el pugilismo trradicional de Ankh-Morporrk!
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¿Crrees que soy una cosa? Entonces actuarré como una cosa. Agarró a lord De Worde de la chaqueta y lo levantó en volandas, con una sola mano y el brazo extendido. —Tenemos a gente como tú en mi país —explicó—. Son los que le dicen a la multitud enarrdecida qué tienen que hacerr. Yo vengo aquí a Ankh-Morporrk y me dicen que las cosas son distintas, perro la verrdad es que siemprre es lo mismo. ¡Siemprre hay malditos tipejos como tú! Y ahorra, ¿qué harré contigo? Se dio un tirón de su chaqueta y lanzó a un lado la cinta negra. —A fin de cuentas, nunca me gustó el cacao —dijo. —¡Otto!
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La verrdad es que tal vez el cacao no esté tan mal, y la joven que toca el arrmonio a veces me guiña un ojo —dijo, haciéndose a un lado. Lord De Worde abrió los ojos y miró a William. —¿Cómo te atreves…? —Cállate —dijo William—. Ahora te diré lo que va a pasar. No voy a mencionar nombres. Esa es mi decisión. No quiero que mi madre estuviera casada con un traidor. Y además está Rupert. Y mis hermanas. Y también yo. Voy a proteger el apellido. Probablemente esté cometiendo un grave error, pero voy a hacerlo de todas maneras.
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Oh, no. Muy distinto. Totalmente distinto. No hay ningún parrecido en absoluto. —¡No hacía falta que llegaras tan lejos! —Se detuvo—. ¿Te he dado las gracias? —Pues no. —Oh, cielos. —No, perro te has dado cuenta de que no me las has dado, así que no pasa nada —dijo Otto—. Día trras día, en todos los aspectos, nos va mejorr y mejorr. Por cierrto, ¿te imporrta sacarrme esta espada de aquí? ¿A qué clase de idiota se le ocurre clavárrsela a un vampiro? Lo único que se consigue es estrropear la ropa.
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Acaban de empezar —dijo William—. Creo que voy a ver cómo es la Casa de la Guardia por dentro en menos de una hora. De hecho, solamente pasaron cuarenta y tres minutos antes de que William de Worde estuviera ayudando a la Guardia, como suele decirse, con Sus Pesquisas.
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Venga ya, señor De Worde. ¡Estamos los dos en el mismo bando! —No. Simplemente somos dos bandos distintos que resultan estar uno junto al otro ahora mismo.
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Señor De Worde, hoy mismo ha atacado usted a uno de mis agentes. ¿Sabe el tremendo lío en que ya está metido? —Me esperaba algo más de usted, señor Vimes —dijo William—. ¿Me está diciendo que he atacado a un oficial uniformado? ¿A un oficial que se ha identificado ante mí? —Vaya con cuidado, señor De Worde. —Me estaba siguiendo un hombre lobo, comandante. He tomado medidas para… obstaculizarlo y así poder alejarme. ¿Le gustaría discutir este asunto en público?
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El señor Slant es un hijo de puta muerto y retorcido capaz de darle la vuelta a esto que llamamos nuestras leyes como si fueran un calcetín. —Sí —dijo William—. Y es mi abogado. Se lo garantizo. —¿Por qué iba el señor Slant a interceder por usted? —preguntó Vimes, mirando fijamente a William. William le devolvió la mirada con la misma intensidad. Es verdad, pensó. Soy hijo de mi padre. Lo único que me hace falta es usarlo. —¿Porque es un hombre muy justo? —dijo—. Y ahora, ¿va a mandar a un recadero a buscarlo? Porque si no lo hace, me va a tener que dejar ir.
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En todo caso, voy a argumentar que si ocultarle información a la Guardia es un delito, entonces la población entera de la ciudad es culpable. —Señor Slant, no me gustaría tener que revelar cómo y dónde conseguí la información —dijo William—. Pero si no me queda más remedio, tendré que contarlo todo.
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¿De verdad cree usted que esos dos hombres tenían… cómplices? —preguntó. —Estoy seguro —respondió William—. Yo diría que es algo que está… registrado.
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Oh, bueno, ya sabe lo que dicen por ahí —dijo el señor Windling. Un par de brazos salieron disparados por encima de la mesa, agarraron al hombre sorprendido de las solapas y tiraron de él hacia arriba hasta que su cara quedó a pocos centímetros de la de William. —¡Yo no sé qué dicen, señor Windling! —gritó—. ¡Pero usted sí que sabe lo que dicen, señor Windling! ¿Por qué no nos cuenta lo que dicen, señor Windling? ¿Por qué no nos cuenta quién se lo dijo a usted, señor Windling? —¡Señor De Worde! ¡Por favor! —dijo la señora Arcanum. El señor Propenso apartó la tostada de en medio.
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¿Usted escribe esto? —¡Sí! —Yo… esto… creía que ellos tenían a gente especial… Todas las cabezas se volvieron hacia William. —No hay ningún «ellos». Somos solamente yo y una señorita. ¡Nosotros lo escribimos todo! —Pero… ¿quién les dice qué hay que poner? Las cabezas se volvieron de nuevo hacia William. —Simplemente… decidimos. —Esto… ¿es verdad lo de los discos plateados gigantes que secuestran a la gente? —¡No!
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Perdonen, ¿tiene permiso él para apuntar eso? —dijo lord Downey, jefe del Gremio de Asesinos, mientras William tomaba nota. —¿Permiso de cuál? —preguntó Vimes. —De quién —dijo William entre dientes. —Bueno, pero no puede ir por ahí apuntando cualquier cosa, ¿verdad? —dijo lord Downey—. ¿Y si apunta algo que nosotros no queremos que apunte?
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Lo está viendo del revés, y además girado, pensó William. Y la palabra está en medio del texto. Y él ha pescado la errata. —Las cosas que están del revés a menudo son más fáciles de entender si también están giradas —dijo lord Vetinari, dándose unos golpecitos distraídos en la barbilla con el puño de plata del bastón—. En la vida y también en la política.
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Sí, estoy seguro de que habrá muchos líderes cívicos —dijo lord Vetinari, y William supo que Harry Rey pasearía a su hija por delante de más pijos de alto copete de los que podría contar, y aunque el mundo del señor Rey no tenía mucho espacio para las letras, claramente podía contar con gran precisión. La señora Rey iba a tener un feliz ataque de histeria provocado por el puro esnobismo pasivo.
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¡De acuerdo! —aceptó William—. Ha sido el capitán Zanahoria el que ha hecho el rescate. ¡Asegúrate de que Otto consigue una imagen y averigua su edad! —¡Por supuesto!
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Parecían ser hombres con la espontánea voluntad de ayudar a los caballos perdidos, llevárselos a casa y cuidarlos hasta que se recuperaran. Si debía ser a costa de teñir zonas de su pelaje y jurar hasta la muerte que hacía dos años que eran sus propietarios, pues que así fuera.
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Porque nada tiene que ser cierto para siempre. Solo el tiempo suficiente, esa es la verdad.
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