La verdad
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Read between April 18 - April 21, 2023
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también habrá un pago único de, digamos, dos mil dólares. Los enanos guardaron silencio. Luego hubo un coro metálico. Todos los enanos habían dejado sus tipos, habían metido las manos debajo de las losas y habían sacado sus hachas de batalla. —Trato hecho, entonces, ¿no? —dijo el señor Slant, apartándose a un lado. Los trolls se estaban irguiendo. A los trolls y a los enanos no les hacía falta ninguna excusa importante para pelearse. A veces bastaba con estar en el mismo mundo.
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No lo sé —respondió el señor Slant—. Eso no es asunto mío. Yo… —¿Señor Buenamontaña? —dijo William—. En tipos grandes, por favor. —Marchando —dijo el enano. Su mano se posó sobre un cajón nuevo. —En mayúsculas, encajado al ancho: «¿QUIÉN GOBIERNA ANKH-MORPORK?»
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Resulta asombroso cómo la gente obedece a un hombre que los está apuntando con una lente. Recobran la conciencia al cabo de una fracción de segundo, pero él no necesita más tiempo que ese.
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No tengo por qué decírselo. Este es nuestro taller. No les hemos pedido que vengan. —¡Pero he venido por un asunto legal! —Entonces no hay nada malo en hacer una imagen de ustedes, ¿verdad? —dijo William—. ¡Pero si no está usted de acuerdo, entonces por supuesto estaré encantado de citarlo!
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Hacen falta tres personas para operarla, y no conseguirás mucha velocidad —dijo Buenamontaña. Vio la expresión de William, sonrió y le dio una palmada en la parte más alta de la espalda que un enano podía alcanzar—. No te preocupes, chaval. Queremos proteger nuestra inversión. —Y yo no me marcho —dijo Sacharissa—. ¡Me hace falta ese dólar!
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¿Alguien ha mencionado el ajo porr el momento? —No. —¿Puedo disponerr de ciento ochenta dólarres para el iconógrrafo Akina TR-10 de diablillo doble con asiento telescópico y palanca grrande y reluciente? —Esto… todavía no. —Vale —dijo Otto en tono resignado—. Entonces necesitarré cinco dólarres para reparraciones y mejorras. Ya estoy viendo que este es un trrabajo distinto. —Muy bien. Muy bien, pues. —William contempló la sala de imprenta. Todo el mundo estaba en silencio y todo el mundo lo miraba a él.
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William se estremeció. ¿En qué los había metido a todos? Pero se sentía inflamado. Había una verdad en alguna parte, y él aún no la había encontrado. Iba a hacerlo, porque sabía, sabía, que en cuanto aquella edición llegara a las calles…
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ni la más remota idea de lo mucho que me puedes dificultar el trabajo. —No va contra la ley el… —¿Ah, no? ¿Conque no? ¿En Ankh-Morpork? ¿Algo como esto? ¡A mí me huele a Comportamiento Susceptible de Causar una Ruptura de la Paz! —Puede que moleste a cierta gente, pero esto es importante… —¿Y qué es lo siguiente que vas a escribir, me pregunto? —No he publicado que tiene usted a un hombre lobo trabajando en la Guardia —dijo William. Se arrepintió al instante, pero es que Vimes lo estaba irritando.
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Pero si no estoy haciendo nada malo —protestó William. —No; es posible que no estés haciendo nada ilegal —dijo Vimes—. Aunque te estás acercando muchísimo, maldita sea. Hay gente, sin embargo, que puede que no tenga mi tendencia a la amabilidad y la comprensión. Lo único que te pido es que intentes no sangrar por toda la calle.
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—Y luego está lo de la menta —continuó William—. He ahí un enigma. ¿Por qué menta? Y luego pensé: ¿será que alguien no quería que le siguieran el rastro por el olor? ¿Quizá ellos también habían oído hablar del hombre lobo de ustedes? Romper en el suelo unos cuantos frascos de aceite de menta podría sembrar un poco de confusión… Y entonces llegó: una levísima contracción mientras Vimes echaba un breve vistazo a unos papeles que tenía delante. ¡Lotería!, pensó William.
