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Otto había introducido cambios en su indumentaria. Lejos del tradicional esmoquin negro que solía llevar su especie, Otto vestía ahora un chaleco sin brazos que contenía más bolsillos de los que William había visto nunca en una sola prenda. Muchos de ellos estaban atiborrados de paquetes de comida para diablillos, pintura extra, herramientas misteriosas y otros artículos básicos del arte iconográfico.
Sí, ya veo todo el cuidado que pones en serr amable con los enanos y también conmigo. Es un grran esfuerrzo que resulta muy digno de alabanza… William abrió la boca para protestar pero acabó por rendirse. —Muy bien, mira, es la forma en que me criaron, ¿de acuerdo?
Bueno, pues yo acabo de tener la media hora más desagradable de mi… ¡Eso es una gallina! ¡Es una gallina, mujer estúpida, acaba de poner un huevo!… De mi vida, y me gustaría agradecértelo de todo corazón. Nunca adivinarías lo que ha pasado. ¡No, eso es un schnauswitzer! ¿Sabes qué, William?
Supongo que nos ayudaría el poder imprimir en color —dijo William, cuando se quedó a solas con el hermano Alfiler. —Probablemente —dijo el reverendo hermano—. Era de una especie de color marrón grisáceo. William supo en aquel momento que era hombre muerto. Únicamente era cuestión de tiempo. —O sea que sabe qué color anda buscando —dijo en voz baja.
Sacharissa estaba intentando recobrar el aliento. William la agarró con tanto cuidado como pudo, porque aquella era la clase de risa de la que uno se moría. Y ahora estaba llorando, con unos sollozos enormes y convulsivos que burbujeaban entre la risa. —¡Me gustaría estar muerta! —sollozó. —Tendrrías que prrobarlo alguna vez —dijo Otto—. Señorr Buenamontaña, ¿me puede llevarr hasta mi cuerrpo? Está porr aquí en alguna parrte.
No, ha sido la sensación de que te levanten la tapa de la sesera y te metan carámbanos a martillazos en el cerebro —dijo William. Buenamontaña parpadeó. —Bueno, vale, eso también —dijo, secándose la frente—. Se te dan bien las palabras, está claro…
¿Qué fue la cosa extraña que hizo lord Vetinari justo antes del… accidente? —dijo William, en voz tan baja que lo más probable es que el único en oírle fuera Vimes. Vimes ni siquiera parpadeó. Pero al cabo de un momento dejó la cachiporra sobre el escritorio, con un clic que hizo un ruido antinaturalmente fuerte en medio del silencio. —Deja ese cuaderno, chaval —sugirió en voz baja—. Así seremos solamente tú y yo. No habrá… choque de símbolos. Esta vez William vio dónde estaba el camino de la sabiduría. Dejó el cuaderno en la mesa.
Y yo lo intento. Los dioses saben que lo intento. Trres meses, cuatrro días y siete horras de abstinencia. ¡Lo he dejado todo!
¡Es su cancionero! Y —empezó a sorberse la nariz de nuevo— es tan triste. Se llama Caminando al sol, y es tan… —¿Quieres que cantemos todos juntos? —dijo Buenamontaña, mientras Otto lo levantaba del suelo con sus forcejeos. —¡Solamente para darle apoyo moral!
William hizo una mueca. Muestra la verdad, pensó. Pero ¿cómo conocer la verdad cuando la vemos? Los filósofos efebios creen que una liebre nunca puede correr más que una tortuga, y hasta pueden demostrarlo. ¿Es esa la verdad? Una vez oí decir a un mago que todo está hecho de numeritos, y que los numeritos pasan zumbando tan deprisa que se convierten en materia. ¿Es eso cierto? Yo, creo que muchas cosas que han estado pasando en los últimos días no son lo que parecen, y no sé por qué lo pienso, pero creo que no es verdad…
Pero es un pero importante. ¿Me permites? ¡Es importante! Alguien tiene que preocuparse por la… la gran verdad. Lo que Vetinari no hace principalmente es mucho daño. Hemos tenido gobernantes que estaban completamente locos y eran muy, muy crueles. Y tampoco fue hace tanto. Puede que Vetinari no sea «un hombre muy amable», pero hoy he desayunado con alguien que sería mucho peor si fuera él quien mandase, y como él hay muchos más. Y lo que está pasando ahora no está bien. Y en cuanto a tus malditos amigos de los loros, si no les importa mucho nada aparte de los bichos enjaulados que chillan,
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Eres tonto, le dijo su editor interno. Te han intentado matar. Estás ocultándole información a la Guardia. Te estás mezclando con gente extraña. Estás a punto de hacer algo que va a hinchar tanto las narices al señor Vimes que le explotarán. ¿Y por qué? Porque hace que me cosquillee la sangre, pensó. Y porque no voy a permitir que me usen. Nadie.
