La verdad
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Read between April 18 - April 21, 2023
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Y hay que evitar a toda costa que haya problemas con la Guardia. —Sí, ya sabemos lo de la Guardia —replicó el señor Alfiler—. Nos lo ha dicho el señor Slant. —El comandante Vimes dirige una Guardia muy… eficaz. —No hay problema —dijo el señor Alfiler. —Y tiene a un hombre lobo en plantilla. El polvo blanco salió despedido por el aire emulando el chorro de una fuente. El señor Alfiler le tuvo que dar a su colega una palmada en la espalda.
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¿Hay alguna otra sorpresa? —dijo el señor Alfiler—. Tienen ustedes policías listos y uno de ellos es un hombre lobo. ¿Algo más? ¿Tienen trolls también? —Oh, sí. Bastantes. Y enanos. Y zombis. —¿En la Guardia? ¿Qué clase de ciudad dirigen ustedes aquí? —Nosotros no dirigimos la ciudad —dijo un sillón. —Pero nos preocupa el rumbo que está tomando —terció otro.
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Debe de ser verdad, Drumknott —dijo el patricio—. Viene en el papel. Ah, y mándele un mensaje a ese simpático señor De Worde, también. Lo veré a las nueve y media. Volvió a ojear el texto impreso de color gris.
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Drumknott, que habitualmente era muy hábil a la hora de entender las peticiones de su amo, vaciló un momento. —Milord, ¿quiere decir que usted no desea que le pase nada malo al señor De Worde, o que usted no desea que le pase nada malo al señor De Worde? —¿Me acaba de guiñar el ojo, Drumknott? —¡No, señor! —Drumknott, tengo entendido que todo ciudadano de Ankh-Morpork tiene derecho a caminar por la calle sin que nadie lo moleste. —¡Por los dioses, señor! ¿Es eso verdad? —Ciertamente.
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¿Está usted preparado para el excitante nuevo milenio que tenemos ante nosotros, Drumknott? ¿Está listo para agarrar el futuro con mano firme? —No lo sé, milord. ¿Hace falta ropa especial?
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¡Pero si no tenía ninguna cita con lord Vetinari! —Ah, bueno —dijo el troll—. Te asombraría cuánta gente tiene citas con el patricio y no se entera. Así que mejor que te des prisa. Yo que tú me daría prisa.
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Qué documento tan… interesante —dijo el patricio, dejándolo a un lado de pronto—. Pero me veo forzado a preguntar… ¿por qué? —No es más que mi boletín de noticias —respondió William—. Pero más grande. Esto… a la gente le gusta enterarse de las cosas. —¿A qué gente? —Bueno… en realidad, a todo el mundo. —¿Ah, sí? ¿Y eso se lo han dicho ellos? William tragó saliva. —Bueno… no. Pero ya sabe usted que llevo un tiempo escribiendo mi boletín…
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Lo que los remeros necesitan saber es cómo remar, ¿no? —Y saber si el timonel es bueno —dijo William. No pudo refrenar aquella frase. La frase se dijo a sí misma. Y ahí se quedó, flotando en el aire. Lord Vetinari le dirigió una mirada fija que duró varios segundos más allá del tiempo necesario. Luego su cara se transformó instantáneamente en una ancha sonrisa. —Por supuesto. Y deben saberlo, deben saberlo. Estamos en la era de las palabras, al fin y al cabo. Cincuenta y seis heridos en una pelea tabernaria, ¿eh? Asombroso. ¿Qué otras noticias tiene usted para nosotros, señor?
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Les gusta saber, por ejemplo, que un perro ha mordido a un hombre. Es lo normal en los perros. No quieren saber que un hombre ha mordido a un perro, porque se supone que el mundo no funciona así. En breve, lo que la gente cree que quiere son noticias, pero lo que realmente ansía son cosas ya sabidas. Y veo que usted ya le ha cogido el tranquillo.