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Pero ¿ante quién respondes tú? Yo tengo que dar explicaciones por lo que hago, aunque ahora mismo no tengo ni idea de a quién maldita sea. Pero ¿tú? Me da la impresión de que tú puedes hacer lo que te venga en gana. —Supongo que respondo ante la verdad, señor. —¿Ah, sí? ¿Y exactamente cómo? —¿Perdone? —Si dices mentiras, ¿viene la verdad y te da un bofetón? Estoy impresionado. La gente normal y corriente como yo somos responsables ante otra gente.
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Pero tú… tú respondes ante la verdad. Asombroso. ¿Dónde vive la verdad? ¿Es lector de tu… periódico? —Lectora, señor —intervino la sargento Angua—. Hay una diosa de la verdad, creo. —Pues no puede tener muchos seguidores —dijo Vimes—. Salvo nuestro amigo aquí presente. —Se volvió a quedar mirando a William por encima de sus dedos y una vez más los engranajes se pusieron a girar. —Suponiendo… solamente suponiendo… que cayera en tu poder un dibujo de un perro —dijo—, ¿podrías imprimirlo en tu periódico? —Estamos hablando de Galletas, ¿verdad? —preguntó William. —¿Podrías? —Estoy seguro de que ...more
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Vamos —dijo la sargento. —¿Qué tal lo he hecho? —Los he visto peores. —Siento haber mencionado al cabo Nobbs, pero… —Oh, no te preocupes por eso —dijo la sargento Angua—. Tus poderes de observación van a ser la comidilla de la comisaría. Mira, Vimes está siendo amable contigo porque todavía no está seguro de lo que eres, ¿de acuerdo? Tú sencillamente ten cuidado y ya está.
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Pues entonces, zíganme —dijo Igor, que pasó dando bandazos junto a William y se adentró en el pasillo—. Ziempre es agradable recibir visitaz aquí, señor De Worde. Verá usted que intentamoz mantener un ambiente muy relajado aquí abajo. Déjenme ir a buzcar laz llaves. —¿Por qué solamente cecea con algunas eses? —quiso saber William, mientras Igor se iba cojeando hacia un armario. —Está intentando ser moderno. ¿Nunca habías conocido a un Igor?
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Parece que ha recibido un buen golpe en la cabeza —continuó William. —¿Ah, sí? —Mire, hasta yo puedo ver que esto huele raro. —¿Ah, sí? —Ya veo —dijo William—. Ha estudiado usted en la Escuela de Comunicación Vimes, ¿verdad? —¿Ah, sí? —dijo la sargento Angua. —La lealtad es algo maravilloso.
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Muy bien, sargento. Olvídate de las patatas. ¿Cómo están las apuestas? —¿Señor? —Sé lo que pasa en la sala de guardias. No serían agentes de la Guardia si alguien no estuviera corriendo apuestas. —¿Sobre el señor De Worde? —Sí. —Bueno… con seis se ganan diez a que estará muerto para el lunes que viene, señor. —Estaría bien que hicieras correr la voz de que no me gustan esas cosas, ¿quieres? —Sí, señor.
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Averigua quién está corriendo las apuestas y cuando descubras que es Nobby, quítale el cuaderno. —Muy bien, señor. ¿Y el señor De Worde? Vimes miró hacia el techo. —¿A cuántos agentes tenemos vigilándolo? —dijo. —A dos. —Nobby suele ser bueno calculando las apuestas. ¿Crees que con dos bastará? —No. —Yo tampoco. Pero vamos escasos. Va a tener que aprender por las malas. Y el problema de aprender por las malas es que solamente se recibe una lección.
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Mire, jefe, si yo fuera hombre de letras, no estaría vendiendo periódicos por la calle, ¿vale?
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Sí, ya sé. Tengo unas cosas que escribir, y luego usted y yo vamos a ir a verlo. Ah, y mande alguien a la torre de señales, por favor. Quiero mandarle un clac al rey de Lancre. Creo que lo conocí una vez. —Los clacs cuestan dinero. Mucho dinero. —Hágalo de todas maneras. Ya sacaremos el dinero de algún sitio.