¿Vimes te dijo que Nobby Nobbs es un hombre lobo? —Bueno… no, no exactamente. Lo descubrí yo solo, y Vimes me pidió que no se lo contara a nadie…
Creo que probablemente el ingrediente más activo fuera el aceite de escalatina. —¿Delante del hocico de un hombre lobo? —Más o menos, sí. —El señor Vimes se va a subir por las paredes —dijo la voz de Hueso Profundo—. Se va a poner más bestia que el Bibliotecario. Va a inventar formas nuevas de estar furioso solamente para poder probarlas contigo… —Entonces será mejor me haga con el perro de lord Vetinari lo antes posible —dijo William—. Le puedo dar un cheque por cincuenta dólares, y eso es lo más que me puedo permitir.
Por aquí hay ratas —dijo Dormilón, que estaba deambulando a lo lejos. —¡Maldición! —exclamó Boddony—. ¿Alguien ha traído los cubiertos?
¿Vais a entrar sin más? —dijo Sacharissa. —Diremos que nos hemos perdido —dijo Boddony. —¿Que os habéis perdido bajo tierra? ¿Unos enanos? —Muy bien, diremos que estamos borrachos. Eso sí se lo creerán. Muy bien, muchachos…
El señor Escurridizo ha estado escribiendo esos artículos para el Inquirer —informó Sacharissa. —A ver, pero nadie se cree lo que lee en el periódico, ¿verdad? —dijo Escurridizo. William acercó una silla y se sentó en ella a horcajadas, apoyando los brazos sobre el respaldo. —Entonces, señor Escurridizo… ¿cuándo empezó usted a mearse en la fuente de la Verdad?
«Hombre Raptado por Demonios» —leyó—. ¿Acaso esto se refiere al señor Ronnie «Confía en mí» Begholder, que se sabe que debe a Chrysoprase el troll más de dos mil dólares y al que se vio por última vez comprando un caballo muy veloz?
Por supuesto —dijo. —Oh —dijo Escurridizo—. Entonces… ¿qué es lo que yo vendería exactamente? —Espacio —dijo Sacharissa. Escurridizo volvió a sonreír de oreja a oreja. —¿Solamente espacio? ¿Nada? Vaya, eso sí que lo sé hacer. ¡Puedo vender nada mejor que cualquier cosa! —Negó tristemente con la cabeza—. Es solamente cuando intento vender algo que todo se tuerce.
¿Erais vosotros quienes lo tenían? —dijo William—. ¿Ese era todo el misterio? —¡Quesejoda! —¿Quién va a registrar a Viejo Apestoso Ron? —dijo Hueso Profundo. —Bien pensado —replicó William—. Muy bien pensado. Ni a fijarse en su olor.
Estoy traduciendo, ¿vale? Y eso fue porque había dos Dioses en la habitación. Quiere decir dos lord Vetinari, porque Galletas es un perro a la antigua usanza. Pero sabía que uno de ellos era falso porque su olor no era el bueno. Y había dos hombres más en la sala. Y entonces… William escribió a toda prisa. Veinte segundos más tarde, Galletas le dio un fuerte mordisco en el tobillo.
Y usted tiene material que nos incrimina pero, bueno, entre usted y yo —se acercó un poco más—, algunas de las cosas que hemos hecho se podrían considerar, bueno, sí, crímenes. —Todos esos ’idos asesinatos, para empezar —asintió el señor Tulipán. —Que, dado que somos criminales, se podrían calificar de conducta típica. Mientras que usted —continuó Alfiler— es un ciudadano respetable. No queda bien que los ciudadanos respetables se involucren en esta clase de cosas. La gente habla.
Esto que voy a hacer está mal —dijo el señor Alfiler, como si estuviera hipnotizado—. Pero he hecho tantas cosas malas en la vida que una más apenas cuenta. Es como que… matar una vez es algo grande, pero matar otra vez ya es la mitad de grande.