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Y.V.A.L.R. Escurridizo vendía sus panecillos y pasteles por toda la ciudad, incluso delante del Gremio de Asesinos. Se le daba bien juzgar a la gente, sobre todo cuando se trataba de juzgar cuándo doblar una esquina con expresión inocente y luego echar a correr como alma que lleva el diablo, y ahora acababa de llegar a la conclusión de que tenía muy mala suerte de estar plantado allí y también de que ya era demasiado tarde. No solía conocer a matadores a menudo.
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¿Les puedo recomendar estas, caballeros? —dijo, y como las viejas costumbres cuestan de quitar no se pudo refrenar de añadir—: Cerdo del mejor. —¿Ah, son buenas? —Nunca querrá comer otra, señor.
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Las guardas para los clientes especiales, ¿verdad? —preguntó el señor Alfiler. —Para mí, señor, todos los clientes son especiales. —¿Y tienes mostaza? —La gente lo llama mostaza —empezó a decir Escurridizo, dejándose llevar por el entusiasmo— pero yo lo llamo… —Me gusta la ’ida mostaza —dijo el señor Tulipán. —… mostaza de la mejor.
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El hombre de la cornisa giró la cabeza cuando oyó un sonido rasposo. William se estaba arrastrando por la cornisa, haciendo un gran esfuerzo para no mirar hacia abajo. —Buenos días. Has venido para intentar convencerme de que no lo haga, ¿verdad? —Yo… yo… —William hizo un esfuerzo verdaderamente grande para no mirar hacia abajo. Desde abajo la cornisa había parecido mucho más ancha. Ya se estaba arrepintiendo de todo aquello—. Ni me ha pasado por la cabeza…
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Usted… ¿salta a menudo, entonces? —Solamente hago la parte difícil. —¿Que es…? —La parte de subir. No me dedico al salto en sí, obviamente. Eso no es un trabajo cualificado. Yo me dedico más al aspecto «pedir ayuda a gritos».
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¿Cuál era su trabajo, señor Crank? —Obrero de andamio. —¡Arthur Crank, baja de ahí ahora mismo! Arthur miró hacia abajo. —Oh, dioses, han traído a mi mujer —dijo. —¡El agente Fiddyment aquí presente dice que estás… —la cara lejana y rosada de la señora Crank hizo una pausa para volver a escuchar al policía que estaba de pie junto a ella— …interfiriendo con el bienestar mer… can… til de la ciudad, viejo chiflado!
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Tres años felizmente casados —dijo Arthur con alegría, saludando con la mano a la figura lejana—. Los otros treinta y dos tampoco han estado tan mal. Pero no sabe cocinar un repollo ni que la maten.
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Ah, se encuentra bien —dijo Nobbs, con aspecto ligeramente decepcionado. —Me siento… débil —murmuró William. —Le puedo hacer la respiración artificial si quiere —dijo Nobbs. Sin mediar orden alguna de William, varios de sus músculos experimentaron un espasmo y lo pusieron vertical con una sacudida tan rápida que sus pies abandonaron momentáneamente el suelo. —¡Ya estoy mucho mejor! —gritó. —Es que lo aprendimos en la Casa de la Guardia y todavía no he tenido ocasión de practicarlo…
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Si puede poner usted en el periódico que lo he perdido, tal vez la persona que lo haya encontrado lo quiera devolver… —dijo el hombre, lleno de esperanza injustificada—. Y le daré a usted seis peniques por las molestias. Seis peniques eran seis peniques. William tomó unas cuantas notas.
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Aquí hay una interesante para ir empezando —dijo. —¿Ah, sí? ¿De quién es? —La mía. Es muy interesante. Sobre todo la parte en que me muero.
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El siguiente en entrar era en efecto un troll. Y cosa inusual para los trolls, que no solían vestir nada más que lo justo para satisfacer las misteriosas demandas de decencia de la humanidad, aquel llevaba traje. O por lo menos llevaba enormes tubos de tela que le cubrían el cuerpo, y «traje» venía a ser la única palabra que lo describía. —Me llamo Rocky —balbució, mirando hacia abajo—. Hago el trabajo que sea, jefe.