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—Y ahora —dijo—, vamos a ver al Rey del Río de Oro. —Nunca he entendido por qué la gente lo llama así —dijo Sacharissa—. O sea, por aquí no hay ningún río de oro, ¿verdad?
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Que un hombre lobo no tendría problemas para hablar con un perro. —¿Cómo? ¿Nos está diciendo que la gente estaría dispuesta a escuchar a un perro? —dijo el señor Alfiler. —Por desgracia, sí —dijo el señor Slant—. Los perros tienen personalidad. La personalidad cuenta para mucho. Y los precedentes legales son claros. En la historia de esta ciudad, caballeros, hemos llevado a juicio a siete cerdos, una tribu de ratas, cuatro caballos, una pulga y un enjambre de abejas en distintas ocasiones.
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El año pasado se aceptó a un loro como testigo de la acusación en un caso grave de asesinato, y yo tuve que organizar un plan de protección de testigos para él. Tengo entendido que hoy en día finge ser un periquito muy grande en un lugar muy lejano. —El
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La Guardia, señor Alfiler. ¿Cuántas veces tengo que decirle esto? Tienen un talento asombroso para fijarse en las cosas. —El señor Tulipán no les dejará mucho en que fijarse… —El señor Alfiler se detuvo—. ¿Tanto le asusta a usted la Guardia? —Esto es Ankh-Morpork —dijo el abogado en tono cortante—. Somos una ciudad muy cosmopolita. A veces estar muerto en Ankh-Morpork no es más que un inconveniente, ¿lo entiende? Tenemos magos, tenemos médiums de todas las tallas. Y los cuerpos tienen la costumbre de reaparecer. No queremos nada que le pueda dar una pista a la Guardia, ¿me entiende?
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Nunca se preguntaban qué pasaba con los cubos llenos, pero Harry Rey había descubierto algo que podía ser la clave para amasar una gran fortuna: hay muy pocas cosas, por asquerosas que sean, que no se usen en alguna industria. Hay gente que de verdad quiere grandes cantidades de amoníaco y salitre.
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Y así continuó sucediendo, la ascensión del Rey desde el estiércol de caballo vendido a cubos (con garantía de estar bien apisonado) hasta los trapos y los huesos y el metal de desguace y el polvo casero y los famosos cubos, donde el futuro era realmente dorado. Era una especie de historia de la civilización, pero vista desde el fondo y mirando hacia arriba.
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¿Sabes? A veces me paso aquí la tarde entera mientras la cinta retumba y el sol poniente se refleja en los tanques de asentamiento, y no me importa admitirlo, me vienen lágrimas a los ojos. —Para serle sincero, a mí también me vienen, señor —dijo William.
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Señor Rey, necesitamos ese papel de verdad —dijo para romper el silencio pensativo. —Tienes un algo, señor De Worde —dijo el Rey—. Yo compro y vendo oficinistas cuando me hace falta, y tú a mí no me hueles a oficinista. Tienes aire de ser un hombre que hurgaría en una tonelada de mierda para encontrar un cuarto de penique, y me pregunto por qué es eso.
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¿Cómo podemos devolverle el favor, señor Rey? —preguntó el enano, arrastrando a William hacia la puerta. —Las damas de honor van a llevar oh-de-nil, que a saber qué es
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¡Perro serré fuerrte! —chilló—. ¡No defrraudaré a todo el mundo! Se puso firme rígidamente, aunque un poco borroso por culpa de la vibración que lo hacía temblar de cabeza a pies, y con voz temblorosa cantó: —¡Oh, ven a cumplirr tu misión, ven con nosotrros, ven, ven, habrrá una buena taza de té con pastas, con pastaas…!