¿Sabe? Así que cuando has matado veinte veces viene a ser como que ya ni se dan cuenta, por término medio. Pero… hoy es un bonito día, los pájaros cantan, hay cosas como… gatitos y cosas, y el sol se refleja en la nieve, trayendo la promesa de la primavera que se acerca, con sus flores, con su hierba fresca, y más gatitos y días cálidos de verano y la suave caricia de la lluvia y cosas limpias y maravillosas… ¡que usted no va a ver nunca si no nos da lo que hay en el cajón porque lo voy a quemar como si fuera una antorcha, hijo de la gran puta reseco, traicionero, embustero y tramposo!
Haga los arreglos necesarios —dijo, cuando el hombre se quedó mirando a sus colegas inertes—. Y luego lleve esto a De Worde. —¿A cuál, señor? Por un momento el señor Slant se había olvidado de aquel detalle. —A lord De Worde —dijo—. Ciertamente no al otro.
Oh, sí. La llevo colgando del cuello con un cordel. —El señor Tulipán se dio unos golpecitos en el pecho enorme. —¿Y eso es religioso? —Bueno, sí. Cuando te mueres, si tienes tu patata, no pasa nada malo. —¿Qué religión es esa? —No lo sé. Nunca me la he encontrado fuera de mi pueblo. Yo era niño. O sea, es como los dioses, ¿no? Cuando eres niño, te dicen: «Dios es eso y ya está». Después creces y descubres que hay millones de ’idos dioses. Pasa lo mismo con la religión.
¿Demasiadas qué? —dijo Sacharissa, como persona criada entre algodones que era. —… ¿cómo era?… ¿esa cosa que se mete en… toneles? —¿Está usted borracho? —¡Eso es! ¡No me salía la palabra! Borracho como una… cosa… cosademadera… ajajajajá … Se oyó un tintineo de cristal.
Ella se acercó un poco más y la luz reveló la cara del hombre. Estaba atascada en la sonrisa de la borrachera grave, pero resultaba perfectamente reconocible. Ella la veía todos los días, en las monedas. —Esto… Rocky —dijo—. Hum… ¿puedes bajar un minuto? La puerta se abrió de golpe y el troll bajó a toda velocidad la escaleras. Por desgracia, se debía a que lo hizo rodando. El señor Tulipán apareció en lo alto de la escalera, frotándose el puño.
Eh, yo le he visto antes, usted es esa… ¡ya sabía yo que no era una virgen de verdad! —dijo Sacharissa en tono triunfal. Se oyó el clic de una ballesta. Algunos ruiditos débiles se transmiten bien y tienen un poder paralizante considerable. —Hay pensamientos que son demasiado terribles para tenerlos —dijo el hombre flaco que la estaba mirando desde lo alto de la escalera y desde detrás del cañón de una ballesta de pistola—. ¿Qué está usted haciendo aquí, señora?
Voy a enterarme. No corra. Y de verdad le digo que no grite. Camine con normalidad y no… —Hizo una pausa—. Iba a decirle que no le pasará nada —dijo—. Pero sería una tontería, ¿verdad…?
Sobre las fichas de plomo entintado aparecieron goterones plateados. Las letras se movieron, se asentaron, se fundieron entre ellas. Por un momento las palabras mismas permanecieron flotando sobre el metal derretido, palabras inocentes como «la» y «verdad» y «ahora libra», y luego se perdieron.
El joven Tulipán había aprendido a borrar recuerdos. Lo que el señor Alfiler necesitaba, decidió, era recordar los buenos tiempos. —Eh, ¿se acuerda de cuando Gerhardt la Bota y sus muchachos nos tenían acorralados en aquel ’ido sótano de Quirm? —dijo—. ¿Se acuerda de qué le hicimos después? —Sí —dijo el señor Alfiler, mirando fijamente la pared vacía—. Me acuerdo. —¿Y de aquella vez con aquel ’ido viejo que estaba en aquella casa de Genua y nosotros no lo sabíamos? Así que clavamos la puerta al marco y después…
Deme su patata. —¿Cómo? De pronto el señor Alfiler tenía el brazo extendido y la ballesta a dos centímetros del cuello del señor Tulipán. —¡No hay tiempo para discutir! ¡Deme esa maldita patata ahora mismo! ¡Este no es momento para que se ponga a pensar! Vacilante, pero confiando igual que siempre en la capacidad del señor Alfiler para sobrevivir en las situaciones límite, el señor Tulipán se sacó por la cabeza el cordel de la patata y se lo entregó. —Bien —dijo el señor Alfiler, mientras empezaba a tener convulsiones en un lado de la cara—. Tal como yo lo veo…
tal como yo lo veo, yo soy un hombre pequeño, señor Tulipán. Usted no podría subirse encima de mí. No funcionaría. Usted es un hombre grande, señor Tulipán. No querría verlo sufrir. Y apretó el gatillo. Fue un buen disparo. —Lo siento —susurró, mientras el plomo chapoteaba—. Lo siento. Lo siento de verdad. Pero no nací para freírme.