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Oh, si es una queja lo que trae, tiene que presentarla al Redactor Jefe de Quejas, Decapitaciones y Latigazos —dijo William—. El señor Rocky, aquí presente. —Ese soy yo —intervino Rocky con un vozarrón retumbante y jovial, y le puso una mano en el hombro al bárbaro. Solamente había sitio para tres de sus dedos. Brezock se combó.
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El doctor Fettle Dodgast (132 a.) de la Universidad Invisible le ha dicho al Times: «Yo norecuerdo tanto frío. Y eso que hoy en día ya no hay los inveirnos que había cuando yo era + joven».
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este invierno es peor que el de 1902, cuando los lobos invadieron la aciudad. Y ha añadido: «y nos alegramos de que vinieran, porque llevábamos dos semanas sin ver carne fresca».
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Pero ni siquiera estoy seguro de que haya bastantes noticias para llenar un… —empezó a decir William, y se detuvo. No era así como funcionaba, ¿verdad? Si estaba en el periódico, es que era una noticia. Si era noticia salía en el periódico, y si salía en el periódico era una noticia. Y esa era la verdad.
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Ha quedado bien —dijo una voz desde detrás de la caja—. La luz tenía un reflejo tan bonito en el casco del enano que no me he podido resistir. ¿Querrían ustedes un iconogrrafista? Me llamo Otto Alarrido. —Oh. ¿Sí? —dijo Sacharissa—. ¿Y es usted bueno?
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¿Sí? ¿Qué? —¡Que es un vampiro! —Prrotesto con toda rotundidad —dijo Otto, todavía oculto—. Es la suposición más sencilla, crreer que todo el mundo con acento de Uberrwald es un vampirro, ¿verrdad? ¡Hay muchos millarres de perrsonas de Uberrwald que no son vampirros!
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Les habían insultado por su diligencia y por su estatura, pero ellos habían mantenido las cabezas bajas* y habían prosperado. Luego habían llegado los trolls, y les había ido un poco mejor, porque la gente no tira tantas piedras a unas criaturas de dos metros y medio que pueden responder lanzando rocas. Luego los zombis habían salido del ataúd. Un par de hombres lobo se habían colado bajo la puerta. Los gnomos se habían integrado deprisa, a pesar de un mal comienzo, porque eran duros y porque resultaba todavía más peligroso cabrearlos que a los trolls. Por lo menos los trolls no podían subirte ...more
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¡Caray, qué realismo tan asombroso! William abrió los ojos. —Oh, es una nariz —dijo—. ¡Un nabo con una especie de cara nudosa y una nariz enorme! —¿Querréis que le haga una iconogrrafía? —preguntó Otto. —¡Sí! —respondió William, embriagado de alivio—. ¡Saca una imagen enorme del señor Wintler y su maravilloso nabo nasal, Otto! ¡Tu primer trabajo! ¡Ya lo creo!
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¡Sonría, por favor! —Un momento —dijo Sacharissa—. ¿Seguro que un vampiro puede…? Clic. La salamandra soltó un destello, perfilando la sala entera de luz blanca abrasadora y oscuras sombras. Otto soltó un grito. Cayó al suelo, agarrándose la garganta. Se puso de pie de un salto, con los ojos como platos y jadeando, y fue dando tumbos, patizambo y tembloroso, hasta un lado de la sala y luego al otro. Por fin se desplomó detrás de una mesa, tirando un montón de papeles de un manotazo incontrolado. —¡Aarghaarghaaargh…!
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A su padre había que reconocerle que tenía razón en una cosa por lo menos, cuando decía que las mentiras pueden dar la vuelta al mundo antes de que la verdad tenga tiempo de ponerse las botas.