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¡Oh, qué verrgüenza! ¿Dónde puedo esconderr la cara? Oh, qué deben de pensarr ustedes de mí… Sacharissa aplaudió con entusiasmo desesperado. —¡No, no! ¡Estamos todos muy impresionados! ¿Verdad que lo estamos, todos? —A espaldas de Otto, dirigió un gesto muy enfático con la mano a los enanos. Hubo otro coro desigual de asentimiento. —Es que ya llevo más de trres meses aguantando el «murrciélago» —murmuró Otto—. Qué lamentable es derrumbarrse ahorra y… —Pero si la carne cruda no es nada —dijo Sacharissa—. Está permitida, ¿verdad? —Sí, perro porr un momento casi…
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Los no-muertos de Ankh-Morpork eran, por lo general, una gente respetuosa con la ley, aunque solamente fuera porque sabían que la ley les prestaba cierta cantidad especial de atención, pero si en una noche oscura alguien entraba en el lugar conocido como El Otro Barrio y no tenía nada que hacer allí, ¿quién lo iba a saber nunca?
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Para los vampiros* era un lugar donde estar colgados. Para los hombres lobo, era un sitio donde soltarse el pelo. Para los hombres del saco, era un lugar para salir del armario. Para los gules, hacían una empanada de carne con patatas que no estaba mal.
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No era buena idea apuntárselas. Apuntarles las copas demostraba cierto optimismo injustificado hacia el futuro. —¿Qué puedo…? —empezó a decir, antes de que la mano del señor Tulipán lo agarrara por el pescuezo y le estampara la cabeza con todas sus fuerzas sobre la barra. —No estoy teniendo un buen día —dijo
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Al infierno con esto, pensó el señor Alfiler. Sacó su ballesta de pistola con un solo movimiento experimentado y la sostuvo a dos centímetros de la cara del hombre lobo. —Esto tiene la punta de plata —dijo. Le asombró la rapidez de los movimientos. De pronto tenía una mano contra el cuello y cinco puntas afiladas le presionaban la piel. —Estas no —dijo el hombre lobo—. Vamos a ver quién aprieta primero, ¿eh? —Ya, claro —dijo el señor Tulipán, que también tenía algo en la mano.
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¡Carajo, sáquese el maldito pepinillo de la nariz, por favor! ¡Se supone que somos profesionales! —Eso no es un pepinillo —dijo una voz en la oscuridad. El señor Alfiler se sintió inusualmente agradecido cuando la puerta se cerró de golpe tras ellos. Para su sorpresa, también oyó pasar los cerrojos. —Bueno, nos podría haber ido mejor —dijo, sacudiéndose pelo y polvo del abrigo. —¿Y ahora qué? —preguntó el señor Tulipán. —Es hora de idear un plan B
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Sacharissa había escrito un artículo sobre la salida del Inquirer. William tampoco había visto aquello muy claro, pero al fin y al cabo era una noticia. No podían dejarla pasar sin más, y también llenaba algo de espacio. Además, le gustaba la primera frase, que decía: «Un aspirante a rival del periódico establecido de Ankh-Morpork, el Times, acaba de abrir sus oficinas en la calle del Brillo…». —Estás mejorando —dijo él, mirando al otro lado de su mesa. —Sí —dijo ella—. Ahora sé que si veo un hombre desnudo está claro que tengo que averiguar su nombre y su dirección, porque… William se unió al ...more
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aunque eres una chica muy atractiva, no eres mi tipo. Ella le dedicó la mirada más antigua que él había visto nunca y después dijo: —Eso no ha sido fácil de decir, y te lo agradezco. —Es que he pensado que como estamos trabajando juntos todo el tiempo… —No, me alegro de que uno de nosotros lo haya dicho —dijo ella—. Y con esa delicadeza que tienes al hablar, apuesto a que tienes montones de chicas haciendo cola, ¿verdad? Te veo mañana.
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Las noticias que trae son más interesantes. ¿Alguna vez le he contado, señor Slant, que una mentira es capaz de dar la vuelta al mundo antes de que la verdad tenga tiempo de ponerse las botas? —Muchas veces, señor —dijo Slant, con menor diplomacia esmerada que la que habitualmente empleaba.
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¡Es casi un tercio de tonelada! —dijo—. Eso es lo que pesan setenta mil monedas de un dólar juntas. Supongo que un caballo de primera podría transportar eso y además a un jinete, pero… Vetinari camina con bastón, ya lo vieron ustedes. Tardaría una eternidad en cargar el caballo y aunque lo consiguiera no podría viajar deprisa. Vimes debe de haberse dado cuenta… ¡Dijo que los hechos eran una estupidez!