¿Hay alguien ahí, ’er? SOLAMENTE YO, SEÑOR TULIPÁN. Una parte de la oscuridad abrió los ojos, y dos llamitas azules miraron al señor Tulipán desde arriba. —Ese ’ido cabrón me ha robado la patata. ¿Eres la ’ida Muerte? CON MUERTE A SECAS BASTA, CREO. ¿A QUIÉN ESTABA USTED ESPERANDO?
USTED CREE, PERO NO CREE EN NADA. El señor Tulipán permaneció con la cabeza gacha. Ahora le llegaba un hilillo de nuevos recuerdos, como sangre que se cuela por debajo de una puerta. Y alguien estaba forcejeando con el pomo, y la cerradura había fallado. La Muerte asintió con la cabeza. POR LO MENOS VEO QUE TODAVÍA TIENE USTED SU PATATA. La mano del señor Tulipán salió disparada a su cuello. Allí había algo arrugado y duro, sujeto con un cordel. Tenía un resplandor fantasmagórico. —¡Pensaba que me la había quitado! —dijo, con la cara iluminada por la esperanza.
TENGO ENTENDIDO QUE ES USTED UN EXPERTO, SEÑOR TULIPÁN. EN MENOR MEDIDA, TAMBIÉN LO SOY YO. La Muerte eligió uno de los relojes de arena y lo sostuvo en alto. Alrededor del mismo apareció una serie de imágenes, luminosas pero insustanciales como sombras. —¿Qué son? —dijo Tulipán. VIDAS, SEÑOR TULIPÁN. NADA MÁS QUE VIDAS. NO TODAS OBRAS MAESTRAS, OBVIAMENTE, A MENUDO MÁS BIEN INFANTILES EN SU USO DE LA EMOCIÓN Y LA ACCIÓN, PERO A PESAR DE ELLO LLENAS DE INTERÉS Y DE SORPRESA, CADA UNA A SU MANERA, OBRAS REALIZADAS CON CIERTO GENIO. Y CIERTAMENTE MUY… COLECCIONABLES
AH. NUGGA VELSKI. USTED NO LO RECORDARÁ, POR SUPUESTO. FUE SOLO UN HOMBRE QUE VOLVIÓ A SU HUMILDE CABAÑA EN EL MOMENTO EQUIVOCADO, Y USTED ES UN HOMBRE ATAREADO Y NO SE LE PUEDE PEDIR QUE RECUERDE A TODO EL MUNDO. FÍJESE EN LA MENTE, UNA MENTE BRILLANTE QUE BAJO OTRAS CIRCUNSTANCIAS PODRÍA HABER CAMBIADO EL MUNDO, CONDENADA A NACER EN UN MOMENTO Y UN LUGAR DONDE LA VIDA NO ERA NADA MÁS QUE UNA FÚTIL LUCHA DIARIA. PESE A TODO, EN SU ALDEA DIMINUTA, HASTA EL MISMO DÍA EN QUE LO SORPRENDIÓ A USTED ROBÁNDOLE EL ABRIGO, HIZO TODO LO QUE ESTUVO EN SU MANO PARA…
¿Ahora viene la parte en que me pasa toda mi vida por delante de los ojos? —preguntó. NO, ESA ES LA PARTE QUE ACABA DE TERMINAR. —¿Qué parte? LA PARTE, dijo la Muerte, ENTRE QUE USTED NACIÓ Y USTED MURIÓ. NO, ESTA… SEÑOR TULIPÁN, ESTA ES SU VIDA ENTERA PASANDO ANTE LOS OJOS DE OTRAS PERSONAS.