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Sí, ya me imaginaba que podrría pasarr. —Así que siento decirte que… —No hay prroblema, William. Siemprre hay una manerra. —¿Cómo? Tú no sabes grabar, ¿verdad? —No, perro… todo lo que estamos imprrimiendo es blanco y negrro, ¿sí? Y el papel es blanco, así que lo único que imprrimimos realmente es negrro, ¿de acuerdo?
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William recordó vagamente algo que había dicho alguien una vez: solamente hay una cosa más peligrosa que un vampiro enloquecido por la sangre, y es un vampiro enloquecido por cualquier otra cosa. Toda la determinación meticulosa que el vampiro normalmente aplicaría a encontrar mujeres jóvenes durmiendo con la ventana del dormitorio abierta se canalizaba hacia algún otro interés, con una eficacia implacable y concienzuda.
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Con oscurridad verrdadera, parra serr exactos —dijo Otto, con la emoción infiltrándose en su voz—. No la simple ausencia de luz. La luz que hay al otrro lado de la oscurridad. Se podrría llamar… la oscurridad viva.
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En el sótano, Otto Alarido cogió la iconografía de luz oscura y volvió a mirarla. Luego la rascó con un dedo largo y pálido, como si intentara eliminar algo. —Qué extrraño… —dijo. El diablillo no lo había imaginado, eso era seguro. Los diablillos no tenían imaginación ninguna. No sabían mentir. Examinó el sótano vacío con cara de recelo. —¿Hay alguien ahí? —preguntó—. ¿Hay alguien jodiendo la marrana porr aquí? Por fortuna, no hubo respuesta. La luz oscura. Oh, cielos. Había muchas teorías acerca de la luz oscura…
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Ah. Un trroll. Son muy estúpidos —opinó Otto. —Pero difíciles de engañar. Me temo que tendré que probar con la verdad. —¿Y porr qué iba a funcionarr eso? —Porque es policía. La verdad suele confundirlos. No la oyen muy a menudo.
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Acaba de hacer una imagen de usted no dejándome entrar en Palacio —respondió William. Aunque era un troll nacido por encima de la línea de nieve de alguna montaña lejana y no había visto un solo humano hasta los cinco años de edad, Detritus era policía hasta la médula sólida y rocosa, y reaccionó en consonancia. —No puede hacer eso —dijo.
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No puede hacer eso —dijo. —Entonces, ¿puedo apuntar por qué no puedo apuntar nada? —dijo William, con una sonrisa jovial. Detritus levantó la mano y movió una palanquita que había en el costado de su casco. Un zumbido apenas audible subió infinitesimalmente de volumen. El troll llevaba un casco con ventilador mecánico,
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Detritus tomó una decisión. Le hizo una señal con la cabeza a un agente. —Fiddyment, lleva a estos… dos con el señor Vimes. No tienen que caerse de camino por ninguna escalera ni nada así. El señor Vimes, pensó William, mientras seguían a toda prisa al agente. Todos los miembros de la Guardia lo llamaban así. Al hombre lo habían nombrado caballero y ahora era duque y comandante, pero lo seguían llamando «señor».
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Y era «señor», así, con todas las letras, no el «Sr.» de cada día, que pasa desapercibido. Era el «señor» que se usaba cuando uno quería decir cosas como «suelte esa ballesta y gírese muy despacio, señor». William se preguntó por qué.
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Era por todo esto que William se sentía predispuesto a que le cayera bien Vimes, aunque solamente fuera por la clase de enemigos que se había ganado, pero por lo que él podía ver, en aquel hombre a todo se le podía anteponer la palabra «mal»; por ejemplo, mal hablado, mal educado y ¡maldición, necesito una copa!