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Ah… esto: «La Guardia de la ciudad de Ankh-Morpork cree ahora que ha habido por lo menos otra persona involucrada en el… en…». —¿Altercado? —sugirió Buenamontaña. —No. —¿Trifulca? —«… en el ataque al Palacio del martes por la mañana».
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El rey Verence de Lancre también dominaba la idea de que los clacs se pagaban por palabra. MUJERES DE LANCRE NO RPT NO TIENEN COSTUMBRE ALUMBRAR SERPIENTES STOP NIÑOS NACIDOS ESTE MES WILLIAM TEJEDOR CONSTANCIA TECHADOR CATÁSTROFE CARRETERO TODOS CON BRAZOS PIERNAS SIN COLMILLOS ESCAMAS —¡Ja! ¡Los hemos pillado! —dijo William—. Deme cinco minutos y montaré un artículo con esto. Pronto veremos si la espada de la verdad no puede derrotar al dragón de las mentiras.
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¿No decía usted que una mentira puede dar la vuelta al mundo antes de que la verdad tenga tiempo de ponerse las botas? —dijo. —Pero esta es la verdad. —¿Y? ¿Dónde tiene las botas?
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Yo no le caigo demasiado bien y él no me cae bien a mí. Si hay que ser sinceros, a él no le cae muy bien nadie. En particular los enanos y los trolls. —No hay ninguna ley que diga que te tienen que gustar los enanos y los trolls —dijo Buenamontaña. —No, pero tendría que haber una ley prohibiendo que te disgustaran de la forma en que le disgustan a él. —Ah. Ahora sí que me has hecho un dibujo. —¿Tal vez has oído el término «razas inferiores»? —Y ahora lo has coloreado.
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Oh, ya sé lo que quieres decir —aseguró Buenamontaña—. He conocido a humanos como él. —Has dicho que se trataba de hacer dinero y ya está —dijo William—. ¿Es verdad? El enano señaló con la cabeza los lingotes de plomo pulcramente apilados junto a la prensa. —Queríamos convertir el plomo en oro —explicó—. Teníamos un montón de plomo. Pero necesitamos oro.
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¿Cómo llamas tú a esos humanos negros que viven en Howondalandia? —Sé cómo los llama mi padre —dijo William—. Pero yo los llamo «la gente que vive en Howondalandia».
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¿En serio? Bueno, he oído que hay una tribu en la que, antes de poder casarse, los hombres tienen que matar un leopardo y darle la piel a la mujer. Pues es lo mismo. Los enanos necesitan oro para casarse. —¿Qué…? ¿Como una dote? Pero yo creía que los enanos no distinguían entre… —No, no, cada uno de los dos enanos que se casan compra al otro de sus padres.
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Para conseguir una comida caliente y una cama donde pasar la noche —dijo William—. Fui-yo Duncan lo confiesa absolutamente todo, ¿sabe? El pecado original, asesinato, hurtos… todo. Cuando está desesperado, intenta entregarse a sí mismo para cobrar la recompensa.
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Y la gente no tenía que cerrar sus casas con llave. —No teníamos nada que valiera la pena robar —dijo el señor Cartwright. —Es verdad. Ahora hay más dinero —dijo el señor Propenso.
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Los gólems eran distintos. Eran pacientes, trabajaban duro, seguían una lógica férrea, resultaban virtualmente indestructibles y se presentaban voluntarios. Todo el mundo sabía que los gólems no podían hacer daño a la gente. Había cierto misterio acerca de cómo se había formado el cuerpo de gólems bomberos. Algunos decían que la idea había venido de la Guardia, pero la teoría más extendida era que los gólems no estaban dispuestos a permitir la destrucción de personas o propiedades.
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El vampiro se convirtió en una nube de polvo que cayó flotando al suelo. Por un momento algo se mantuvo en el aire. Parecía un frasquito sujeto a un collar hecho de cordel. Y entonces cayó y se rompió sobre los adoquines. El polvo se elevó en forma de nube, adoptó una forma… y Otto estaba allí de pie y pasándose las manos por el cuerpo para asegurarse de que estaba entero.