Y hay otra revista que también se vendería —dijo Sacharissa. Detrás de ella, una parte de la prensa se desplomó. —¿Hola? ¿Hola? Sé que mi boca se está abriendo y cerrando —dijo Buenamontaña—. ¿Está saliendo algún sonido? —Gatos —dijo Sacharissa—. Los gatos le gustan a mucha gente. Imágenes de gatos. Historias de gatos. He estado pensando en ello. Se podría llamar… Gato Total. —¿A juego con Mujer Total y Hombre Total? ¿Costura Total? ¿Tarta Total?
Hay un problema —advirtió William. —¿Sí? —No nos llega el dinero para una imprenta nueva. Nuestro barracón se ha quemado. Nos hemos quedado sin negocio. Todo se acabó. ¿Lo entiendes?
Me marrcho solamente cinco minutos parra comprrar unos cuantos ácidos y de prronto el sitio enterro… oh, cielos… oh, cielos… Buenamontaña se sacó del bolsillo un diapasón y lo hizo tañer contra su casco.
William, ¿te das cuenta de que estás robando a un cadáver? —dijo Sacharissa. —Bien —dijo William, distraído—. Es el mejor momento. —Volcó una de las bolsitas y un montón de joyas cayó sobre la madera chamuscada.
No estoy sugiriendo nada —dijo Buenamontaña—, pero si no son robadas, entonces conozco montones de sitios donde nos darían una fortuna, incluso a esta hora de la noche…
William volvió a pulsar el botón. —… ñip… al parecer, dicen, una mentira puede dar la vuelta al mundo antes de que la verdad tenga tiempo de ponerse las botas. —Obviamente, nosotros… —empezó a decir Sacharissa. Él pulsó el botón. —Uideliuideliuidelí mentira puede dar la vuelta al mundo antes de que la verdad tenga tiempo de ponerse las botas. Volvió a pulsar el botón. —Uideliuideliuidelí la vuelta al mundo antes de que la verdad tenga tiempo de ponerse las botas.
Ya sé que jugábamos juntos cuando éramos niños… —empezó a decir. —Yo no creo que en realidad jugáramos —dijo Sacharissa, rebuscando en su bolso—. Tú me perseguías y yo te pegaba en la cabeza con una vaca de madera. Ah, aquí está… Dejó caer la bolsa, se puso de pie y apuntó con una de las ballestas de pistola del difunto señor Alfiler directamente al editor. —¡Déjanos usar tus «idas» imprentas o te pego un «ido» tiro en la «ida» cabeza! —gritó—. Creo que es así como se tiene que decir, ¿no? —¡No te atreverás a apretar el gatillo! —exclamó Carney, intentando agacharse en su silla. —Era una vaca
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A ver, chavales —dijo el enano—. Esto funciona así. Todo el mundo que esta noche se vaya temprano a casa porque le duela la cabeza se lleva cien dólares, ¿de acuerdo? Es una vieja costumbre klatchiana. —¿Y qué pasa si no nos vamos? —dijo el capataz, cogiendo un mazo. —Bueno —dijo una voz junto a su oído—. Entonces es cuando te darrá un dolorr de cabeza. Hubo un relámpago y se oyó un trueno. Otto dio un puñetazo triunfal al aire. —¡Sí! —gritó, mientras los impresores corrían como locos hacia las puertas—. ¡Cuando lo necesitas de verrdad, de verrdad, llega!
¡Uau! ¡Ahorra sí que vamos bien! ¡Una vez más, con fuerrza! ¡Qué enorrme… castillo! —Esta vez el trueno fue más potente todavía. Otto hizo un bailecito, fuera de sí de gozo, con las lágrimas cayéndole por la cara gris. —¡Música Con Rocas Dentrro! —gritó.
Me debo de haber olvidado de meter el trocito afilado de flecha —dijo, mientras Carney se desmayaba—. Pero ¡qué tontita soy! «Ido.» Me siento mucho mejor cuando digo eso, ¿sabes? «Ido.» «Idoidoidoidoido.» Me pregunto qué quiere decir.
Yo solamente digo que llevan días trabajando —dijo William—. Eso es verdad. No tengo por qué decir que no estaban llegando a ninguna parte. —Vio la mirada en la cara del enano—. Mira, muy pronto voy a tener muchos más enemigos y mucho más desagradables de los que nadie necesita. Me gustaría más que Vimes estuviera enfadado conmigo por dejarle bien que por dejarle mal. ¿De acuerdo?