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¡Ja! ¡Se van a enterar bien pronto! —Pero ¿por quién, señor? Vimes caminó alrededor de William como si estuviera examinando algún extraño nuevo artefacto. —Eres el chico de lord De Worde, ¿verdad? —Sí, excelencia. —Con comandante basta —dijo Vimes secamente—. Y eres el que escribe esa cosita de los chismes, ¿verdad? —Más o menos, señor. —¿Qué le has hecho al sargento Detritus? —Solamente he apuntado lo que decía, señor. —Ajá, con que has blandido una pluma ante él, ¿eh? —¿Señor?
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Hoy no ha sido un buen día —dijo—. Y va a empeorar mucho. ¿Por qué debería perder el tiempo hablando contigo? —Le puedo dar una buena razón —respondió William. —Adelante, pues. —Tiene que hablar usted conmigo para que yo lo pueda apuntar, señor. Todo claro y correcto. Las palabras literales que use usted, plasmadas sobre el papel. Y usted sabe quién soy yo, y si las apunto mal sabe dónde encontrarme.
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¿Y? ¿Me estás diciendo que si hago lo que tú quieres, tú harás lo que quieras? —Estoy diciendo, señor, que una mentira puede dar la vuelta al mundo antes de que la verdad tenga tiempo de ponerse las botas. —¡Ja! ¿Esa te la acabas de inventar? —No, señor. Pero ya sabe usted que es verdad.
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A lord Vetinari lo han visto tres doncellas de la limpieza del personal de Palacio, todas señoras respetables, después de que las alertaran los ladridos del perro de su señoría sobre las siete en punto de esta mañana. Y el patricio ha dicho —y aquí Vimes consultó su propio cuaderno—: «Lo he matado, lo he matado. Lo siento». Ellas han visto algo que tenía mucho aspecto de ser un cuerpo en el suelo.
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El cuerpo pertenecía a Rufus Drumknott, el secretario personal del patricio. Ha sido apuñalado y se encuentra gravemente herido. Un registro del edificio ha localizado a lord Vetinari en los establos. Estaba inconsciente en el suelo. Había un caballo ensillado. Las alforjas contenían… setenta mil dólares… Capitán, esto es una maldita estupidez.
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Mi iconografista está aquí abajo mismo. ¡Otto! —¡Por los dioses, un puto vamp…! —empezó a decir Vimes. —Lleva la cinta negra, señor —susurró Zanahoria. Vimes puso los ojos en blanco. —Buenos días —dijo Otto—. No se muevan, porr favorr, hacen ustedes una buena composición de luces y sombrras. Abrió las patas de trípode de una patada, echó un vistazo al interior del iconógrafo y levantó una salamandra enjaulada. —Mirren hacia aquí, porr favorr… Clic. FUUUUUM. —¡Mierrda…!
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«NO SE ALARRMEN —leyó—. El antiguo prropietarrio de esta tarrjeta ha sufrrido un pequeño accidente. Serrá necesarria una gota de sangrre de cualquierr especie, un recogedorr y una escoba.»
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El cabo echó un vistazo a Otto. —Eso era luz negra, ¿no? —Ah, usted también es de Uberrwald… —empezó a decir Otto con alegría. —¡Sí, y no esperaba ver eso aquí! ¡Fuera!
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Sacharissa, por favor, ve y encuentra a Ron y a sus… amigos. Quiero sacar un boletín pequeño lo antes posible. No mañana por la mañana. Ahora mismo. Por favor… Ella estaba a punto de protestar cuando vio la mirada en los ojos de él. —¿Estás seguro de que tienes permiso para hacer esto? —preguntó. —¡No, no lo estoy! ¡Y no lo sabré hasta que lo haya hecho! ¡Por eso debo hacerlo! ¡Entonces lo sabré! ¡Y siento estar gritando!
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¿Señor De Worde? Creo que me conoce usted. Soy el señor Slant del Gremio de Abogados —dijo el señor Slant, haciendo un reverencia rígida—. Este —señaló al joven delgado que tenía al lado— es el señor Ronald Carney, el nuevo presidente del Gremio de Grabadores e Impresores.